John F. Kennedy y un viaje a la memoria de su crimen

Hoy Dallas está impregnada del magnicidio de Kennedy. Inclusive, están la cerca y los arbustos arriba de la pequeña lomada donde se cree que se refugió un segundo tirador. ¿Por qué el automóvil dobló hacia la derecha, por la calle Houston, y continuó por la calle Elm? El 22 de noviembre de 1963 no solamente murió un presidente, sino que también el rifle de Oswald hizo trizas un sueño que se había extendido por todo el planeta

17 Noviembre 2013

Por Elisa Cohen de Chervonagura - Para LA GACETA - Dallas (EE.UU.)

Nunca olvidaré el día en que mataron a John F. Kennedy.

Para aquellas niñas que crecimos entre las lecturas de Mujercitas o de Jane Eyre, en un mundo de películas elaboradas por el mundo edulcorado de Disney, que alguien hubiera matado a ese muchacho buenmozo y siempre sonriente que veíamos en los informativos del cine, era un golpe traumático.

Hoy, Dallas es una ciudad que, para quien la visita, no genera un amor a primera vista. Se trata de una metrópoli de vidrios espejados cuyas proporciones titánicas, alejadas de la medida humana, permiten entender muchas de las escenas y conflictos expresados en la serie homónima, tan en boga en los años 80.

Estas primeras impresiones se acentúan cuando advertimos que sus edificios se repliegan en medio de una llanura tan parecida a nuestra pampa, con mucho de fantasmagórica y con habitantes que se desplazan con sus sombreros texanos y sus botas dentro de enormes automóviles.

Pero, además, todavía hoy Dallas (que suena tan parecido a "balas") está impregnada del magnicidio de Kennedy. Incluso están la cerca y los arbustos arriba de la pequeña lomada donde se cree que se refugió un segundo tirador, además del asesino Lee Harvey Oswald. Es posible seguir el recorrido que hizo este último desde su casa hasta el cine Texas, en el barrio de Oak Cliff, donde fue capturado.

Me acerco al lugar del hecho. Los árboles ejecutan con parsimonia un réquiem agónico entre sus ramas. Más abajo, en la semipenumbra tornasolada, ingrávidas moscas orbitan elípticamente. Una hoja chirria y se desliza con un crujido disonante sobre el pavimento donde están marcadas las cruces que señalan el lugar exacto en el que Kennedy recibió los disparos, mientras la primera dama Jacqueline Bouvier gateaba sobre el capot del auto buscando auxilio, tal como se la ve en la película familiar registrada por la cámara de Abraham Zapruder.

Son las 12.30, la misma hora del atentado. El sol lame el pavimento y el aire está quieto. El calor es insoportable y envuelve la atmósfera. No se escucha ninguna voz viva. El silencio es pegajoso. Parece que estuviéramos envueltos en los alientos del infierno o de un dragón cósmico que sopla oleadas mortuorias. Hay una sensación de que se nos succiona la energía, de que estamos parados en el vórtice destructivo de la muerte…

Preguntas

Veo que hay tres calles que atraviesan un puente de ferrocarril. Averiguo más detalles, y la gente, muy amablemente, me cuenta que el desfile presidencial venía por la del medio, Main Street hacia Dealey Plaza. Entonces me pregunto por qué el automóvil dobló hacia la derecha, por la calle Houston, y continuó por la calle Elm, la tercera vía que estaba más al Oeste.

Hay sólo una respuesta: era evidente la intención de hacer bajar la velocidad a la caravana para que pasara justo debajo del Texas School Book Depository, el almacén de libros. Allí esperaba el asesino, en el sexto piso, donde hoy hay un museo dedicado a Kennedy y en el cual todavía se puede ver la fatídica ventana.

Desde allí, y considerando la poca velocidad, era muy fácil disparar a la cabeza del presidente. No había ningún impedimento para que se fueran desgranando los disparos como se hace en el kiosco de una feria, apuntando a los patos que van apareciendo sucesivamente.

El 22 de noviembre de 1963 no sólo murió un presidente, sino que también el rifle de Oswald hizo trizas un sueño que había impregnado el planeta. Ese día fue el fin del american dream, de un proyecto originario de los padres fundadores y difundido ad eternum por los medios de comunicación, que reciclaban la imagen de esta pareja de príncipes americanos a la que los jóvenes intentaban imitar.

Quizás en un segundo, antes de morir, el presidente Kennedy pudo fijar en su retina la imagen de los otoños dorados de Nueva Inglaterra o el mar de Cape Cod surcado por su velero de alas blancas. Quizás la sorpresa le hizo fijar la mirada en la pampa de granito de Texas, a la que nunca supuso como su espacio final…

Hasta hoy sólo hay preguntas y suposiciones y a lo lejos, sobre el puente del ferrocarril que cruza la calle, se divisa el precioso puente colgante del arquitecto español Calatrava que, con sus cables retorcidos, pasa a convertirse en una metáfora del asesinato. Ambos están enroscados y llenos de secretos ocultos, de voces que se susurran, de argumentos y conjeturas que se sugieren y que al parecer, luego de sugerir conjuras de distinto origen, seguirán sin tener un punto definitivo.

© LA GACETA Elisa Cohen de Chervonagura - Doctora en Letras, profesora de la UNT,
investigadora del Conicet.

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