"La cosecha del limón es para mantenerse; para comer, nada más", afirma Lorena Vizuara (27) y los ojos se le humedecen al afirmar que no quiere para su hija Luz Candela (cinco años) una vida sin educación. "Por eso -enfatiza- yo ya no voy más a Río Negro". Si cumple la promesa, ella habrá dejado atrás 19 años de migrante a las cosechas en el sur.
En la casa de los Escobar, en Acheral, al calor no lo mitiga ni el ventilador de pie. Alrededor de la mesa con mantel de plástico, Lorena y su esposo, Víctor Escobar, acercan otro testimonio agridulce del ser golondrina.
"Mi papá iba a Mendoza con mi hermano mayor. Yo iba desde los ocho años, con mi mamá, que hoy tiene 42 años, y con mi padrastro. Y me gustaba viajar; pero cuando yo venía de allá, en junio, ya no podía seguir la escuela. Cuando yo llegaba se me complicaba todo; y decidí dejar, porque no la entendía", cuenta Lorena, con la voz quebrada. Pero para ella, este es un tiempo de revancha: ahora terminó la primaria, recibe $ 750 de un plan social y ha empezado a estudiar la secundaria en Santa Lucía; "para entender un poquitito mejor, para ayudarla a Candela en la escuela, para tener un título".
A Víctor, que de chico trabajaba en la caña con su papá, Río Negro no lo ha tratado demasiado bien. Pero sabe que la futura casa familiar sigue dependiendo de los veranos trabajando en el sur . "Lo bueno es que hay trabajo; con los milicos no tengo muy buena experiencia del primer año que he ido", dice. Cuenta que un día fue a parar a la comisaría por un malentendido, y que terminó acusado de "tucumano gato".
"Ahora -cuenta Víctor, enfundado en su camiseta de fútbol esponsoreada por el "Tano" Alfaro- voy a la chacra, pero casi no salgo". Desde el punto el vista económico, es una salvación ser golondrina, afirma Lorena. "Usted llega con trabajo, es trabajar y trabajar hasta el día que uno se viene. Por temporada traemos unos $ 15.000", estima. "Tenemos pensada una casa propia; esto es de mi suegra, y yo ya tengo mi terreno. A esta casa la hizo con mucho esfuerzo mi cuñada; es profesora de Ciencias Jurídicas, tiene 35 años y de chica cortaba la caña con el machete", cuenta.
Para Carmen, Río Negro es una buena experiencia. Pero reconoce que hay quienes la pasan mal. "Nosotros vamos siempre a la misma chacra. Tengo cocina y dos piezas. En las fincas grandes, en cambio, son galpones; hacen lo que quieren y los despiden sin contrato", dice.
Lorena se entusiasma cuando se le pide un balance de su vida. "La Argentina, para mí, ha progresado; hoy se come todos los días. Yo los veo a mis abuelos, que reciben su jubilación. Nosotros vivíamos en una pobreza muy mala, a veces no teníamos ni para la yerba; hoy; él tiene módulo, con baño, aunque no lo quiere usar". concluye.