"A mí me encanta Río Negro. Río Negro es re-lindo. Pero cuando la gente empieza a volverse, uno se desespera por venirse, también", se ríe Gabriela Palomino, con su risa entre nerviosa y pudorosa, mientras un crío da vueltas por la vivienda humilde a la que, se adivina, le falta todo y que es prestada o alquilada.
La risa fácil le disimula los 37 años del documento y una vida que ella y esa risa fácil parecen empeñadas en desdramatizar. Hoy madre de cinco hijos, Gabriela era una niña cuando ya viajaba con su papá, José (85 años) a Río Negro, a la cosecha del tomate. "Yo era chica; me acuerdo que entonces hasta teníamos que llevar los colchones; ahora, no. Los lugares son re-cómodos ahora", afirma.
"Hoy, con el bolso y la mercadería para los primeros días alcanza", asegura Gabriela, que no ha terminado la primaria. "Volvíamos en marzo, y la escuela ya había empezado. Con mis chicos pasa lo mismo; pero ellos van re-bien en la escuela. Cuando vuelven, ahí nomás completan carpetas", dice.
En Río Negro, acompañada por su esposo Enrique, que durante el año trabaja en el limón, y por sus hijas de 12, 14, 16 y 18 años, Gaby junta peras y manzanas. "Por ahí me ayudan a mí; no las quiero dejar solas en la casa", cuenta con risa inocente. Jesús Pellasio, secretario general de la delegación Tucumán de Uatre (sindicato de los trabajadores del Campo) le pone un nombre a esa situación: trabajo infantil encubierto. "Aunque las cosas han cambiado, porque ahora hay una responsabilidad del Gobierno y de los gremios, muchos son contratados por aventureros; y el golondrina va disgregando la esencia de la familia. Hay quienes van con la familia porque es mano de obra en negro. Acá, lo que falta es trabajo en la provincia", enfatiza el dirigente sindical.
Desde el Gobierno, el responsable de los programas especiales de la Secretaría de Trabajo, Pedro Lazarte, consigna que Mendoza es la única de las provincias receptoras de grupos familiares enteros; en los "Jardines de buena Cosecha", los niños de los trabajadores rurales reciben educación informal, cobertura y monitoreo de salud. Sin embargo, Lazarte admite que la falta de adecuación entre las currículas es uno de los grandes "efectos colaterales" del trabajo golondrina: chicos que no pueden seguir estudiando. "Pero con el Ministerio de Educación estamos trabajando para resolver esa situación", afirma.
Mientras tanto, Gabriela sonríe. Cuenta los días para el viaje a Río Negro. Siempre a la misma chacra, donde vendrá el reencuentro con las amigas que fue haciendo. El trabajo de años anteriores les ha permitido comprarse el lote. A partir de ahora, dice esta golondrina que hace verano, hay que ahorrar para construir la casa.