La ceremonia de mañana en el Vaticano será tanto un evento espiritual para los católicos romanos como una lección en la sutil política de la mayor iglesia del mundo, analiza Tom Heneghan para Reuters.

La mayoría de 1.200 millones de católicos coincide en que Juan XXIII y Juan Pablo II, cada uno a su manera, eran pastores santos y carismáticos que ayudaron a que la Iglesia de 2.000 años de antigüedad enfrentara los desafíos de la era moderna.

Pero, al entrar en detalles las opiniones discrepan. El debate es largo y complejo, pero existe la noción popular de Juan como un paladín liberal y Juan Pablo como un incondicional conservador.

Ambos simbolizan dos grupos en la Iglesia Católica que han discrepado durante décadas, a veces implacablemente, sobre cómo interpretar los resultados del Segundo Concilio Vaticano de 1962-1965 que Juan lanzó y Juan Pablo implementó en gran parte.

Al canonizar a ambos, el papa Francisco usará un simbolismo de unidad para instar a los católicos a mirar más allá de estas divisiones y seguir juntos el Evangelio.

“La unidad es un gran tema del papado de Francisco. Está diciendo que somos todos católicos, que estamos en un viaje común juntos”, dijo Ashley McGuire, de la Asociación Católica (Washington).

“Canonizar papas puede ser políticamente decisivo en la Iglesia cuando es un intento de una facción de imponer su modelo del papado en el futuro impulsando el legado de su Papa favorito”, dijo Thomas Reese, analista jesuita estadounidense de asuntos del Vaticano.

“La solución de Francisco es brillante (...) ya que los hombres son tan diferentes; no canoniza ningún modelo de ser papa. Lo deja en libertad de seguir su propio camino”, agregó.

Cita con la historia
En tanto María Luz Climent Mascarell, en un análisis para DPA, afirma que la del Vaticano es una cita con la Historia, la divina y la humana. La mano de dios y la del hombre se unen al punto de confundirse en las canonizaciones de Juan XXIII, el hombre que renovó la Iglesia, y Juan Pablo II, el que frenó las reformas de su predecesor.

Si bien pocos critican que el papa Francisco dispusiera que el italiano Angelo Giuseppe Roncalli (1881-1963) entrara en el santoral con un único milagro reconocido, aun cuando según las normas se precisan dos, muchos cuestionan la velocidad con la que el polaco Karol Wojtyla (1920-2005) logró ese mismo estatus.

Por su parte, el vaticanólogo Vitto Mancusso señala en “La Reppublica” el componente político de las beatificaciones (y posteriores canonizaciones), y destaca a quienes merecen ser santos y todavía no han sido reconocidos. Expone el caso de monseñor Óscar Romero, asesinado en 1980 por un escuadrón de la muerte en El Salvador. A pesar de las numerosas beatificaciones que inició Juan Pablo II, jamás impulsó su caso. En cambio el papa argentino ordenó desbloquear el proceso.

Asimismo Mancusso señala otro caso, el del obispo brasileño Helder Camara (1909-1999), un religioso especialmente implicado en la lucha de los derechos humanos y figura clave de la Teología de la Liberación, una corriente a la que el Vaticano, entonces comandado por Juan Pablo II, siempre cortó las alas.

MILAGRO DE JUAN XXIII 
Sanó a una monja de un mal incurable
Angelo Giuseppe Roncalli fue beatificado en 2000 por el mismo pontífice con el que compartirá mañana la canonización: Juan Pablo II. Al “Papa bueno” que murió en 1963, se le atribuyen varios milagros, pero solo uno fue reconocido por el Vaticano: la curación de la monja Caterina Capitani, que padecía un mal incurable: perforación gástrica hemorrágica con fístula externa y peritonitis aguda. El 22 de mayo de 1966, las hermanas de Capitani le colocaron una imagen de Juan XXIII en el estómago. La religiosa, que ya había recibido la extremaunción, se recuperó y pidió comer. Capitani relató después su experiencia en primera persona: “El propio Juan XXIII se sentó al pie de mi cama de enferma diciéndome que mi plegaria había sido escuchada...”. Tras su recuperación, los médicos de Nápoles que la atendían decidieron practicarle una radiografía de estómago. La patología había desaparecido por completo. No le quedaban señales de las cicatrices causadas por la fístula. Una comisión de médicos dijo: “es inexplicable científicamente” la curación de la religiosa. El Vaticano reconoció el milagro.

MILAGRO DE JUAN PABLO II
“Bendita sea mi locura porque estoy sana”
Emocionada y haciendo un esfuerzo por contener las lágrimas, la costarricense Floribeth Mora Díaz relató en el Vaticano cómo sanó milagrosamente, tras pedir la intercesión de Juan Pablo II. En abril de 2011 sufrió un aneurisma cerebral y el lado izquierdo de su cuerpo quedó paralizado y los médicos la dieron por desahuciada, pero luego el aneurisma desapareció sin explicación científica. El 1 de mayo de 2011 se despertó y siguió la beatificación de Karol Wojtyla en televisión, contó. Se volvió a dormir, y cuando despertó de nuevo escuchó una voz que le decía: “levántate, no tengas miedo”. Luego vio en la tapa de una revista que tenía sobre la TV a Juan Pablo II con las manos en alto, haciendo el gesto de que se levantara. Se curó de inmediato. “Desde ese día estoy en pie”, le dijo a DPA. “Mucha gente cree que estoy loca, pero bendita sea mi locura porque estoy sana”, concluyó la costarricense, que ya cumplió los 50 y que asiste como invitada especial a la canonización de Juan Pablo II. Su médico, Alejandro Vargas, observó los estudios después de la curación y dijo: “nunca había sucedido algo así”.