Pulsar certezas, definir nuevas pasiones y fervores. Casi por sorpresa, sin recorrido, la Navidad se acerca inexorable. Si hay una fiesta central por cuestiones familiares, personales, religiosas, empresariales, sociales, esa es la Navidad. Pero algo ha pospuesto la charla sobre esta Navidad. Se escucha poco rumor navideño. Y es que la fecha merece toda la pila posible, la mejor onda en plaza, el entusiasmo más vivo. En la web no se ve mucho, en las paredes y en las calles, nada. Por ahí, alguno que otro anuncio, previsiones sobre la nieve que caerá en Europa para el 24. ¿A qué se debería esta especie de retraso en encontrarnos con el gran momento del año? Desaprensiones de cada uno, agobios sociales que presagian problemas, incertidumbres políticas que dejaron las elecciones, trastornos en la evolución de la economía, sinfines de cuestiones irresueltas en las familias, dolores que imponen otras prioridades, alguna nube oscura que nos lleva la cabeza a otra parte, la falta de un destino común que nos movilice integralmente como sociedad o un éxito que obnubila las cosas. Con todo, habrá -y muchos- que se han transformado en adelantados de la fiesta y que han comenzado a contagiar su optimismo. O ¿ no será que estamos ante una época de cambio? o bien que el pretencioso reclamo socioestructural de "cambio de ciclo" muestra una de sus fotos expresivas con esta suerte de "transición anímica", con este virtual "espacio en blanco" que parece inmovilizar la imaginación y complicar esperanzas.
Lo sé: la tradición popular marca que el ocho de cada diciembre se abren las compuertas del calendario "oficial" para encauzar la celebración y entonces, el espíritu navideño comienza a envolvernos de emotividad y hasta de algún debate significativo. Se estrenan las películas del año, ocurren las mejores ventas para el comercio, el consumo de alimento y regalos se dispara, los obispos preparan uno de los mensajes más importante de la Iglesia. Tiempo atrás, los gobernantes solían dar su mejor discurso por radio y televisión antes de la medianoche del 24. ¿No es acaso el momento más oportuno para convocar a la unidad, a la tolerancia y a objetivos nobles y justos? En las navidades, el barrio entero esperaba desde un mes antes el sorteo del "Gordo Navideño": la lotería de los millones era una promesa para salir de la pobreza y las privaciones. Ponerse de acuerdo en el número y dividirse el pago del entero era una cuestión de varias asambleas. (¿Este año será el 13?). ¿A cuántos de los lectores les habrá tocado participar en los preparativos de la vecindad que se proponía festejar en la calle a toda música y ayudar a poner la mesa en la cuadra para compartir la comida que había llevado unos cuantos días en prepararse?
No me mueve la nostalgia: costumbres y hábitos se modifican, las sociedades cambian. Intento decir que hubo un tiempo en que el espíritu y los proyectos de la Navidad llegaban antes, que íbamos en su busca por necesidad y creencias, que eran días esperados con más ilusión y romanticismo. Me perturba asumir que hoy -en general- pueda haber menos de espacios personales y colectivos para soñar, menos lugar en nuestras cabezas para refundar el compromiso con la esperanza y -especialmente- escasez de propuestas y de imaginación en quienes tienen la responsabilidad de liderar y contagiar confianza, impulsar certezas, definir nuevas pasiones y fervores.