Por Jaime Nubiola
Para LA GACETA - BARCELONA
La celebración del Día del Libro el pasado 23 de abril -que en Cataluña tiene un especial esplendor- trajo a mi memoria algunos testimonios literarios que con hermosas palabras defienden que la lectura es un medio insustituible para crecer en libertad personal y en vida democrática. Mi maestro Alejandro Llano escribió que “donde está la libertad allí están los libros”. Si leemos más libros llegaremos a ser más libres: leer ensancha nuestro vivir, porque amplia nuestras vidas con la inteligencia y la sensibilidad de los demás. Si tenemos más libros en nuestras casas y más bibliotecas en nuestras ciudades, nuestra sociedad llegará a ser más culta y más democrática. Lo primero que hacen los violentos es quemar los libros y las bibliotecas.
Quien no haya descubierto el placer de la lectura en su infancia o en la primera juventud tiene que empezar por ahí, leyendo, leyendo mucho y por placer. No importa que lo que lea no sean las cumbres de la literatura universal, basta con que atraiga su imaginación y disfrute leyendo. La lectura resulta del todo indispensable en una vida de calidad: “Leemos para vivir”, escribió Belén Gopegi. La literatura ensancha nuestro vivir y es la mejor manera de educar la imaginación; es también muchas veces un buen modo de aprender a escribir de la mano de los autores clásicos y de los grandes escritores y resulta siempre una fuente riquísima de sugerencias.
“Leer no es, como pudiera pensarse, una conducta privada, sino una transacción social si -y se trata de un SI en mayúsculas- la literatura es buena”. Si el libro es bueno, -prosigue el novelista Walker Percy- aunque se esté leyendo solo para uno, lo que ahí ocurre es un tipo muy especial de comunicación entre el lector y el escritor: esa comunicación nos descubre que lo más íntimo e inefable de nosotros mismos es parte de la experiencia humana universal.
Como explica en Tierras de penumbra el estudiante pobre, descubierto robando un libro en Blackwell’s, “leemos para comprobar que no estamos solos”. Hace falta una peculiar sintonía entre autor y lector, pues un libro es siempre -en palabras de Andrés Amorós- “un puente entre el alma de un escritor y la sensibilidad de un lector”. Por eso no tiene ningún sentido torturarse leyendo libros que no atraigan nuestra atención, ni obligarse a terminar un libro por el simple motivo de que lo hayamos comenzado. Invito siempre a dejar la lectura de un libro que a la página treinta no nos haya cautivado.
¿Cómo leer? Recomiendo siempre el leer con un lápiz en la mano, o en el bolsillo, para hacer una pequeña raya al margen de aquel pasaje o aquella expresión con la que hemos “conectado” y nos gustaría copiar, y también llevar dentro del libro un papel que nos sirva de punto y en la que vayamos anotando los números de esas páginas que hemos señalado, alguna palabra que queramos buscar en el diccionario, o aquella reflexión o idea que nos ha sugerido la lectura. “El intelectual es, sencillamente, -escribió Steiner- un ser humano que cuando lee un libro tiene un lápiz en la mano”.
Copio a Salman Rushdie: “Crecí besando los libros y el pan. En nuestra casa, cada vez que alguien tiraba un libro o dejaba caer un chapatti, que era la palabra que usábamos para referirnos a la rebanada de pan untada con mantequilla, nos exigían no solo que recogiésemos lo que se había caído, sino también que lo besáramos a modo de disculpa por haberles faltado al debido respeto. [...] En los hogares devotos de la India solía haber, y sigue habiendo, personas que tenían la costumbre de besar los libros sagrados, pero nosotros lo besábamos todo: los diccionarios y los atlas, las novelas de Enid Blyton y los tebeos de Superman. [...] Jamás olvidamos nuestros primeros amores. El pan y los libros: alimento para el cuerpo y alimento para el alma”.
Cada vez que terminamos un libro, podemos estar persuadidos de que -como escribe mi amigo Gabriel Zanotti- “le hemos ganado una batalla a la incomprensión”, de que hemos crecido en libertad.
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Jaime Nubiola - Profesor emérito de Filosofía en la Universidad de Navarra (jnubiola@unav.es).