Ya sea por trabajo, por placer, por recreación o por cualquier otro motivo, salir a la ruta implica cierto estrés: que el vehículo esté en condiciones, llevar todos los papeles requeridos para circular y llenar el tanque, entre muchas otras, son cuestiones que, en general, los conductores deben prever para evitar contratiempos y situaciones riesgosas. Además hay cuestiones que escapan hasta al más previsor se los viajeros: si las condiciones del camino no son las adecuadas, los peligros siempre estarán al acecho..
Quienes viajan habitualmente hacia el norte lo saben: desde hace ya casi un año el deterioro de las rutas 9-34-66, que unen San Miguel de Tucumán con Salta y con San Salvador de Jujuy, es notable. Hay tramos que son casi intransitables.
Cabe destacar que el tramo que une la capital tucumana con el límite con la provincia de Salta es quizás el que mejor se encuentra. El problema que presenta no es nuevo: la autopista se termina en El Cadillal y, desde ahí en adelante, hay que circular por un camino angosto que bordea varios pueblos, lo cual genera un tránsito intenso, pesado y lento. Desde Trancas a Rosario de la Frontera, el pavimento se encuentra en un estado aceptable y la visibilidad es buena. Se pueden hacer sobrepasos con cierta tranquilidad y la circulación se agiliza. De ahí en adelante, todo es lamentable,
Históricamente, los 30 kilómetros que separan Rosario de la Frontera de Metán siempre fueron complicados: mucho tráfico, curvas, subidas, bajadas y una creciente presión urbana hicieron de ese camino un lugar de cuidado. Pero desde fines del año pasado, lo que ocurre allí es inverosímil: los pozos son una constante; inclusive, hay kilómetros en los que es preferible avanzar por la banquina. Los vecinos colgaron de un puente un cartel que dice: “Cuidado: ruta destrozada”. La multitrocha que nace en Metán y se extiende hasta Gúemes brinda un poco de alivio, pero es vieja y angosta. Eso genera situaciones peligrosas que, en algunos casos, derivan en accidentes graves de los cuales dan testimonio las numerosas grutas que se levantan junto al camino. La autopista continúa hasta la ciudad de Salta, con un pavimento deficiente, pero con condiciones cómodas para circular. Quienes se dirigen a Jujuy viven una especie de calvario que nace en la localidad salteña de Güemes y se extiende hasta la jujeña Perico. Las obras de la autopista que debería unir el río de las Pavas con el aeropuerto Horacio Guzmán están paralizadas hace años. La administración del ex gobernador Gerardo Morales culpó siempre al kirchnerismo por el parate en los trabajos. La llegada de Javier Milei al poder no generó ningún cambio en la situación. Al contrario: todo indica que nada se reactivará por el momento.
En Argentina nos hemos acostumbrado a tomar como normal aquello que debería ser la excepción. El mejor ejemplo es esta autopista paralizada: mientras los trabajos estaban activos se habían realizado varios desvíos por caminos de ripio para evitar la interrupción del tránsito; eran trochas precarias, arenosas e irregulares. Pero la extensa parálisis de las obras convirtió estos caminos alternativos y temporales en permanentes. Al punto que la Provincia terminó por pavimentarlos y señalizarlos.
A esto hay que sumar los aumentos en el costo de los peajes. Entre Tucumán y Jujuy hay que pasar por dos cabinas: una está en Molle Yaco y la otra, en Cabeza de Buey (Salta). En cada una, el conductor de un auto debe pagar $1.100. Si el vehículo es más grande, el precio aumenta. La pregunta que todos se hacen es: ¿a dónde va ese dinero? Porque es evidente que no está destinado a mejorar la infraestructura del camino.