Hace 40 años, cuando estaba a punto de renacer la democracia en nuestro país, un editorial de LA GACETA, del 25 de octubre de 1983, advertía sobre un problema en ciernes que, se advertía, iba a crecer de modo acelerado: el narcotráfico. “Doble corrupción”, se titulaba el editorial, que llegaba a la conclusión de que “los estupefacientes corrompen la sociedad a dos puntas. Por un lado, los jóvenes sin rumbo y los adultos vencidos por la vida se someten a la mutilación intelectual de la drogadicción; por el otro, la clase dirigente, traicionando su compromiso ético, se hunde en el submundo del delito”.
La noticia de esos días era que la Policía Federal había hallado en un departamento de Buenos Aires 10 kilogramos de cocaína pura, “cifra que representa un récord absoluto -decía el texto- desde que, en 1974, en Salta, se logró secuestrar 7 kilogramos y medio de esa misma droga, la más cara y de peores efectos sobre el organismo humano”. Cuatro décadas después, y ante noticias que son casi cotidianas como el hallazgo de más de 50 kilos de cocaína dentro de las ruedas de una camioneta, hace tres días en Santiago del Estero; o los 25 kilos encontrados bajo las alfombras de un auto en Orán, Salta, el 1 de mayo; o los 303,820 kilos decomisados de una camioneta el domingo pasado en Las Lajitas, Salta, los pocos kilogramos descubiertos en 1983 en Buenos Aires suenan casi como una humorada, si no fuera por el tremendo fracaso que muestran del derrotero del país en este sentido.
Es que en estas cuatro décadas la expansión de lo que entonces se llamaba incipiente “negocio lucrativo” ha sido gigantesca. En 1983 se advertía que la producción, el contrabando y la venta de cocaína estaban “atrayendo una nueva especie de empresarios, ansiosos de levantar enormes fortunas en brevísimo tiempo” y hablaba de cómo esto contaminaba áreas de la sociedad como la atención de adictos o la atención “de banqueros o industriales que disponen de suficiente dinero para incorporarse a ella y forman la ‘nueva clase’ multimillonaria junto a los grandes terratenientes que cultivan coca y los hombres públicos que gestionan la tolerancia oficial”. Ahora ya se observa cómo el flagelo del narcotráfico ha ingresado en barrios vulnerables y más allá, donde se rompieron los vínculos sociales, cambiaron los códigos barriales y se transformó en una actividad lucrativa, mientras los grandes traficantes son invisibles, tal como se describió en el programa “Panorama Tucumano” del martes.
Las mismas autoridades han ido incorporando la necesidad de enfrentar este problema que se agigantó, a través de diversas iniciativas, como la Ley de Narcomenudeo, u operativos regionales como el “Lapacho”. “No sólo trabajamos con la Policía de Tucumán y con la Justicia provincial, sino que también trabajamos con las fuerzas de seguridad nacionales y la Justicia Federal”, dijo el Gobernador hace pocos días. “Hemos logrado armonizar y coordinar un trabajo en materia de seguridad”, añadió. No obstante, por ahora es la positiva reacción a un flagelo creciente, el cual no ha podido ser dominado en estas cuatro décadas, con su “corrupción a dos puntas”, como se mencionó en nuestro añejo editorial.