“Estamos invitados
a tomar el té.
La tetera es de porcelana
Pero no se ve,
Yo no sé por qué”.
(Canción para tomar el té)
Probablemente no exista ningún argentino que no haya escuchado alguna vez una canción de María Elena Walsh. Y es que esta poeta, escritora, cantautora y dramaturga de ojos saltones e increíblemente azules, es ya uno de los grandes mitos argentinos. Como Carlos Gardel o Jorge Luis Borges. O como Tita Merello y Juan Manuel Fangio. Desde los años sesenta Walsh ha cautivado el corazón de miles de argentinos con sus canciones y poesías infantiles, además de sus reivindicaciones políticas. En el plano de la literatura infantil, precisamente, su obra fue tan singular e innovadora que algunos llegan incluso a indicar que después de Perrault, en Argentina, está Walsh. Por eso, releer sus textos y escuchar sus canciones en este receso invernal es una opción atractiva y reconfortante.
Walsh nació en 1930 en Ramos Mejía, Buenos Aires. De carácter soñador, reservada y también rebelde, sus relaciones familiares se caracterizaron muy a menudo por conflictos de los que ella se evadía con la lectura. “La lectura no da plata, no da prestigio, no es canjeable, no sirve para nada. Es una manera de vivir, y los que de esa manera vivimos querríamos inculcarla en el niño y contagiarla en el prójimo, como buenos viciosos”, señaló en una entrevista.
En 1945, a los quince años de edad, publicó su primer poema en la revista “El Hogar”. Tiempo después, se animó a editar su primer libro: “Otoño imperdonable”, que recibió el apoyo nada menos que de Jorge Luis Borges y de Silvina Ocampo. Esto la ubicó en el centro del universo poético argentino.
En 1950 empezó una etapa compleja en su vida: viajó a París junto a la tucumana Leda Valladares. Ambas artistas crearon allí un espectáculo musical basado en las tradiciones folclóricas argentinas que tuvo un gran éxito. Al cabo de cuatro años, ambas regresaron a la Argentina con la idea de repetir la buena estrella de Europa. Sin embargo, no lo consiguieron. El dúo se disolvió y, mientras Valladares siguió investigando en las tradiciones populares, Walsh se jugó por algo que empezó a forjar en la capital francesa: los textos, canciones y teatro para niños. “Creo que escribir para chicos fue una tarea de reconciliación con el paraíso perdido, una búsqueda de raíces, otro viaje en el tiempo”, reconoció en su autobiografía.
Surgieron así algunos de sus libros más memorables: “La mona Jacinta”, “Manuelita, la tortuga”, “El reino del revés” y “Cuentos de Gulubú”, entre otros tantos. También compuso un universo de canciones que embriagó no sólo a los más chicos, sino también a los adultos.
Falleció el 10 de enero de 2011 a los 80 años, dejando una obra vasta y eterna.