En 1941 la etnomusicóloga Isabel Aretz Thiele, junto a la fotógrafa alemana Elena Hoffmann, recorrió la provincia para hacer las primeras grabaciones de la música tradicional. Se lo había encargado la UNT, bajo el rectorado de Adolfo Piossek y con sugerencia y ayuda de Ernesto Padilla y Alberto Rougés, como complemento del rescate poético realizado en esos años por Alfonso Carrizo. Así se relata en “Curiosidades de los hombres del Centenario”, del Centro Cultural Rougés.

Aretz cuenta que llevaba “un flamante grabador de discos que pesaba 36 kilos, que permitía captar la música y hacerla oír a los ejecutantes, que por primera vez en su vida podían escuchar sus voces (he visto a algunos llorar de emoción). Pero el grabador requería corriente eléctrica y realmente no la había, y cuando había, el voltaje no alcanzaba. Fue así que se me ofreció una primera solución llevando una batería de automóvil. Cargué con ella por los Valles Calchaquíes, pero la batería se descargaba poco a poco y hacía que la música se acelerara cada vez más, y como en los Valles no había automóviles (los viajes eran a lomo de mula) tampoco se podía recargar la batería. En el viaje siguiente un grupo electrógeno, que pesaba 56 kilos, me daba la corriente necesaria, pero era sumamente ruidoso y por más que lo ubicaba lejos, hasta donde el cable lo permitía, las grabaciones captaban el ruido”. Aretz encontró arpistas, cantores con guitarra, violinistas y flauteros. Recopiló 795 melodías. El trabajo fue publicado por la UNT en 1946 en: “Música tradicional argentina. Tucumán, historia y folclore”.

Recuerdos fotográficos: 1995. Trasladan familias de la vía de Marco Avellaneda al 900