Un hecho histórico vivirá mañana la Iglesia Católica. En el segundo Domingo de Pascua de la Divina Misericordia, por primera vez en dos mil años serán canonizados dos papas juntos: Juan XXIII (1881-1963) y Juan Pablo II (1920-2005). Dos personalidades con estilos diferentes dejaron una huella importante en el siglo XX y comienzos del XXI. La celebración estará presidida por el papa Francisco y el papa emérito Benedicto XVI, otro episodio inédito. A partir del domingo, la Iglesia contará con 80 pontífices santos. Y aunque la canonización seguramente será seguida por alrededor de 1.200 millones de católicos, seguramente atraerá a quienes profesan otro credo o ninguno.

El pontificado del italiano Angelo Giuseppe Roncalli se extendió desde 1958 hasta 1963. Por su simpatía rápidamente se ganó el corazón de los fieles. De espíritu transformador, planteó la necesidad de renovar la Iglesia para hacerla más santa y capaz de transmitir el Evangelio en los nuevos tiempos, abriendo las puertas del ecumenismo y estableciendo un diálogo con el mundo moderno. Con esas premisas impulsó el Concilio Vaticano II que inauguró en octubre de 1962, pero cuyas conclusiones no llegó a ver porque falleció al año siguiente.

El polaco Karol Wojtyła desarrolló su labor pontificia a lo largo de casi 27 años, entre 1978 y 2005, período en que realizó más de 100 viajes a distintas geografías del mundo, llevando el mensaje cristiano de amor y paz. Se ha destacado en su tarea la enseñanza y aplicación de una doctrina social fuerte, capaz de señalar los errores del comunismo y del capitalismo, y se convirtió en uno de los protagonistas de la liberación de Polonia, así como de la caída del comunismo. Reconoció la importancia de las iglesias orientales, promovió el resurgimiento de movimientos laicales que plantearon nuevas formas de expresión y de vivencia de la vocación a la santidad y llegó a los jóvenes a través de las Jornadas Mundiales de la Juventud.

En dos oportunidades, la Argentina recibió a Juan Pablo II. En diciembre de 1978, cuando la dictadura argentina se hallaba en conflicto con Chile por el Canal de Beagle, el Papa ofreció su intermediación y designó como negociador al cardenal Antonio Samoré. Llegó a Buenos Aires en 1982. Los tucumanos tuvimos la oportunidad de verlo el miércoles 8 de abril de 1987. Su voz grave, potente y con acento extranjero se abrió camino en la siesta de 40 grados. Tras referirse a Tucumán como Cuna de la Independencia, dijo: “Desde entonces, los habitantes del norte argentino os sentís especialmente vinculados a este lugar; y habéis cultivado un marcado amor a vuestra patria, sintiendo además la responsabilidad de custodiar la libertad y la tradición cultural de la Argentina. Ser libres significa, antes que nada, no estar esclavizados en el pecado, no servir a dioses extraños, incluso al propio yo”.

Dos pastores que lucharon con total entrega y convicción por una sociedad más justa, buscando abrir las puertas del diálogo, de la tolerancia, intentando derribar los muros de los prejuicios, abriéndose a otros credos, dándoles la mano para caminar juntos. “La justicia se defiende con la razón y no con las armas. No se pierde nada con la paz y puede perderse todo con la guerra”, sostenía Juan XXIII. “El desarrollo es el nuevo nombre de la paz”, decía Juan Pablo II. Sería bueno que sus legados sirvieran para luchar con mayor compromiso por un mundo más humano.