Frambuesas, arándanos, cayotes, zanahorias, limones, manzanas, peras, leche, azúcar y un molino. Estas diez maravillas del mundo Tafí se condensan en visiones, aromas y sabores puros. Basta con abrir un frasco de mermelada para hacer un viaje imaginario con los sentidos y recorrer la planicie verde del paraje Las Maravillas, llamado así por sus flores de colores intensos.
Entre la ruta 307 (kilómetro 57) y Ojo de Agua se encuentra una curiosa cabaña de madera rodeada por sauces llorones cuyo distintivo es un molino de viento. Allí, el santafesino Roberto Zonca Schilling y su familia viven y trabajan la tierra para producir dulces y jaleas. Su quinta rebautizó al paraje con el nombre de Campo del Molino.
Una enorme paila de acero inoxidable, cucharas de madera, envases de vidrio, fardos de azúcar y cajones repletos con frutas. A partir de estos elementos y materias primas Zonca Schilling elabora sus creaciones. Su taller es muy acogedor y tiene una vista increíble. Por sus ventanas “penetran” La Angostura y el cordón montañoso que separa a Tafí de Amaicha del Valle.
“Me castigo trabajando en este paraíso, rodeado por árboles frutales y cerros”, bromea el artesano. La historia de Campo del Molino está marcada por el esfuerzo y el deseo de convertir el emprendimiento en un proyecto de vida.
Cavar un pozo
Zonca Schilling es técnico electromecánico especialista en telecomunicaciones. Durante su juventud trabajó en la empresa estatal Entel. Un tren lo depositó por primera vez en el norte; consigo traía la moto Guzzi Lodola 165 CC con la que recorrió Tucumán, Salta y Jujuy.
En uno de sus viajes, el técnico recorrió el valle y se enamoró de Tafí. Hacia finales de la década de 1990, cansado de la rutina y del estrés, decidió cambiar de vida. Buscando y buscando, encontró el vergel ubicado en Las Maravillas. “Me llamaron la atención los sauces que había en el lugar, las pasturas y el ganado. Hice averiguaciones y compré el terreno a la sucesión de la estancia Los Cuartos”, comenta Zonca Schilling. Luego de unos años, se dio cuenta de que había elegido las tierras más planas del valle: “no sería descabellado que mi inconsciente haya asociado el sitio con Santa Fe, mi provincia natal. Creo que por eso me enamoré de esta llanura en la montaña”.
Cuando llegó “todo era campo y puro campo”. Su único vecino vivía a 3,5 kilómetros, y no tenía energía eléctrica ni agua. Pero esto no lo amedrentó. Zonca Schilling, que es nieto de italianos piamonteses y alemanes hacendosos, milita en el credo de que nada es imposible. Al poco tiempo construyó un pozo con la ayuda de su padre: “utilizamos un trípode y una cuerda de la que pendía un sacabocados de acero. Por percusión fuimos cavando un ducto de 12 metros de profundidad. Luego compré en Santa Fe un molino de aluminio, que reparé e instalé”.
Así, con sus propias manos, Zonca Schilling consiguió extraer agua pura de las napas. A continuación, arboló su quinta con frutales de variedades afines al microclima vallisto y, por curiosidad, comenzó a producir humus con el método de lombricultura. Con posterioridad, montó un aserradero para erigir una casa de madera color ámbar y reminiscencias alpinas.
Desde 2003 reside en forma permanente en Tafí del Valle. Comenzó vendiendo abono para la agricultura, después hizo un curso de conservas y mermeladas. Así, fue desarrollando una pequeña empresa familiar, que creció con el tiempo. Su fábrica de dulces tomó otro dimensión cuando se asoció cooperativamente con nueve emprendedores de la zona.
Alimentar una cadena
El desarrollo del proyecto coincidió con el boom inmobiliario y turístico del valle. Sus dulces mantienen la alianza con la producción artesanal: estos son elaborados con fruta y azúcar, y no contienen aditivos químicos. Todos los residuos orgánicos que deja la fabricación son procesados para producir abono. Zonca Schilling cierra el círculo: “mis plantas consumen las riquezas del suelo. El humus garantiza la continuidad de la cadena natural”.