NOVELA
LOS MUERTOS DE NUESTRAS GUERRAS
FEDERICO LORENZ
(Tusquets - Buenos Aires)
Corre el año 1920 y un fotógrafo llamado Bawtree es enviado a documentar la triste empresa de exhumar cadáveres de los caídos en la Primera Guerra para devolverlos a su reposo final.
La misión consiste en recuperar los cuerpos de soldados británicos del campo de batalla en Flandes, identificarlos, y luego repatriarlos para el entierro del Soldado Desconocido en Londres. Los familiares de esos muertos, y el país entero, esperan por esos cuerpos para celebra la ceremonia en honor de los caídos.
El hombre encargado de esa dura tarea es el capitán Llwyfen, quien es galés pero ha nacido en la Patagonia. Es un hombre misterioso que durante el desarrollo de la historia, va recordando sus años en Argentina y sus vivencias en la guerra. Se las va contando a Bawtree, con seriedad, con cierta mezquindad que hace más interesantes y más verosímiles los relatos.
Esas anécdotas de batallas, de conflictos entre compañeros asolados por la muerte, de aventuras en sucias tabernas, de soledades entre la niebla, el fango y las balas, constituyen el hilo narrativo más importante en la novela. Llwyfen recuerda, y con sus recuerdos el lector revive los variados y terribles hechos de la guerra. Entonces Llwyfen mira como quien mirara por un lente, un lente gélido, despojado de asombro, hacia el pasado. Allí se entremezclan el absurdo, el horror, los distintos colores de la guerra con la tranquila vida en la Patagonia. Así, en la tirante relación entre el capitán Llwyfen y Bawtree acontece una especie de aventura hermenéutica de la Gran Guerra.
Blanco y negro
No es un libro de fácil lectura. Es solemne y grave, plagado de escenarios fúnebres y de escenas procaces, de desesperanza, de muertos, de cadáveres, de paisajes fangosos y destrozados por el paso de la muerte y la miseria. Aunque no está escrito con sentimentalismo, con romanticismo, es un libro poco agradable para quien busca en los libros algo de vida, de esperanza. La prosa es, coherente con la profesión del autor, la de un historiador: siempre correcta, descriptiva, técnica, abunda en precisiones cuya eficiencia no es discutible pero tampoco apasionante.
En la cubierta del libro hay una fotografía en blanco y negro, se llama Field of mud y la tomó en 1917 W. Rider-Rider. En ella se ve un soldado que camina solo en el lodazal de lo que ha sido un campo de batalla.
Esa fotografía en blanco y negro, con sus pocos tonos grises, resulta, al cabo de la lectura, una cabal alegoría de aquello que deviene en las páginas de la novela.
© LA GACETA
César Di Primio