Y un buen día la diosa del viento besa el pie del hombre, el maltratado, el despreciado pie, y de ese beso nace el ídolo del fútbol. Nace en cuna de paja y choza de lata y viene al mundo abrazado a una pelota.
Desde que aprende a caminar, sabe jugar. En sus años tempranos alegra los potreros, juega que te juega en los andurriales de los suburbios hasta que cae la noche y ya no se ve la pelota, y en sus años mozos vuela y hace volar en los estadios. Sus artes malabares convocan multitudes, domingo tras domingo, de victoria en victoria, de ovación en ovación.
Quizás este fragmento de “El ídolo”, del libro “El fútbol a sol y sombra” del escritor, periodista y amante del fútbol, Eduardo Galeano (1940-2015), parece retratar con precisión el inicio, ascenso y consagración de Luis Miguel Rodríguez, el hombre que a los 40 años vuelve a ser la insignia de Atlético Tucumán en el Torneo Apertura 2025. “Pulguita”, como lo conocen los tucumanos (porque todos saben que “Pulga” era su hermano mayor, Walter) muestra la habilidad de siempre con la pelota a pesar del paso del tiempo. Su talento sigue intacto, como el de un mago que siempre tiene un truco más para asombrar. Cuando parece que ya no hay nada que mostrar, que todo está inventado, saca otro conejo de la galera: un caño, una asistencia o un gol de media cancha. “Se parece a mí en picardía”, dijo Diego Maradona en 2009, cuando sorprendió a todo el país al convocarlo a la Selección argentina que buscaba su mejor versión para el Mundial de Alemania 2010. Y no se equivocó.
Hoy, más de 15 años después de aquella frase del “Diez”, Rodríguez es la esperanza de disfrutar buenos pasajes de fútbol en un equipo que llega silbando bajito a un campeonato que tiene a Boca y River como candidatos principales luego del “estelar” mercado de pases que tuvieron este verano. Como pocas veces, se notó la diferencia en la billetera entre los grandes y el resto a la hora de armar un plantel competitivo. Sobre todo por la proximidad del Mundial de Clubes FIFA 2025, que comenzará en junio.
Lo curioso es que el cariño por el simoqueño no solamente llega desde el público de 25 de Mayo y Chile, que tiene motivos suficientes para considerarlo el mayor de sus héroes por jugar desde el Torneo Argentino A hasta la Copa Libertadores, el certamen más importante del continente a nivel clubes. “PR7”, como lo ha bautizado la última generación “decana”, se convirtió en un fenómeno que trasciende los colores de la camiseta. Se podría decir que es el último jugador del pueblo. Su huella no solo quedó grabada en Atlético, sino también en Central Córdoba de Santiago del Estero, Gimnasia y Esgrima La Plata y Colón de Santa Fe, donde levantó su único título oficial. Justamente la semana pasada los hinchas del “Sabalero” iniciaron una campaña en las redes sociales para que se concrete su regreso e hicieron tendencia el hashtag #ElPulgaAColon. La idea era presionar a la dirigencia para recuperar una pieza clave en la pelea por el ascenso a la máxima categoría. Sin embargo, el delantero tucumano parece tener una decisión tomada. “Los de Colón no se van a olvidar nunca de lo que logramos. No sé dónde me quieren más, yo quería terminar mi carrera aquí, en Atlético. Vivo en mi casa, en el club en el que fui feliz y eso es impagable”, dijo en noviembre del año pasado en una entrevista mano a mano con LA GACETA.
Cada jugada que el “Pulguita” inventa es reproducida una y otra vez en X, la red social a la que todavía nos cuesta no decirle Twitter. Genera admiración. Todos quisieran tenerlo en su equipo, incluso cuando, con cuatro décadas a cuestas, el retiro parece estar cerca. No reniega de la trayectoria que tuvo, pero todos saben que en su momento de esplendor no le faltaban condiciones para dar el salto al fútbol europeo. Tuvo una aventura en el viejo continente durante su adolescencia que no le dejó el mejor sabor a pesar de coquetear con dos gigantes. Estuvo en el Inter de Milán y también fue tentado por el Real Madrid durante una prueba. Las cosas no se dieron como esperaba por una cuestión burocrática y terminó en Rumania. Las promesas incumplidas y el aislamiento en un país lejano hicieron que considerara abandonar su sueño. La mala experiencia significó un mazazo para una carrera prometedora. La idea de ser profesional parecía esfumarse. “A los 17 para 18 estuve a punto de largar”, confesó alguna vez.
Fueron tiempos complicados. Colgó los botines y decidió trabajar como ayudante de albañil para ayudar económicamente en su casa. Afortunadamente, su hermano Walter jugó un papel fundamental en el momento más crítico. Fue él quien lo acercó primero a Racing de Córdoba y, más tarde, cuando la idea de abandonar el fútbol volvió a rondar su cabeza, lo llevó a UTA. Sus destacadas actuaciones en ese equipo no pasaron desapercibidas y, en 2007, el histórico Jorge Solari decidió sumarlo a las del “Decano”. A partir de ahí, comenzó a escribirse el capítulo más conocido de su historia.
El último “jugador del pueblo” continúa siendo el faro de un equipo que encuentra en él algo más que talento: un motivo para creer, una razón para soñar con victorias que trascienden el campo de juego. Porque, como decía Galeano, “el fútbol es la única religión que no tiene ateos”, y “Pulguita” Rodríguez es el último profeta.