Por Dolores Caviglia
PARA LA GACETA - BUENOS AIRES
Alan estaba sofocado; en 1979, cuando se anotó en la carrera de Letras, a los 20, se sentía aislado. Hacía ya tres años que formaba parte de grupos de estudios, como el de la escritora cordobesa Josefina Ludmer, y muchos más que escribía. Pero no tenía vida social. Entonces, pensó que la universidad sería un buen lugar para conseguir amigos. Así fue: sus maestros y sus compañeros de esa época siguen en su vida.
De chiquito intentó ser poeta y también pintor, pero se dio cuenta que no era muy bueno; hoy, con 54 años, Alan Pauls es escritor, crítico literario, periodista, profesor, guionista de cine y también actor, aunque de eso mucho no hable. Su primer libro fue El pudor del pornógrafo, de 1984. Le siguieron Manuel Puig, La traición de Rita Hayworth, Wasabi, El factor Borges, El pasado (novela con la que ganó el Premio Herralde 2003), y La vida descalzo, entro otros. Además, presenta películas en el ciclo Primer Plano del canal I-Sat, es fanático de la serie Breaking Bad y fue descripto por el autor chileno Roberto Bolaño, quien le dedicó un capítulo de su libro El gaucho insufrible, como "uno de los mejores escritores latinoamericanos vivos".
Durante esta charla, Alan va a tener frío, va a mirar por la ventana de un café de Buenos Aires, va a tomar agua con gas y va a hablar con oraciones largas, repletas de subordinadas (como cuando escribe), con pausas.
- Este año publicaste Historia del dinero, última novela de la trilogía que arrancó con Historia del llanto. ¿Qué buscaste contar en estas historias?
- Yo quería hablar de una clase, la clase media, que está tironeada por pulsiones, deseos, ambiciones contradictorias, porque muchas veces no se corresponden con sus fantasías políticas. Es un drama; es la única clase que funciona como desgarrada; hay una relación más difícil con la identidad que en la aristocracia o el proletariado. La clase media está muy marcada por la insatisfacción: es la única que habla mal de sí misma. A mí me molesta su cobardía, su doble moral, ese deseo de mantener privilegios y el discurso de no tenerlos. Y me interesaba hablar de eso, por ejemplo la problemática del dinero tal como la experimenta esta clase, que está siempre aterrada por la posibilidad de perderlo; me interesa el vértigo de lo que pueden perder.
- Comenzaste a escribir la trilogía hace más de siete años, ¿cómo fue el proceso de escritura? ¿Modificaste muchas cosas en tu cabeza desde ese arranque?
- Tenía la idea de que fueran tres novelas cortas, que cada una girara en torno a un elemento, que fueron llanto, pelo y dinero. Sabía que iba a orbitar alrededor de los años 70 y tenía algunas reglas formales que quería respetar: la tercera persona, el presente como tiempo de la narración, la estructura temporal de rebote, de vaivén. Eso se mantuvo; pero no tenía ni idea de cómo iban a ser las historias, no sabía qué era lo que iban a contar.
- ¿Cuál es el vínculo que tenés vos con estos tres elementos?
- Bueno, son tres cosas que a todos nos resuenan, nos hacen eco. Decís pelo y hay una constelación de ideas, imágenes, problemas que aparecen; lo mismo pasa con el llanto y el dinero. Los acontecimientos que cuentan las novelas son muy íntimos, son acontecimientos de la percepción, de la memoria. Las tres novelas reconstruyen para mí la formación de una sensibilidad en los años 70 de la Argentina; de la clase media, desgarrada, sentimental, disconforme. Yo soy una pieza que flota en ese caldo. Además, toda la gente que tiene pelo tiene miedo de perderlo, yo lo tengo. Con el llanto es distinto, tengo épocas, es estacional. En general lo que me puede hacer llorar es ver a alguien solo con su padecimiento. Hay una escena en la película Paris, Texas, de Wim Wenders, en la que el protagonista cruza un puente y pasa al lado de un loco que les grita a los autos que pasan; eso me hace llorar, cada vez que la veo: la escena de una persona atrapada en un soliloquio sufriente. Después, el dinero me preocupa como a todo el mundo. Pero cuando fui padre me di cuenta que es cierto eso de que los niños vienen con pan bajo el brazo, porque pude entender que la preocupación previa respecto al dinero es falsa. Los chicos reformulan las prioridades, lo que antes era objeto de preocupación se vuelve insignificante después de parir: es una experiencia que reduce el problema del dinero a su proporción justa.
- ¿Qué te pasa cada vez que terminás un libro?
- Soy muy exigente conmigo, supongo que todos los que escriben tienen un nivel de exigencia alto. No creo que nadie pueda escribir por inspiración, y si así lo hace luego tiene que corregir, reescribir, y ahí sí aparece el control, la reflexión. Y cada vez que pongo el punto final me digo: "Esto es lo mejor que pude hacer". Siempre hay otros libros para escribir mejor, para corregir uno ya terminado. Y nunca me leo tiempo después. Me parece que hay muchas cosas más interesantes que hacer o leer.
- ¿Tenés alguna rutina a la hora de escribir?
- Suelo dar vueltas alrededor de lo que estoy trabajando todos los días. Antes, cuando trabajaba en Página/12 tenía la vida dividida: escribía por la mañana y a la tarde iba a la redacción. Pero cuando dejé el diario me las empecé a ingeniar con el tiempo. En general estoy trabajando en la computadora seis o siete horas por día, no siempre escribiendo, claro, pero con escribir dos o tres horas me alcanza. Mucho más no me da físicamente, me canso mucho y me quedo viendo cosas periféricas. También pierdo mucho el tiempo pero siempre alrededor de lo que estoy haciendo: veo películas, navego en internet, derivo, me gusta mucho derivar. Hay momentos también en los que me siento trabado, que no puedo seguir, entonces salgo, hago algo físico, cambio de actividad, me gusta mucho andar en bici, caminar, pegarme una ducha. Y no sé si cuando estoy escribiendo me logro desconectar del todo, depende el momento. Hay veces en que estoy en trance total, me resulta difícil desenchufar; y hay otras en que me siento como en un laburo de oficina: me desconecto a las horas y no pienso en eso para nada.
- ¿Cómo fueron tus comienzos con la literatura? ¿Cuándo te diste cuenta que querías ser escritor?
- Yo empecé a escribir cuentos cuando tenía 12 o 13 años; eran historias de ciencia ficción copiadas de Ray Bradbury. Fue mi madre quien conservó mis primeros escritos; se ve que ya había reconocido un potencial en mí. Pero a la literatura llegué a través de las historietas, que fueron lo primero que leí: desde El Eternauta hasta Condorito. Y por Jorge Panesi, mi profesor del colegio, quien me alfabetizó en términos críticos, me lavó el cerebro. Yo aprendí a leer con él y con el relato de Cortázar Las babas del diablo. Ahí empezó todo para mí, fue como el Big Bang, y él fue el corruptor.
- ¿Qué rol ocupa el cine en tu vida?
- Soy muy defensor del nuevo cine argentino, pero un defensor viejo. Me parece una especie que debe ser protegida, que está amenazada. Pienso en el pasado, en las épocas más tristes audiovisuales de mi generación, donde había gente que no podía ir a ver cine argentino sin avergonzarse. Fueron los años 80 y 90, la época de La historia oficial, de El exilio de Gardel, cuando los cineastas buenos no podían filmar y se fueron a las escuelas de cine. Eso fue un gran milagro, porque formaron gente que sí pudo hacer cine y eso revolucionó todo. Hoy conozco al menos 10 cineastas que hacen películas geniales, incluso después de 15 años de hacer films: Rodrigo Moreno, Lisandro Alonso. Gente muy buena y que está en actividad; son tipos que dicen "la cosa puede que vaya por acá". Hay que escucharlos incluso cuando se equivocan. La industria siempre tendió a eliminar a la gente rara y es justamente la gente rara la que le da ideas a la industria. Me gusta este nuevo cine argentino enfermo.
- En la actualidad, ¿en qué estás trabajando?
- Estoy escribiendo un libro que es justamente un ensayo biográfico sobre Raúl Ruiz, un cineasta chileno. Asumo que a fin de año o a principios de 2014 ya estará publicado. Además, estoy empezando con una novela, pero como dicen los obstetras: "Es un botón embrionario todavía".
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