No quedaba más remedio que mirar, que lamentar y que preguntarse qué habrá querido decir la Pachamama con semejante desastre. Los tafinistos y los veraneantes que de a poco comenzaron a llegar para ver cómo habían quedado sus casas contemplaban los daños sin tener demasiado que hacer: el viento, que había sido feroz durante desde la medianoche hasta la mañana, ya había aflojado, pero todavía en Tafí del Valle no se respiraba tranquilidad y, por lo tanto, nadie se animaba a comenzar con los arreglos en las casas.
En la villa veraniega circulaban los camiones de Bomberos Voluntarios, Defensa Civil, Vialidad, la Policía, Gendarmería... todo lo que se podía ver hablaba de una tragedia, pero afortunadamente sólo se registraron daños materiales, además de los nervios de los tafinistos que no pegaron un ojo en toda la noche. Había postes de luz cortando calles, una infinidad de árboles caídos y chapas que se habían volado de las casas esparcidas por todos lados. Las zonas más afectadas por el intenso viento Zonda que, al cierre de esta edición, continuaba complicando las tareas de las autoridades, fueron las más alejadas de la villa y las casas ubicadas frente al dique La Angostura.
“Qué vamos a dormir, si parecía que el viento se iba a llevar la casa completa. Nunca vi algo así acá. La Madre Tierra está enojada parece. Dan ganas de llorar ver Tafí cómo quedó”, suspiraba Rina Morales mientras miraba a un grupo de operarios recogiendo las chapas retorcidas del techo de la estación de servicios que está en la avenida principal de la villa. Justo al frente, un enorme pino había caído y bloqueaba el paso por esa avenida. Por la mañana fue retirado. Otro pino caído cortó el pasaje Sequeira, entre las avenidas Crito y Calchaquí, y destruyó el techo de una casa. “A eso de las 12 de la noche comenzó el viento fuerte y no paró hasta las 6 de la mañana. Más tarde, a eso de las 8, la presión era cada vez más fuerte. No se podía salir de las casas por la presión. Se sentían ruidos muy fieros, se veían las chapas volando y los árboles que se caían. Apenas terminó el partido de River se veían chispazos en el aire, de los cables que se tocaban. Nos quedamos sin luz en todo el valle”, contó Juan Carlos Salvatierra, santiagueño afincado en Tafí desde hace 15 años. Su negocio, una parrillada camino a la Terminal de ómnibus, quedó sin el techo de chapa que cubría la galería y además se rompió un gran ventanal que da a la calle. “Habrá sido culpa de River, que salió campeón”, aventuró. A pesar de los daños, a Juan Carlos todavía le quedaba una pizca de humor. “Ahora hay que arreglar y volver a trabajar”, dijo resignado.
Furia histórica
Según los datos de la Estación Experimental Obispo Colombres (ver aparte), las ráfagas más fuertes se registraron a las 8.15 de la mañana, con una velocidad de 103 km/h. Ese es el último registro que se tiene, pero Fernando Torres, director de Defensa Civil de la Provincia, no cree que haya habido vientos más intensos que esos. El funcionario viajó a primeras horas de la mañana a Tafí para relevar los daños y prestar asistencia a los damnificados.
El primer relevamiento realizado, sólo en Tafí del Valle, arrojó que 189 casas de tafinistos y 130 de veraneantes sufrieron daños importantes, principalmente voladura de techos y rotura de vidrios, según informó Jorge Yapura Astorga, intendente. El viento no distinguió clases sociales: las zonas con casas más perjudicadas fueron el humilde barrio El Grateo, donde la mayoría de sus habitantes viven en casillas de madera; y los barrios privados Las Siringuillas y Las Nubes, habitados principalmente por veraneantes. Además, 31 familias de El Grateo fueron evacuadas e instaladas en el camping municipal hasta que pasara el viento y pudieran reparar los daños. “La provincia ya nos autorizó a comprar chapas para reparar esas casas”, celebró Yapura Astorga.
Cristina de Nasrallah, que tiene su casa familiar en Las Siringuillas, viajó apenas el cuidador del barrio le avisó que su casa había sido una de las más perjudicadas por el viento. Las chapas de la galería volaron más de 100 metros e impactaron contra una casa vecina. La presión rompió un ventanal, y el viento se apoderó del interior de la vivienda; el césped quedó regado de adornos de cerámica. Abatida, Cristina recorría la casa sin saber todavía qué hacer. “Nunca vi algo así, hace tres años tenemos la casa”, afirmó. Esperaba a que llegara su marido con el arquitecto para planificar qué hacer.
Del otro lado del mapa y de la realidad social, Rafael Ríos lamentaba que el viento le hubiera destruido la casilla que apenas comenzaba a construir en El Grateo. “Con mucho esfuerzo junté $ 6.000 para comprar una pieza prefabricada y hacerla traer de la ciudad. La estaba recién instalando, pero ahora he perdido todo”, contó con desesperación. La familia Chaile le prestó una porción de su terreno para que él pudiera hacer su casa, y ahora tendrá que empezar de cero. En ese asentamiento, a pocas cuadras del centro turístico y comercial, la pobreza hace tambalear el ánimo y también las casas, que ayer quedaron atadas con alambre como si fueran carpas.