En dos meses saldrá su nuevo libro. Es una antología de su trabajo periodístico que comienza en los años ‘80, en la selva peruana pasando por los perfiles de figuras del poder hasta los hallazgos de algunos escritos de su adolescencia. He decidido declararme marxista es el título del libro de Jon Lee Anderson, que se estrenará en dos etapas: el tomo I se lanzará en noviembre, en España y el tomo II, en enero, durante el Hay Festival de Cartagena de Indias, en Colombia.

"Assange debe rendir cuentas por la campaña de Trump", afirmó Jon Lee Anderson

“Es un titular algo cómico, llamativo –detalla el autor norteamericano que habla un español transparente-. La historia de ese título tiene que ver con una anotación dentro de un libro que encontré y me había olvidado que lo había hecho. A los 13 años creo que fue. Tenía ese hábito de escribir dentro de los libros, mis pensamientos, a veces con fecha y todo. En una ocasión hice una explicación de por qué había decidido convertirme en marxista –dice riéndose- cosa que no hice al final, pero se lo comenté a uno de los editores y le pareció tan gracioso que me planteó que fuera el titular del libro, entonces dije está bien y lo dejamos así. Luego lo explicaré un poco más en la introducción”.

De la Amazonia a Gaza

En estos días, Anderson escribe la introducción del tomo II que entrará a imprenta en octubre. No es una antología cronológica –resalta-, sino que está organizada por temas: guerra y conflictos, perfiles del poder, el hombre y la naturaleza, crónicas, entre otros. “Incluye una de mis primeras crónicas de los años ‘80 en la Amazonía peruana, porque empecé mi carrera en la selva y he vuelto a la selva en los últimos años. Incluye una crónica publicada en The Lima Times, pero la mayoría son de la revista The New Yorker; también mi primera crónica publicada en una revista, que es Harper’s Magazine del año ‘88 sobre Gaza, algunas cosas publicadas en el diario El País, un diccionario de la guerra que hice hace unos veinte años, una crónica que publiqué en Etiqueta Negra y extractos de Guerrillas y de La caída de Bagdad y con mucho empeño en hacer una selección que no se ha visto mucho en América Latina”.

Hace una semana dejó su casa en Dorset, al sur de Inglaterra, por unos días para regresar a Estados Unidos, con la idea de mantener reuniones de trabajo y reencontrarse con familiares y amigos que no veía hace un tiempo. Estuvo en New Hampshire y luego pasó a Virginia. Nunca parece estar quieto, y es difícil dar con él justamente por esa capacidad para moverse de manera constante. El último jueves de agosto habló con LA GACETA Literaria y al día siguiente tenía planeado trasladarse a Nueva York para visitar a su hermano Scott, también periodista y escritor, y luego pasar por las oficinas de la revista The New Yorker, donde lo esperaría el editor David Remmick para definir su próxima cobertura periodística.

Trump versus Harris

Esta vez, Anderson vuelve a Estados Unidos en la recta final del proceso electoral para elegir presidente. “Es interesante, New Hampshire y Virginia son estados donde la gente tiende a ser conservadora. Entonces uno llega a acostumbrarse a ver carteles puestos en los patios de las casas que dicen ‘Viva Trump’, y aquí generalmente el congresista de este condado sale de los republicanos, pero vamos a ver. Siento que algo ha cambiado en los últimos cuatro años y es que el trumpismo se convirtió en un fenómeno de supuesta reivindicación social. Supongo que primero apela a los blancos menos educados, enajenados del poder, de la elite, resentidos con los migrantes, que supuestamente les han robado sus trabajos.

Creo que es difícil mantener esa ilusión a través de los años, de que había una conspiración en contra de Trump -advierte Anderson- y ahora con Kamala Harris que eligió a Tim Walz, que parece un hombre muy norteamericano, campechano, como el vecino de al lado, además de buena onda, con el que los demócratas han sabido revertir ese aire de resentimiento creado por Trump, de enojo y rabia. Es difícil estar siempre enojado con esta noción que transmite Trump de que Estados Unidos vive el apocalipsis, pero cuando uno mira alrededor no ve el apocalipsis. Creo que Estados Unidos, con todos sus defectos, siempre ha sido una sociedad que busca creer que hay un mañana mejor. Hay un cambio que los demócratas han sabido manejar muy bien, de forma inteligente, a través de Harris y Walz. Hay menos aire en el globo de Trump. Siento que ha bajado, el globo se desinfla. Al menos superficialmente y a través de los sondeos se nota”, agrega.

Armas e insultos

La sociedad norteamericana vivió ocho días de agitación política a mediados de julio, cuando atentaron contra la vida de Trump y luego se produjo la renuncia de Joe Biden a su candidatura, lo que derivó en la aparición en escena de Kamala Harris. Estos hechos marcaron el desarrollo de la campaña electoral.

“Vivimos horrorizados con el libertinaje en torno a las armas -resalta Anderson-. Las masacres en las escuelas y tiendas, muchas de ellas provocadas por muchachos enajenados y gente racista, con armas que se venden como panqueques, y el hecho de que Trump ha avalado a los que quieran comprar armas en tiendas es una paradoja porque ha sido víctima de un chico con una AR15 en la mano. Cada norteamericano tomó conciencia de que eso fue posible no porque hubo una conspiración de los demócratas, como intentó sostener Trump, sino porque cualquier loco en Estados Unidos tiene una AR15”.

A menos de dos meses de las elecciones, previstas para el 5 de noviembre, los ataques personales en la vida política son moneda corriente. Ataques raciales, de género, con un lenguaje que llega al insulto y al tono violento en el tramo final. “Los norteamericanos han tomado conciencia que es el nuevo verbo de la política norteamericana y que el máximo responsable de eso es Trump. Ha degradado el debate político al insulto, al comportamiento de matonería, a los improperios infantiles como hizo al poner nombres vulgares a los rivales. En los diarios hay comentarios todos los días sobre los insultos de Trump, pero ya no nos llama la atención, porque lleva diez años haciéndolos. Pero ahora hay mucha gente que se da cuenta de que es denigrante, que rebaja a la sociedad a un nivel donde nadie se siente cómodo. Eso es algo que nunca vimos de forma tan burda. Y esa hipocresía va hacia la gente. Ellos pueden ser antiaborto y pensar que al respaldar a Trump va a nombrar más jueces que apoyen sus creencias, pero a la vez se tienen que tragar el sapo por la forma de ser de Trump, que no va con su forma de vida”.

La nueva derecha

“Mucho se habla de un eje en común entre Donald Trump, Jair Bolsonaro (Brasil), Nayib Bukele (El Salvador), y ahora Javier Milei en Argentina ¿Hay similitudes en sus métodos?... pienso que Estados Unidos ha hecho posible la aparición de otros Trump -advierte Anderson-, cada uno con su idiosincrasia y particularidades. Responden a una misma forma de comportarse, que es presentarse como revolucionarios, pero en realidad son casi siempre reaccionarios. Sus características son la falta de decoro en la presentación pública, en el efecto shock al nombrar con vulgaridades a sus rivales o salir con una motosierra a la calle. Todas las sociedades tienen sentimientos prejuiciosos, violentos. Un demagogo, una figura despótica como Trump o Bolsonaro, saca la costra de la piel para canalizar lo que está adentro. En la medida en que avance Trump, avanzarán los demás. Estamos, de momento, en esta veta de autoritarismo performativo, despótico, que tiene derechos de autor, que es Donald Trump”.

El fenómeno Milei

“Desde Argentina -continúa Anderson-, Milei busca proyectar su figura hacia afuera. En su agenda de los primeros meses de gestión hizo una decena de viajes, en especial a Estados Unidos, para encontrarse con referentes de las nuevas tecnologías y de las redes sociales como Elon Musk y Mark Zuckerberg. Algunos medios y periodistas contribuyeron al crecimiento de la figura pública de Milei, pero hoy son blancos de sus ataques. Primero con la televisión y luego con las redes sociales, hemos visto la irrupción de figuras que han entendido el lenguaje de los algoritmos, que cuando dicen esto o aquello, la gente responde. Eso les da más clics; entonces así como los medios buscan noticias que les den más clics, los políticos hacen lo mismo. Hemos visto en Trump un poco de la farándula, un poco de la televisión; Milei también es una figura del ‘Talk show’ que busca provocar un shock. Luego, Bolsonaro era puente entre el pasado y el presente, y gracias a su hijo que sabía montar una maquinaria falsa en las redes sociales. El símbolo de Bolsonaro era disparar un arma y Bukele muy performativo, muy de las redes sociales, muy twiterista como Trump, sabiendo que podía decir cosas de manera socarrona, descontando que las fuerzas de seguridad estarían a su lado y que tendría todo el poder necesario en un país pobre. Bukele es como un tipo urbano que pudo echar mano a una muchedumbre pobre, y supo entender cuál era su real preocupación en El Salvador: la seguridad pública. Trump hablaba de la baja del desempleo y ofreció a la gente un enemigo: el otro, el extranjero que venía a trabajar en Estados Unidos. Milei también ha seguido el ejemplo de ‘Make América Great Again’ y ahí tiene un campo fértil, claro: Argentina era un Estados Unidos en ciernes hace un siglo y nunca ha sido capaz de mantener el ritmo de desarrollo de su imaginario. Es un gran país rico en términos de recursos naturales, con un nivel educativo muy alto; entonces tiene una clase media y baja muy aspiracional, que quiere ser más grande de lo que es. Milei ha sabido manejar los sentimientos de los argentinos para obtener su éxito político. Vamos a ver si tiene suerte yendo hacia adelante. Es economista y sabe utilizar ese lenguaje, ha creado mucha inquietud en el interior de Argentina. Afuera, en las estancias económicas, aparentemente es muy popular: en el FMI, en Davos, en Aspen, en Silicon Valley. Cada cual tiene su propia idiosincrasia. Milei es una figura que sale con potencia en este trecho. Hay una noción de reformar el Estado de forma radical, de denegar aspectos del pasado que son polarizantes. Las vacas sagradas del peronismo se tienen que matar. Es muy interesante, algo parecido a lo que pregona Trump con ‘Demoler el Estado profundo’ (desmantelar oficinas públicas), el famoso pantano de Washington”.

Periodistas bajo ataque

En un escenario de ataques a medios y periodistas, ¿cuál debe ser el rol del periodismo?: “Ha de ser lo que siempre ha sido. Con Trump, la prensa no sabía cómo manejar a alguien así, que faltaba al decoro, tiraba la compostura y el civismo al tacho, cuestionaba su patriotismo, llamando a periodistas ‘Enemigos del pueblo’. También lo hizo Andrés Manuel López Obrador en México, que ha utilizado a la prensa como si fuese el esclavo que recibe el látigo y esto es peligrosísimo. Degrada a los periodistas en el imaginario popular; su objetivo es restarles credibilidad, y hacer que el electorado crea más en lo que dicen ellos que los medios, con el argumento de que los medios son voceros de la élite o que son corporativos; entonces hemos estado todos, en cada país, como los boxeadores que se dan contra las sogas en un round tras otro. Es muy difícil saber responder porque nosotros tenemos la máxima de tratar con neutralidad a todos, para no caer en el tabloidismo o ser utilizados por una parte o la otra. No es nada fácil cuando quien tiene el poder te está machacando días tras día con un palo bien grande. Hemos visto una mezcla de comportamientos en los medios: algunos denigrantes, por ejemplo la cadena Fox, que se presta para estos juegos, que me resultan horrorosos. Pero hay otros medios que han intentado explicar a la población qué está pasando, con mayor o menor suerte. No hemos sabido todavía zanjar la situación, pero sé que hemos puesto mucho empeño. Nunca vamos a tener una solución blanco o negro, creo que lo más importante es plantear a nuestras audiencias que no somos perfectos pero sí sinceros y que eso es lo más importante. Si logramos eso ante un público cada vez más combativo y escéptico, persistiremos. Y nuestras sociedades serán mejores”.

La izquierda demagoga y la democrática

A lo largo de su carrera periodística, Anderson escribió perfiles de figuras del poder como Hugo Chávez (Venezuela), Augusto Pinochet (Chile), Gabriel Boric (Chile), entrevistó al brasileño Lula da Silva, al uruguayo José Mujica, entre tantos otros. Tiene experiencia de coberturas en Latinoamérica, y visitó varias veces Venezuela, por lo tanto conoce el escenario político convulsionado que vive hoy en día. “Creo que Nicolás Maduro ya cruzó la raya, porque no hay explicación por no presentar las actas o decir que hubo un ciberataque auspiciado desde Macedonia del Norte; eso no lo cree nadie. Y es obvio que ante la comunidad internacional no se ha visto a ninguno que cuestione la validez de las actas de la oposición. Entonces, es un poco el vía crucis de gente que ha ido evolucionando en el poder desde una supuesta postura revolucionaria a una corruptela cívico militar. Lamentablemente el famoso pacto cívico militar que tanto pregonó Chávez se ha convertido en una especie de ‘hamponería’ en el poder y eso es muy triste, pero no exclusivo de Venezuela. Quizás sea el ejemplo más vivo de esta degradación de un grupo, otrora revolucionario, en el poder. Hemos visto otros casos como Zimbabwe, con (Robert) Mugabe, (Daniel) Ortega en Nicaragua, un tipo que parece salido de un dibujo animado. La izquierda en su forma más notoria tiene una corriente muy despótica, primitiva, con un culto de la personalidad, y eso es lo que ha minado la ascendencia de la izquierda en el mundo. Hay ‘varias izquierdas’; está la izquierda de Venezuela, Nicaragua y Cuba, despótica, que no quiere compartir el poder y crea a cambio un verbo exacerbado: con la revolución todo, sin la revolución nada; o sea una cosa súper exclusivista. Luego hay una izquierda que intenta mantener algo de la pretensión revolucionaria, pero dentro del sistema de leyes, y aquí incluyo a Lula, a (Gustavo) Petro y a AMLO (López Obrador), por más místico que sea esto. Tienden a ser populistas pero no al grado de Maduro u Ortega; comparten el ruedo político con sus contrincantes y si pierden el poder uno entiende que lo van a entregar, no van a inventar cosas, porque sus repúblicas tienen un sistema de leyes que no se lo permiten. Tenemos entonces la izquierda demagoga, la izquierda populista democrática y tenemos una nueva izquierda de Boric, en Chile, que es una especie de socialdemocracia humanista. Que no tiene miedo en nombrar a los suyos cuando hacen maldades. O sea, no es una cosa partidista a todo dar. Boric entiende que el culto a la personalidad, el despotismo y la corrupción son el arte de la izquierda así como son de la derecha. Entonces, a raíz de esta crisis de Venezuela, lo vemos con más claridad. Nicaragua ha roto relaciones con Brasil. Maduro insulta a Lula, Ortega insulta a Lula, ni hablar de cómo insultan a Boric, entonces hay ruptura dentro de lo que es la izquierda y ojalá a partir de aquí se pueda relanzar una nueva izquierda con conciencia social, humanismo y honestidad. Pero Venezuela ha quemado la casa. Maduro y su gente han hecho lastre y basura de su país y es muy triste presenciar eso”.

© LA GACETA

Perfil

Jon Lee Anderson (California, 1957) inició su carrera periodística en Perú en 1979 como miembro del semanario The Lima Times y se especializó desde entonces en temas políticos latinoamericanos y en varios conflictos modernos. Fue corresponsal de guerra en Siria, Afganistán, Libia e Irak. Ha desarrollado una escuela sobre la forma de escribir perfiles, habiendo realizado los de importantes personalidades mundiales como Fidel Castro, Gabriel García Márquez, Augusto Pinochet, el rey Juan Carlos I y Hugo Chávez. En los más recientes abordó a Evo Morales, Jair Bolsonaro y Gabriel Boric. Entre sus libros se destacan  Che Guevara: Una Vida Revolucionaria (1997), La tumba del león: Partes de guerra desde Afganistán (2002), La caída de Bagdad (2004), El dictador, los demonios y otras crónicas (2009), La herencia colonial y otras maldiciones: Crónicas de África (2012), y Los años de la espiral: Crónicas de América Latina (2020). Forma parte de la plantilla permanente de la revista The New Yorker, y es maestro de la Fundación Gabo desde el año 2000. En 2013 ganó el Premio María Moors Cabot, uno de los dos galardones periodísticos más relevantes de Estados Unidos, concedido por la Universidad de Columbia.