El papa Francisco busca impregnar su estilo misionero, cercano y de servicio a los pobres en las diócesis argentinas, por lo que las designaciones episcopales tuvieron el sello distintivo de Jorge Bergoglio y posicionaron a antiguos colaboradores suyos en jurisdicciones clave. En estos casi diez meses de gobierno apostólico, el pontífice promocionó como arzobispo a un sacerdote considerado su teólogo de consulta, nombró nueve obispos residenciales y tres auxiliares, elevó a diocesano a uno que ya era coadjutor y designó a otro para la comunidad greco-melquita residente en la Argentina.
En la mayoría de los casos se trató de hombres de su entorno próximo en la arquidiócesis de Buenos Aires o durante sus años al frente de la Conferencia Episcopal Argentina (CEA), y azuzando de algún modo la interna eclesiástica vernácula. En este contexto de renovación generacional, también levantó revuelo la decisión de la Santa Sede de “investigar” a la arquidiócesis de Rosario por supuestas irregularidades económicas y denuncias contra el arzobispo José Luis Mollaghan. Auditoria que, sin desconocimiento del Papa, abrió una danza de nombres sobre un eventual sucesor de Mollaghan: Jorge Lugones (Lomas de Zamora) y Jorge Lozano (Gualeguaychú), son los que suenan más fuerte. También integrantes de la “tropa bergogliana”.
Fuentes episcopales confirmaron a DyN que el mismo destino de “investigación” administrativa y pastoral, aunque se apele al eufemismo de “visita fraterna”, recaerá más temprano que tarde en la diócesis bonaerense de Zárate-Campana, a cargo de Oscar Sarlinga. Mollaghan y Sarlinga no cultivaron una buena relación con Bergoglio, y en ambientes eclesiásticos aseguran que fueron fuertes los choques de ambos con el entonces purpurado en cuestiones pastorales.
Francisco dio la primera sorpresa el 28 de marzo al designar a monseñor Mario Poli como su sucesor en la diócesis primada, en medio de un escenario de tensión Gobierno-Vaticano por la filtración del nombramiento. “No se respetaron acuerdos diplomáticos”, fue la queja formal de la Nunciatura Apostólica.
En otra movida de ajedrez, el Papa promocionó el 13 de mayo como arzobispo al sacerdote cordobés Víctor Manuel Fernández, rector de la Universidad Católica Argentina, por quien Bergoglio debió interceder ante el Vaticano en 2011 para destrabar su designación en la casa de altos estudios. De este modo, el pontífice insertó a su teólogo de confianza y con una misma opción despolitizada por los pobres, a las discusiones del Episcopado.
En los sucesivos meses llegaron los nombramientos de Fernando Maletti (Merlo-Moreno), Marcelo Colombo (La Rioja), Gustavo Zanchetta (Orán), Luis Fernández (Rafaela), Raúl Martín (Santa Rosa), Angel Macín (Reconquista), Gabriel Barba (Laferrere) y Vicente Bokalic (Santiago del Estero). También designó auxiliares de Lomas de Zamora a Jorge Vázquez y al fraile Carlos Alberto Novoa de Agustini, aunque éste último pidió al Papa una “dispensa” para no asumir el cargo, que le fue otorgada. El caso del “obispo que no fue” levantó suspicacias y hasta se murmuró que pudo haber sido por una “causa grave”, dado que el Vaticano no acostumbra a estas desprolijidades. A raíz de estos movimientos pontificios, el Papa le quitó tres obispos -Fernández, Martín y Bokalic- de los seis que tenía Buenos Aires.
En este contexto, circuló la versión de que el Papa puede nombrar por primera vez a un cura “villero” como obispo auxiliar porteño y Gustavo Carrara, actual párroco en la villa 1-11-14, del Bajo Flores, es quien aparece con más chances de la promoción episcopal.
Otros nombres para desempeñarse como auxiliares de monseñor Poli son los sacerdotes Carlos Accaputto, responsable de la Pastoral Social porteña y a quien Bergoglio encomendó el acompañamiento espiritual de la presidenta Cristina Fernández durante su convalecencia; Jorge Torres Carbonell, actual párroco de San Cayetano de Liniers, y Gabriel Marronetti, párroco de San José de Flores.