Raúl Hernández y Karina Martin, su esposa, hicieron todo lo que estuvo a su alcance para salvar a sus hijas, de cuatro y siete años, de la furia de la correntada del río Ambato que -hace ocho días- arrasó la villa turística de El Rodeo, en Catamarca.
Dos días antes de la catástrofe natural, esta familia que es oriunda de Tafí Viejo se había instalado en el camping municipal de la villa. “Toda la vida salí de vacaciones en carpa. Fui boy scout y con mi familia estamos acostumbrados a hacerlo. Esta vez, íbamos de pasada a Córdoba y nos quedamos por el lugar; era hermoso. Además, en el cauce del río no había ningún rastro de alguna crecida anterior”, explicó Hernández.
El jueves pasado, los Hernández volvieron al camping a las 22. Habían salido a comprar comida y a su regreso ultimaron los detalles de su equipaje porque al día siguiente iban a continuar su viaje a Córdoba. “Todos los días que estuvimos hubo buen tiempo. Incluso el día del alud estuvimos en el río hasta las 18.30. El agua era cristalina y no había señales de que hubiera una crecida. En realidad, todo sucedió en sólo unos segundos”, continuó.
Cuando llegaron al campamento había comenzado a llover. Sus hijas y su esposa estaban dentro de la carpa. “Me quedé afuera haciendo canaletas para la lluvia. Se sintió un ruido fortísimo. En ese tramo, el cauce del río tiene unos 25 metros de ancho y unos seis de profundidad. Pero en sólo unos segundos el río subió más de cinco metros. Por eso no hubo tiempo de hacer nada. Le dije a mi mujer que alzara lo que pudiera y corrimos hacia el auto para escapar”, puntualizó. Pero la correntada fue más veloz y los alcanzó antes de que pudieran huir.
El Renault 19 en el que viajaban quedó a merced del alud. “Ni siquiera pude prender el motor. El agua subió en segundos y me llegó hasta el hombro. El oleaje hacía que el agua pase por arriba del techo. Mis hijas gritaban y mi mujer rezaba. Pensé que íbamos a morir. La corriente nos arrastró unos 200 metros hasta que chocamos con una camioneta que nos empujó hacia el costado más alto de la calle que bordea el río. En uno de los tantos golpes que sacudieron el auto, se rompió una ventanilla y por ahí pudimos salir. Como el agua arrastraba todo, unas ramas nos lastimaron las piernas a mi mujer y a mí. Después nos refugiamos en una casa y al otro día volvimos a Tucumán”, concluyó.