La violencia irrumpió de manera imprevista, como un terremoto, en la plaza Independencia, cuando hacia poco más de dos horas que varios miles de tucumanos habían copado los alrededores de la Casa de Gobierno al grito de “Justicia”.
Alrededor de las 21, los ánimos levantaron temperatura cuando el túnel de vallas que había armado la Policía entre los manifestantes y la escalinata del Palacio Gubernamental fue desbaratado por los manifestantes. Eso les permitió copar la explanada del edificio y enfrentar cara a cara a los policías. Durante una hora, la multitud entonó cánticos contra el gobernador, José Alperovich, contra el vicegobernador, Juan Manzur, y contra los integrantes de la Junta Electoral.
Fue en medio de ese caldo que llegaba a punto de hervor en que estalló el caos. Y fue un chorro de agua el que, lejos de apagar el fuego, provocó un incendio social. Bastó que el líquido se regara para que la Policía, desde adentro de la Casa de Gobierno, volcara el humo de gas lacrimógeno contra los protestantes. A partir de allí, y durante 40 minutos, todo fue violencia. Mujeres y niños llorando, hombres enfrentándose con los Policías, lluvia de piedras, centenares de balas antitumultos y al menos una docena de poderosas bombas de gas lacrimógenos se mezclaron para configurar una de las peores represiones que se registraron en la Provincia durante los 12 años de gobierno alperovichista. Fue sólo comparable con la de los tristes días de diciembre de 2013, cuando otra multitud descontenta se había concentrado en la misma plaza, también para expresar su bronca y que también se retiró herida.
El sonido del miedo
La escalada de violencia no cesó. Cuando algunos policías y manifestantes intentaban negociar una tregua, el tronar de los cascos de caballo repiqueteando contra el suelo del corazón céntrico encendió, otra vez, la mecha de la triste batalla campal. Primero, los efectivos de la Policía Montada intentaron irrumpir por calle San Martín. Un grupo de jóvenes ventiañeros les cerró el paso con vallas. Parecía que allí iba a terminar todo, pero los montados intentaron avanzar hacia calle 9 de Julio, por el camino interno de la Casa de Gobierno. Tampoco pudieron lograrlo. En el centro de la escalinata, una treintena de policías de Infantería comenzó con otra ráfaga de balas de goma y gases. Detrás de ellos, el jefe de la fuerza, Dante Bustamante, impartía órdenes. Fue el momento en que la violencia tocó su punto máximo: los policías a caballo desplegaron su furia por calle San Martín hacia la plaza, repartiendo latigazos entre la multitud. Esto dejó como saldo varios heridos a su paso y a uno de sus compañeros caído de su caballo. Pero nada terminó allí. La multitud, ya enardecida, retomó su marcha hacia el frente de la casona cantando el Himno Nacional. Sentados y entonando las primeras estrofas de la canción patria, recibieron los cascos de los animales y la furia policial contra sus cuerpos. “No estamos reprimiendo, nos estamos defendiendo. ¡Mire, mire!”, fue la explicación de Bustamante en medio del caos.
Las corridas continuaron hasta cerca de la medianoche. Los manifestantes, más tranquilos, regresaron al centro de la plaza. Pero ya la triste escena había quedado en las retinas de todos como otro lamentable capítulo en la historia negra de los tucumanos.