Hemos recordado otras veces que el pintor francés Amadeo Gras, durante sus giras, estuvo dos veces en Tucumán, en 1834 y en 1845. El libro biográfico de Mario César Gras aporta algunos detalles de esas estadías. En 1834, al pasar por Santiago no quiso quedarse, a pesar de que el gobernador Juan Felipe Ibarra y Adeodato de Gondra querían posar. Debía cumplir la promesa de retratarlo hecha al gobernador de Tucumán, Alejandro Heredia.

Permaneció aquí un mes. Ejecutó los retratos de Heredia y de su esposa, Juana Cornejo. El gobernador lo agasajó con una invitación a su estancia La Arcadia, y le facilitó su carruaje, más una escolta militar, cuando siguió viaje al norte. Gras también se dio tiempo para ejecutar otros siete retratos, de damas y caballeros tucumanos.

La segunda vez, en 1845, permanecería también varias semanas en Tucumán. Pintó entonces sólo tres retratos. Además, su esposa dio a luz una niña en esta ciudad. Fue bautizada con el nombre de Marcelina. El ingeniero Pedro Dalgare Etcheverry (autor del plano de nuestra Catedral, que empezaría inmediatamente a erigirse), y doña Visitación Avila Aráoz, fueron los padrinos.

El biógrafo cuenta que los retratos de Gras suscitaban a veces curiosas reacciones. En Chile, una dama le devolvió la tela "para que -decía en una carta- me haga el favor de ponerle pechos, pues varios amigos de mi marido le han dicho que parezco santo. También me achica la boca, que no me agrada tan grande, y me pone un poco más de colores en la cara porque estoy muy pálida". Pedía igualmente que la pintara "un poco más ancha de hombro a hombro, como un geme más, así no parezco tan flaca". Y, concluía, "me hará el favor de agrandar la joya del collar para que luzca más"...