CIUDAD DEL VATICANO.- Una fe adulta, dijo una vez Benedicto XVI, no es la que "sigue las tendencias de la moda y las últimas novedades". Ante la mayoría de la gente, el Papa renunciante es visto, simplemente, como un acérrimo defensor de la ortodoxia de la Iglesia. Pero, en realidad, es una persona compleja y un incisivo pensador, cuyas reservas por la cultura contemporánea y su amor por Mozart y Beethoven no lo apartaron de su principal preocupación en la vida: la persecución de la verdad.
Hombre humilde, teólogo consumado y líder severo, Joseph Alois Ratzinger fue notablemente diferente en personalidad a su antecesor polaco, Juan Pablo II, pero le ofreció continuidad a una Iglesia huérfana de uno de sus más carismáticos y longevos líderes.
Nació el 16 de abril de 1927, Sábado Santo, en Marktl am Inn, una pequeña ciudad del sur de Alemania. Era el tercero y más joven hijo del funcionazrio de la Policía, Joseph Ratzinger, y su mujer María. Como alumno del seminario, a los 14 años fue obligado (según afirmó siempre) a unirse a las Juventudes Hitlerianas y en la Segunda Guerra Mundial fue reclutado para servir en una batería antiaérea. Su breve carrera militar se interpuso en su temprano deseo de unirse a la jerarquía de la Iglesia: según su hermano Georg, también sacerdote, el actual Papa tenía sólo cinco años cuando anunció su intención de convertirse en cardenal.
Después de la guerra, estudió filosofía y teología en la Universidad de Munich y se ordenó sacerdote el 29 de junio de 1951. Dos años después se doctoró en Teología (su tesis fue sobre San Agustín) y se convirtió en profesor de las universidad de Freising y de Bonn. Sólo tenía 30 años cuando formó parte del Concilio Vaticano Segundo como asesor, y a los 50 años fue consagrado arzobispo de Munich y Freising, el 28 de mayo de 1977. Menos de un mes después fue proclamado cardenal por Pablo VI.
En 1981, Juan Pablo II lo nombró prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, desde donde desplegó su pensamiento ortodoxo. Decano del Colegio Cardenalicio, presidió el funeral de su predecesor y el cónclave que lo eligió Papa en abril de 2005, en una tercera votación. Así se convirtió en el octavo alemán en llegar al cargo en los 2.000 años de catolicismo, y el segundo no italiano en casi 500 años. Eligió su nombre en honor de San Benedicto, fundador del ascetismo europeo.
Agitación en el poder
Antes de ser elegido Papa, el apodo de Ratzinger era "el rottweiler de Dios", en referencia a su estricta postura sobre asuntos teológicos. Pero después de sus años en el cargo, mostró que no sólo no mordía, sino que apenas ladraba.
Durante su mandato, hubo hechos que desviaron con frecuencia el foco de atención de lo teológico. En gran parte de su pontificado lidió con escándalos: recibió acusaciones de abusos sexuales por parte de sacerdotes contra niños y jóvenes; fue objeto de la ira de los no católicos ofendidos por ciertos comentarios difamatorios (le pasó en 2006, cuando se refirió al islam como una religión "malvada e inhumana", y luego se quejó de que sacaron sus palabras de contexto) y de los católicos progresistas por permitir el regreso al oficio religioso en latín; y soportó el impacto del Vatileaks, la filtración de información confidencial de las internas en el clero, que proyectó su imagen de un ser débil y manipulado por las intrigas vaticanas antes que por las doctrinas teológicas.
Su conservadurismo en cuestiones eclesiásticas y sexuales dividió con frecuencia a las sociedades. Pero ni sus críticos más duros dejan de valorar que sabe escuchar y la brillantez de sus ideas.
Su férrea oposición al ordenamiento de homosexuales; la defensa a ultranza de la existencia del infierno; los 24 viajes realizados al exterior; los mensajes a la juventud y sus tres encíclicas, son también testimonios que deja este Pontífice. (DPA-Reuters-Télam)