“Estar en Tafí es como tocar el cielo con las manos. Aquí uno puede gozar de andar a caballo por las cumbres de El Pelao, La Ciénaga, El Nuñorco, El Mala Mala y El Matadero”, enumera Antonio Casanova (médico, 76 años) con una mirada de ensueño.
Para él, los peleros, frenos y monturas no son un tema menor. Casanova contagia su entusiasmo por el ritual de la cabalgata: en esa actividad, el placer y la aventura son las únicas cosas que importan. En su familia, la pasión por los caballos recorre varias generaciones.
“Tafí tiene algo extraño. Lo que más me impresiona es sentir cómo a uno lo atrae el valle”, confiesa Casanova como si estuviese hechizado. Luego relata que anduvo mucho por el mundo, pero que jamás vio “cosa más bella que esta”. “Hace 70 años que veraneo aquí y hace 70 años que monto a caballo”, asegura orgulloso.
“A los golpes”
Casanova recomienda visitar El Rodeíto y Los Puestos. “La gente que vive en los cerros dedica el día a la atención del ganado; las mujeres trabajan la lana y el hilado... Son personas sanamente reservadas porque prefieren mantener sus secretos a buen resguardo. Cada vez que subo a visitarlos con mis nietos, mi hijo Antonio hace asado y compartimos tardes muy especiales. Ellos son nuestros amigos de siempre”, expresa el médico.
Casanova aprendió a montar cuando tenía 6 años y se hizo bueno “a los golpes”, como corresponde a todos los jinetes con experiencia en el asunto. Desde la infancia surca el camino de las travesías. “Antes salíamos a las siete de la mañana y regresábamos a las 13. Comíamos algo y volvíamos al ruedo”, recuerda y a continuación añade que de la misma manera aprendió a cabalgar toda su prole.
Sobre el lomo de “Tostado” -su potro-, Casanova explora los senderos que ve ‘dibujados’ en las laderas de las montañas. “Cuando era chico, soñaba con montar mi caballo ‘Rosillo’ y recorrer aquellas cimas. Esas marcas color marrón que se ven en la montaña no sólo eran sendas: para mí representaban verdaderas postas que debía alcanzar”, dice.
Sus excursiones al principio se limitaban a los faldeos. Con el tiempo, comenzó a adentrarse en las alturas. “Nunca olvidaré que a los 14 años subí con unos amigos a El Nuñorco. Andar por aquellas sendas estrechas supuso en aquel momento toda una aventura y un gran peligro”, rememora.
Casanova asegura que antes era posible acceder con facilidad a todas las cumbres: “en cambio, en el presente hay que hacer grandes rodeos porque las casas se extienden hasta las bases de las montañas y los alambres de púa no respetan el derecho de servidumbre. Ahora uno sale al campo y no puede circular con tranquilidad porque siempre hay algo que impide el paso. Tafí creció mucho y llegó hasta los pies de las montañas”.
La hora del vermú
Casanova cuenta que antes el universo pequeño del valle “cabía” en el local de don “Goyo” González -quedaba en la casa de la villa donde hoy hay una ferretería- (N. de la R.: el año pasado, la tafinista Mercedes Chenaut definió al personaje como un espléndido criollo, que vivió y murió con las botas puestas). “El de don ‘Goyo’ era el boliche al que todo el mundo iba. Se juntaban ahí para jugar al truco y charlar. El ‘viejo’ preparaba el vermú con aperital”, explica Casanova. Este espacio era el punto para el encuentro; el intercambio de ideas y noticias, y el contacto entre los chicos que se presumían. También era la vidriera donde unos y otros se mostraban las buenas ‘pilchas’.
Sobran las postales de esa época y rincón entrañables. “Cuando don Clemente Zavaleta, dueño de la estancia El Churqui, visitaba el boliche, don “Goyo” salía corriendo a buscar bebidas y cosas para picar. Zavaleta estaba siempre impecable y su mujer iba sentada ‘derechita’ en la montura. Su postura era perfecta: así andaban las chicas en aquel entonces”, observa. A propósito, Casanova afirma que los Zabaleta hacían todos los años un asado para agasajar al pueblo, reuniones en las que se practicaba el extinguido juego de la sortija.
Utilísimo
- BUSCAR LA EXPERIENCIA.- Antonio Casanova (h) recomienda viajar en compañia de un guía especializado que conozca el territorio.
- CABALLOS.- Los animales deben estar aclimatados a la montaña. El ‘cerreño’ resulta ideal porque es petiso y pisa bien. “Los peruanos que caminan sacando las manos para afuera no sirven para los senderos”, dice Casanova. Los animales han de descansar entre tres y cuatro días antes de la travesía.
-COMIDA Y VESTIDO.- Los caballos deben ser alimentados con alfalfa y maíz. Para la cabalgata, el jinete sugiere llevar ponchos de lana (abrigo) y de goma (lluvia), botas de cuero y sombrero. También conviene tener alforjas y una silla bien mullida.