Desde hace décadas que la historia oficial tiene “mala prensa”. Su sola mención se lee “entre comillas” y se sospecha de ella.

Por eso, desde el mismo título de la película se plantean las dudas sobre esta historia que cuenta la película que cumple 40 años, y que fue la primera en ganar un Oscar a Mejor Película Extranjera en Hollywood, en 1986.

Alicia es profesora de historia y en su profesión, como en su casa, siempre ha aceptado la versión oficial. Hasta que la fachada del régimen y su propia vida comienzan a resquebrajarse.

Estamos contando un relato que se desarrolla durante la dictadura cívico- militar.

La profesora de historia observa un doloroso viaje hacia la verdad, se atreve a sospechar, luego de hablar con una vieja amiga, de revisar la conducta de su marido y de encontrarse con una Abuela de Plaza de Mayo.

Alicia descubre con espanto que su hija adoptada es hija de desaparecidos y fue apropiada ilegalmente; la sociedad argentina de los 80 encuentra una representación que la exculpabiliza y la convierte en testigo más que en protagonista. “La decisión de su director Luis Puenzo y la guionista Aída Bortnik de contar la historia del secuestro de bebés a través de una madre apropiadora y no siguiendo la búsqueda de una abuela fue clave”, escribe el crítico Gustavo Noriega.

En otras palabras, la sociedad ve desde afuera lo que está sucediendo, como si no le perteneciera el genocidio de 30.000 desaparecidos, la apropiación de bebés, secuestros y torturas.

Frases

Nunca tan bien usadas frases como “nosotros no  sabíamos” (así se llama una serie de obras de León Ferrari) o del mismo director: “Había una gran parte de la Argentina que elegía no saber”.

“El origen del gobierno militar en la Argentina y en América Latina tiene un punto de partida económico, es la instalación de un proyecto económico. Hace unos cuatro o cinco años se empezó a hablar no ya de gobierno militar sino de gobierno cívico militar como si fuera una novedad, como si no hubiese sido evidente en los años en los que escribimos la película. Eso está en la película. El personaje de Roberto, interpretado por Héctor Alterio, es un empresario, trabaja en una empresa donde hay norteamericanos y un general en el directorio”, enfatiza Puenzo.

Pero esta discusión no ha sido la única que planteó la película.   En una escena, Ana (amiga de Alicia que regresa del exilio) se pelea con Roberto, el marido de Alicia, un empresario con contactos con la dictadura. En ese intercambio sobre el marido del personaje interpretado por Aleandro, ella le dice: “Son dos caras de la misma moneda, por eso se odiaban tanto”. “Quizás la formulación de la teoría de los dos demonios más clara que se haya expresado públicamente”, observa el crítico especializado Noriega.

Nota 1: El 20 de septiembre de 1984, Raúl Alfonsín recibió de manos de Ernesto Sábato el informe de la Comisión Nacional de Desaparición de Personas, que documentó la existencia de 340 centros clandestinos y la desaparición de 8961 personas. El prólogo de Sábato y debates posteriores, utilizan la “metáfora” de los  demonios y no disimuladamente se habla de los dos terrorismos. Osvaldo Bayer fue uno de los mayores críticos: y acusó a Sábato de “colaboracionismo con la dictadura” y lamentó que el Nunca Más “adjudique al demonio el Holocausto argentino sin dar nombres”.  

El rechazo al prólogo también se extendió a las organizaciones de derechos humanos y de la agrupaciones de izquierda.

Rodaje

El rodaje se inició en 1983, pero se reanudó en 1984 luego de una interrupción, con un elenco al cual integrado por Norma Aleandro, Héctor Alterio, Patricio Contreras, Chunchuna Villafañe y Hugo Arana entre otros, y la presentación de Analía Castro como Gaby, que previamente había trabajado en la novela “Amada” (1983), protagonizada por Libertad Lamarque.

La mamá de Analía (que protagonizó a la niña en el film) tenía un temor enorme de haber aceptado el proyecto. Vivían en Bernal. Un día, la madre de la pequeña actriz no quería ir a grabar, decía que un Ford Falcon verde se estacionaba frente a su casa.

La casa de Puenzo fue la locación principal y su estudio profesional se utilizó como el local de las Abuelas de Plaza de Mayo.

Lo primero que se filmó, mientras todavía se trabajaba sobre el guión, fue la marcha de las Abuelas en Plaza de Mayo, en 1983 -fue la tercera que hacían, ocurrida el 21 de septiembre-. Aprovechando las manifestaciones el equipo consiguió credenciales de prensa y se filmó toda la marcha de incógnito.                      

Terminando 1985 alcanzó 889.940 espectadores, y después de ganar el Oscar a Mejor Película Extranjera se volvió a reestrenar en marzo de 1986 obteniendo 820.538 más, sumando en total 1.710.478 espectadores.

El año pasado Netflix la sumó a su plataforma.

Otra estética

Desde un punto de vista estético, la película pertenece a un ciclo del cine argentino que comienza a terminar a mediados de la década del 90, momento en que se produce una gran renovación. Una década después de que la película ganara el Oscar, irrumpió una nueva generación.

“Nosotros decidimos ‘contrabandear’ político, ‘contrabandear’ ideas y lo que queríamos decir, en un formato que no le pertenecía al cine político. Para ello elegimos deliberadamente el melodrama, un género que a mí me gusta y respeto muchísimo. Elegimos la película intimista y decidimos encuadrarla dentro del formato norteamericano, que es el formato al que está más habituado el público mundial, inclusive el argentino”, explicó el director en diversas entrevistas.

Un melodrama ciertamente, un género que se despidió en los 90, a menos que se utilice como una apropiación irónica del kitsch.

Puntos de vista

Una película necesaria 40 años después

Fiorella Cademartori - Doctora en Ciencias Sociales. Docente universitaria

Vi “La Historia Oficial” a mediados de la década de 1990, en algunos de los años en que cursaba la secundaria. La película ya tenía una década desde su estreno. Sí recuerdo que busqué verla, después que, de casualidad, en la televisión por cable, estaban pasando “La Noche de los Lápices”. Con ambas me invadieron sensaciones similares, cierta extrañeza, confusión hasta incomprensión ¿Cómo puede ser que me esté enterando de esto ahora? ¿Cómo puede ser que, ahora, sepa que hay “otra forma de contar la historia”? Supongo que admitía que con 15, 16 años, esa parte de la historia argentina ya la conocía. Tal vez, me pregunté (¿o reproché a mí misma?) ¿por qué no hablamos de esto con mis compañeros/as? ¿Por qué en las miles de clases de toda la secundaria no leímos, debatimos, conocimos estas historias? ¿Por qué no se hacían las preguntas “incómodas” durante nuestra formación?

Volví a ver la película en estos días. 40 años después. Una experiencia recomendable. No solo porque es una joya del cine, sino porque analizar los personajes, identificar el papel que tuvieron los actores sociales de la época, escuchar detenidamente los diálogos, descifrar la denuncia, la impotencia, la impunidad, la solidaridad, la organización, conlleva una eximia posibilidad: incomodar. Y, de la mano de la incomodidad, la reflexión. La potencia de entender, a partir de una pieza artística, algunas expresiones del cotidiano, del devenir de la democracia desde aquel entonces, de lo que vivimos hoy en nuestro país. Tan incisiva ya en su título. Tan sugerente en las escenas. Tan lacerante en sus diálogos. Tan interpeladora en lo evidente. Tan necesaria hoy, 40 años después. En tiempos en que algunos sectores sociales entienden que la “batalla cultural” se libra prohibiendo, censurando, retirando y/o evitando desde personajes, libros a canciones; el ejercicio de la libertad es exactamente lo contrario: abrir, saber, conocer, acercar, afrontar, disentir. Como interpela María Elena Walsh (cuya canción recorre la película y abruma en la última escena) “en el país del nomeacuerdo, doy tres pasitos y me pierdo”. En el país, el ejercicio de la Memoria, la Verdad y la Justicia es, a mucha honra, una batalla ganada.

El cine siempre fue un arma para la historia

Gustavo Caro - Docente de la escuela de Cine. Documentalista

Cuando se estrenó “La historia oficial” yo cursaba la secundaria, era un adolescente.  Ya me interesaba el cine y el poco cine argentino que se podía ver en salas no me lo perdía. Esta película me causó un impacto muy fuerte. Recuerdo que generó mucha controversia en diversos ámbitos. Yo iba a una escuela técnica y, salvo por alguna o algún profe, se debatía poco el asunto. En una democracia temprana, la película se metía con un tema muy complicado.

En 1985, apenas dos años después de la dictadura, mostrar una de sus partes más oscuras y desconocidas hasta ese momento era un riesgo grande. De aquello que no se hablaba en los medios a la ciudadanía le costaba creer. A la apropiación ilegal de bebes, que después los conocimos con mayor claridad, la empezamos a dimensionar como sociedad con este film. Y también a tomar conciencia de lo que implicaba. El cine siempre fue un arma para la historia y en ese contexto, el cine argentino estuvo a la altura. Lo significativo de esta película es haber puesto en la mesa de los argentinos el debate y de esa manera contribuir al afianzamiento de la democracia que hoy vivimos, a pesar de todo. El Oscar vino por añadidura. Para algunos fue el guiño de los EE.UU. a favor del proceso democrático. La lección que nos deja es esta pregunta: ¿cómo nos pensarnos sin cine argentino?

Ficciones que dan rostro a la verdad

Dra. Gabriela Abad - Psicoanalista

Una de las condiciones más reveladoras que tienen las artes es la de ayudarnos a elaborar lo traumático. Al igual que los síntomas, los sueños o los juegos, son una vía regia para afrontar las desgarraduras que la violencia del trauma genera.

Las artes, en este caso el cine, brindan una ficción que atrapa una verdad en su núcleo, esta película nos representaba como sociedad. Una verdad muy difícil de entender en ese momento, porque no refiere solo a la problemática de la protagonista, Alicia, sino que Alicia éramos todos. Esa es una de las magias con las que la literatura, el cine, el teatro nos captura en sus redes, porque hablan de otros, pero en el fondo sabemos que hablan de nosotros. El dilema resuena en cada uno, de esta manera soportamos hacernos algunas preguntas, empezar a poner palabras a lo innombrable del horror, amparados en el recurso ficcional.

Esta tragedia que la película plantea es la que atravesaba  un pueblo entero, una sociedad abismada en su propia complicidad, ciega frente a un opresor que construyo una “verdad” a la que no había que cuestionar. “Los Argentinos somos derechos y humanos” repetían los eslogan oficiales, mientras en nuestras narices había una masacre orquestada por el estado. Muchos no querían ver y encontraban justificación para el horror.

La película de alguna manera, tal como lo que le ocurre a la protagonista, invitaba a todos a asumir las cobardías, a despertar de la pesadilla y mirar aquello que no se quiso ver, único camino para encontrar la dignidad.

En esa democracia incipiente, frágil y amenazada, también hubo gestos heroicos de muchos ciudadanos, que se permitieron cuestionar el horror, no sin dolor, y con cicatrices que aún hoy persisten.

Por esa razón fue tan importante este film, porque de una manera u otra, el conflicto que plantea estaba latiendo en el pueblo.  

Por fin, podíamos permitirnos poner en cuestión esa historia oficial, que con sangre se no había incrustado en las entrañas.