El destino quiso que el primer viognier tucumano llevara la firma de Luis Rolando Díaz, y que su calidad fuera reconocida de inmediato con una Medalla de Oro en el Concurso Internacional de Vinos y Licores Vinus 2025, celebrado en Mendoza. Un logro que llena de orgullo a “Rolo”, como lo conocen en el mundo del vino, especialmente por haberlo alcanzado en la tierra donde el torrontés suele ser protagonista indiscutido.
Este colaleño amante de las guitarreadas transmite sus conocimientos con una sencillez admirable y una calma que parece brotar del propio paisaje. Prefiere dejar que sea el terroir del Paraje La Ciénaga, ese rincón de altura ubicado a más de 2.300 metros sobre el nivel del mar, el que hable con voz propia.
"Yo aprendí a hacer vinos con mi papá, que hacía el clásico patero que se vendía en damajuanas de más de 20 litros. Recuerdo que él usaba una bordalesa de algarrobo. De ahí salía un vino blanco que era oscurito, pero no tinto, porque lo fermentaban con el hollejo", comenta.
Para conocer el origen del Altos La Ciénaga Viognier 2025 hay que retroceder unos años, cuando "Rolo" comenzó con las pruebas. “Fue un experimento que ahora voy a tratar de ampliar. Empezamos hace tres años haciendo producciones muy pequeñas, entre 20 y 50 litros. Pero yo veía que tenía potencial y que era algo distinto”, recuerda.
“En el Valle, el torrontés se expresa muy bien y es muy rico, pero yo buscaba algo para hacer un corte, para diferenciarlo y hacerlo distinto. Necesitaba encontrar el compañero perfecto. En Cafayate, por ejemplo, tienen riesling y sauvignon blanc, pero yo quería buscar algo propio para Tucumán”, explica y detalla que el viognier encontró luz en la zona y tuvo devoluciones muy positivas. "Ahora, con 500 plantas en producción, ya logramos elaborar cerca de 800 botellas. Es oficialmente el primer viognier tucumano, y eso me llena de orgullo. Es un vino fino, muy lindo", asegura.
Este varietal, nacido en el Valle del Ródano (Francia), se distingue por un intenso perfil aromático que combina notas florales (jazmín) y frutales (durazno, mango). Es de cuerpo estructurado y untuoso, con un notable peso en boca superior al de otros blancos. Visualmente, presenta un color amarillo profundo.
Para Díaz, es un vino que puede usarse para un maridaje regional: "Una de las mayores ventajas del blanco es su acidez, que es mucho más alta que la del tinto. Entonces te limpia bien la boca. Vos sentís la sensación de que le saca el aceite de la empanada frita, por ejemplo. Para mí es una mezcla perfecta".
La etiqueta del vino lleva la inconfundible firma de “Rolo”, la misma que distingue al Syrah de su bodega. Ese sello nació casi por casualidad, hace algunos años, cuando unos turistas que lo visitaban quedaron maravillados con sus vinos. Uno de ellos le pidió que autografiara una botella sin etiqueta y escribiera el nombre de la cepa para recordarla. Desde entonces, esa firma se transformó en su marca registrada.
Una tierra que abraza al viognier
El viognier ya se había destacado en Mendoza y la Patagonia, pero es poco frecuente en los Valles Calchaquíes (que se extienden también por Salta y Catamarca) porque es una vid propensa a enfermedades. El único antecedente de un vino 100% Viognier en la región lo tiene Bodega Etchart, en Cafayate.
Sin embargo, tuvo perfecta adaptación al viñedo de “Rolo”. “Mi manejo es agroecológico: planto, riego y nada más. Busco la expresión más pura. Al principio quería riesling, pero el viognier se impuso. La idea es duplicar la producción de estas 500 plantas”, advierte el winemaker.
“La elaboración del vino blanco exige casi transparencia”, explica, y añade: “La técnica es sencilla pero crucial: cosechar, despellejar y fermentar sin semillas ni cáscaras, usando las levaduras propias de la uva, siempre controlando la temperatura”.
La cepa encontró en este suelo de altura un hogar inesperado, demostrando que la combinación de paciencia, conocimiento y respeto por el terroir puede abrir nuevas fronteras para los vinos tucumanos.