BUENOS AIRES, (Por Marcelo Androetto, especial para LG Deportiva).- Se juega, no se juega. Mauro Vigliano deshojó la margarita hasta 15 minutos antes del pitazo inicial, cuando por segunda vez pisó el césped del Monumental. Entró y salió por la manga arbitral como una ráfaga: esos 20 segundos lo terminaron de convencer de que pese al diluvio de entonces y la lluvia casi ininterrumpida sobre Buenos Aires desde la noche del sábado, el superclásico debía jugarse. O al menos, tratar. “Por ahora se juega, después veremos”, argumentó Vigliano.
En definitiva, el agua fue la gran protagonista de la partida en tablas 1-1 entre River y Boca. Porque el partido nació y murió desnaturalizado. Y eso que la lluvia no pudo con el césped del principal coliseo del país. El sistema de drenaje hizo maravillas: desde las gradas, no se vieron charcos pese a la persistencia del temporal. Cuando los equipos posaban ante los sufridos fotógrafos y los capitanes Marcelo Barovero y Fernando Gago oficiaban de jardineros y plantaban un árbol para la campaña “Juguemos por la paz”, un responsable del gramado aseguraba que con que dejara de llover por15 minutos, “el campo volvería a estar en condiciones”.
Pasa que lejos de parar, el diluvio recrudeció en ese primer tiempo que tuvo poco y nada de fútbol, sólo las emociones. No se hacía pie, la pelota se frenaba, los piques engañaban. En las plateas los hinchas del “millo” se daban vuelta y decían a la prensa: “Así no se puede jugar”. En la decisión de ¿Vigliano? aparentemente entraron a tallar motivos varios. Por caso, la falta de huecos en el calendario de aquí a fin de año. Y el millonario costo del operativo policial. Y los intereses de la televisión. Los conciliábulos y los llamados telefónicos estuvieron a la orden en una tarde en que llovió sobre mojado. A las 16 en punto la terna más el cuarto árbitro hicieron una breve recorrida: a esa hora todavía el estado del campo zafaba. Pero ni bien se retiraron, los grifos del cielo volvieron a abrirse, ahora con mayor intensidad.
Cuando Agustín Orion primero y más tarde Barovero salieron a probarse, el agua se levantaba de lo lindo y los arqueros se pegaban resbalones de malos augurios. Mientras tanto, los abnegados hinchas locales se mojaban afuera y dentro del estadio. Pibes de 10 años de la mano de sus padres y ancianos que llegaron a ver las postrimerías de La Máquina. Con semejantes condiciones, las tribunas no mostraron el color ni el calor propio de las grandes ocasiones, pese al cotillón de rigor. Además, se sabe, la falta de simpatizantes visitantes daña de por sí el folclore.
Al final, la pelota echó a rodar, aunque esto, más esta vez que nunca, fue sólo una manera de decir. El show debía continuar. Y continuó.