La reconocida escritora británica Agatha Christie, maestra del género policial, situó una de sus novelas (“Muerte en las nubes”, 1935) en el estrecho ámbito de la cabina de un avión en vuelo. El infalible detective Hercules Poirot, casualmente a bordo de la nave, era el encargado de descubrir al responsable de la muerte de uno de los pasajeros, en un interesante ejercicio del razonamiento y de la deducción. Aunque muchas de las deslumbrantes conclusiones del calvo investigador imaginado por Agatha Christie hayan sido reemplazadas por peleas cuerpo a cuerpo o por vistosos efectos especiales, algo de ese desafío narrativo puede encontrarse en este filme del catalán Jaume Collet-Serra, protagonizado por el siempre eficaz Liam Neeson.
En efecto, casi la totalidad del metraje del filme tiene lugar en un vuelo sin escalas entre Nueva York y Londres, durante el cual el oficial de seguridad que encarna Neeson (alcohólico, conflictuado, desengañado por la vida) tiene que descubrir al autor de una serie de mensajes de texto que llegan a su teléfono celular y que adelantan que ocurrirá una muerte cada 20 minutos entre los pasajeros a menos que una enorme suma de dinero sea depositada en una cuenta bancaria.
Entre los principales logros de la película de Collet-Serra se cuentan una narración dinámica y precisa, elemento fundamental para desarrollar una trama de a ratos compleja, pero siempre clara para el espectador; actuaciones correctas, sobre todo las del protagonista y la de una muy aplomada Julianne Moore; un buen balance entre escenas de calma tensa con momentos de acción, adecuadamente resueltos a pesar del escaso espacio que ofrece el interior de un avión comercial; y, finalmente, un inteligente planteo en el que el espectador nunca está seguro de quién es quién dentro de la aeronave.
Pero como contrapeso a estas virtudes aparecen ciertas exageraciones y segmentos poco creíbles del guión, sobre todo a medida que se aproxima el desenlace. Con todo, este ejercicio del suspenso deliberadamente confinado a un espacio acotado se apoya en buenos climas narrativos y en una edición dinámica pero no vertiginosa para ofrecer un muy correcto entretenimiento a lo largo de más de una hora y media de proyección, a pesar de que el remate de algunas situaciones se torne previsible.