¿Es útil y conveniente adoptar herramientas o programas de IA de cualquier manera en las instituciones educativas? La respuesta corta es obvia: claro que no. Sin embargo, lo que vemos que está ocurriendo en escuelas y universidades no parece muy alentador. La IA se ha convertido en el juguete nuevo del sistema, la palabra mágica que todos quieren pronunciar para parecer modernos. Directivos que incluyen ‘inteligencia artificial’ en sus presentaciones como antes ponían ‘innovación’ o ‘competencias del siglo XXI’, ministros que anuncian planes digitales como si estuvieran abriendo la puerta del futuro, docentes que muestran un chatbot en clase como quien enseña un truco de magia. Y detrás de todo eso, nada, o muy poco. Ni transformación, ni estrategia, ni una reflexión seria sobre lo que significa educar en un mundo donde las máquinas y los sistemas piensan (reúnen información, cotejan, tabulan, comparan, razonan, reflexionan, simplifican, sintetizan, concluyen,…) mejor que nosotros. ¡Mucho mejor!

Veamos a continuación algunos errores comunes.

La lógica del show

El primer error es creer que usar la herramienta equivale a innovar. Una ingenuidad. Sobran ejemplos en donde el profesor se luce pidiéndole a chatGPT que escriba un poema. Los alumnos se sorprenden, aplauden y, acto seguido, siguen trabajando igual que antes. ¿Aprendieron algo sobre pensamiento crítico, sobre cómo formular preguntas, sobre cómo validar información? No, lo único que aprendieron es que existe un asistente potente que resuelve rápido. Fin. Es la misma lógica del espectáculo, no la de la educación. La IA se usa como show, como entretenimiento pasajero para subir a redes sociales con el hashtag #TransformaciónDigital. Y la educación, que debería estar repensando su sentido en la era algorítmica, se conforma con un truco de baja complejidad.

El segundo error es más preocupante, y consisten en convertir a la IA en la nueva proveedora de trabajos prácticos. Antes el alumno copiaba de Wikipedia, ahora copia de ChatGPT. ¿Por qué? Porque seguimos pidiendo lo mismo que pedíamos hace 30 años: ensayos sobre la Revolución Industrial, resúmenes sobre las teorías de Piaget, monografías recicladas que no exigen nada más que juntar palabras. Del rincón del vago a OpenAI sin escalas. Antes se tardaba horas en copiar y pegar. Hoy son segundos. Y el profesor, lejos de reconocer que el problema está en el diseño de la consigna, prefiere indignarse por el ‘uso indebido y deshonesto’ de la IA. La verdad es incómoda: si las evaluaciones son obsoletas, la inteligencia artificial no las mejora, las destruye más rápido. ¿Se entiende? Pero claro, en el discurso se dice que ‘la tecnología acelera los procesos’. Pero se omite agregar que, mal implementada, acelera la mediocridad.

Existe otro error recurrente, vinculado a la eficiencia. Universidades orgullosas porque ahora corrigen exámenes multiple choice en segundos gracias a un algoritmo. Como si el gran salto pedagógico del siglo XXI fuera automatizar evaluaciones que ya eran inútiles en 1985. El problema nunca fue el tiempo que tardaba un profesor en corregir, sino que esas pruebas no miden nada relevante para formar ciudadanos que puedan sobrevivir en un mundo redefinido por la IA y sus tecnologías afines. Pero ahí están, invirtiendo para optimizar procesos absurdos y obsoletos. Si la educación fuese el Titanic, hoy estaríamos usando la IA para pulir las barandas más rápido mientras el barco se hunde.

También se observa seguido la ilusión de la personalización. Plataformas que prometen aprendizaje a medida gracias a la IA. Suena estimulante y esperanzador, pero en la práctica solo ajustan la dificultad de ejercicios estandarizados en función de respuestas anteriores. Eso no es personalizar: eso es administrar la repetición mecánica con un algoritmo simpático. Si de verdad se desea personalización genuina y sostenida de los aprendizajes, entonces se deben repensar la currícula, las metodologías de enseñanza, la dinámica del aula, los procesos de validación de aprendizajes, y todos los elementos vinculados al propio proceso de aprender. Llevar adelante este trabajo duro y reformador exige coraje institucional y reequipamiento de capacidades docentes. Las instituciones suelen no hacer lo segundo y carecer de lo primero, por esto optan por pagar licencias caras, fingiendo que el futuro ya llegó.

La historia se repite

Mientras el sistema simula de esta manera, florece la “innovación PowerPoint”: directivos y funcionarios que llenan diapositivas con robots y frases rimbombantes sobre el aprendizaje del mañana. Nadie quiere hacer las preguntas que realmente importan, las que incomodan. ¿Qué saberes siguen siendo esenciales cuando cualquier respuesta está a un click o en un prompt? ¿Qué capacidades humanas tenemos que potenciar para que las personas no se vuelvan obsoletas en diez años o antes? ¿Cómo se evalúa progreso en el aprendizaje en un contexto donde el conocimiento se genera en tiempo real? Pero no hacemos estas preguntas, seguimos debatiendo si los chicos pueden usar ChatGPT para hacer la tarea. Google, Wikipedia, Smartphones, ahora ChatGPT, la historia se repite, damos el debate incorrecto, evadiendo la discusión de fondo. ¿Sirve este sistema educativo para este contexto de época?

El verdadero dilema es otro: ¿para qué estamos educando? Porque si la función histórica de la escuela era transmitir información, esa función ya no es necesaria. Las máquinas lo hacen mejor, más rápido, sin costo y sin quejas. Entonces, ¿qué nos queda? Formar pensamiento crítico, creatividad, juicio ético, empatía, resiliencia. Todo eso que no se copia, no se pega y no se terceriza. Pero lograrlo no se consigue instalando una App milagrosa. Exige rediseñar experiencias, asumir riesgos, cambiar estructuras oxidadas. Exige pararse de manos contra el status quo, el corporativismo, el conservadurismo, la militancia y la argumentación nostálgica. Y eso incomoda. Es mucho más fácil seguir haciendo lo mismo de siempre y anunciar que tenemos un chatbot.

Volviendo a la pregunta inicial, ¿es útil y conveniente adoptar herramientas o programas de IA de cualquier manera en las instituciones educativas? No, es torpe y también peligroso. Crea la ilusión de la modernidad mientras profundiza la obsolescencia, a la vez que multiplica la dependencia tecnológica sin desarrollar criterio. Reemplazar el esfuerzo intelectual por atajos tecnológicos vacíos de sentido que no enseñan nada debería ser el último lugar en donde escuelas y universidad deberían aspirar a estar.

Por lo tanto, antes de llenarse la boca hablando de IA, hay que desensillar y reflexionar. No estamos hablando de un “recurso” novedoso y simpático, sino de un cambio de época que desafía la esencia misma de la educación. Y eso no se resuelve con un plugin ni con un PowerPoint. Directivos, funcionarios, docentes están obligados a desarrollar un nuevo criterio institucional que abrace y comprenda, y que a partir de allí ilumine una nueva travesía y trayectoria. Deben estudiar, experimentar, discutir, disentir, comprender, acordar el potencial transformador de la IA y sus derivaciones prácticas antes de decidir cómo integrarla. Porque la IA puede ser la gran oportunidad para reinventar la educación… o el pretexto perfecto para acelerar su irrelevancia.