“Las ferias surgen por una necesidad de trabajo, porque no hay opciones. A partir de los cierres de ingenios, en la década del 60, hay una migración masiva del campo hacia las ciudades y sobre todo a la periferia de las ciudades. Es gente que necesita trabajar, y empieza a encontrar alternativas en estas actividades. Pero el fenómeno de los últimos años es que las ferias crecen exponencialmente, tanto en cantidad de vendedores como de clientes. Y además, a su vez, los clientes cambian de composición social: las ferias ya no son exclusivamente para gente de menos recursos, esa que no accede a los supermercados o a los shoppings, sino que las utiliza todo el mundo. Entonces, colapsan. Es lo que ha pasado con Villa Luján, por ejemplo. Es una muestra clara de ese desborde, porque la feria funcionó durante 33 años, pero ocasionó conflictos solamente los últimos tiempos”.
Con ese rápido análisis histórico de los contextos y los cambios que sufrieron las ferias, Luis Lobo Chaklián, subsecretario de Planificación Urbana de la capital, intenta explicar el porqué de los conflictos sociales que ocasiona esta actividad. Y no duda en responder qué es lo que se necesita para que las ferias se puedan reconciliar con la ciudad, con los vecinos y los comerciantes: “voluntad política. Y no sólo de las municipalidades, también de la Provincia y de las comunas”. Lo dice incluso cuando él conforma el equipo de Gobierno que inauguró Domingo Amaya en 2003, que tuvo una dura lucha en contra de la venta irregular y que no pudo, hasta contar con una orden judicial, desactivar la caótica feria que se armaba todos los viernes en la plaza de Villa Luján.
Además de la voluntad de los gobiernos para organizar las ferias y mercados a cielo abierto, Lobo Chaklián opina que se necesita una normativa clara que regule la actividad y, finalmente, brindarle una identidad que tenga que ver con la idiosincracia local. “Me imagino un mercado folclórico, tradicional, en el que hayan otras actividades además de la ventas típicas de una feria”, concluyó.