01 Diciembre 2015
Ferias y mercados a cielo abierto, como espacios universales e históricos de intercambios comerciales, han tenido desde siempre una gran trascendencia en la dimensión económica de los pueblos. Pero deben ser entendidos también como ámbitos públicos en los que se despliegan la interacción social, los encuentros y los códigos culturales locales. Hoy en día, tanto en grandes ciudades como en pequeños pueblos, las ferias y mercados a cielo abierto, con sus olores, músicas, colores y culturas representan lo visible y transparente de las relaciones sociales. Además, muchas ferias y mercados callejeros son asumidos en la oferta turística de las ciudades. Y es que las ferias y mercados a cielo abierto pueden hacer más rica la vida y el paisaje de la ciudad, mucho más que los anónimos comercios de grandes superficies.
Pero este particular espacio de trabajo es también motivo de tensiones. Como no podría ser de otra manera, las ferias callejeras traen aparejados conflictos: ya sea con el municipio, por la utilización del espacio público; con los vecinos, por razones de higiene y ruidos molestos; o con otros comerciantes, por eventuales situaciones de competencia desleal. Y es que en toda sociedad existe siempre una tensión de fuerzas entre los grupos que la conforman.
En nuestra ciudad, como en otras ciudades, desde la década del 90 las ferias se multiplicaron, se diversificaron, se ampliaron, se incrementaron sus trabajadores y también los compradores. Un análisis profundo del fenómeno requiere particular atención en las tensiones que supone.
Actualmente, el tema del comercio popular es un reto de políticas y tomadores de decisiones; los procesos de planeación y ordenamiento territorial no son meramente instrumentos técnicos, sino que requieren transitar por mecanismos de intermediación política. Se trata de abordar el desafío.
Pero este particular espacio de trabajo es también motivo de tensiones. Como no podría ser de otra manera, las ferias callejeras traen aparejados conflictos: ya sea con el municipio, por la utilización del espacio público; con los vecinos, por razones de higiene y ruidos molestos; o con otros comerciantes, por eventuales situaciones de competencia desleal. Y es que en toda sociedad existe siempre una tensión de fuerzas entre los grupos que la conforman.
En nuestra ciudad, como en otras ciudades, desde la década del 90 las ferias se multiplicaron, se diversificaron, se ampliaron, se incrementaron sus trabajadores y también los compradores. Un análisis profundo del fenómeno requiere particular atención en las tensiones que supone.
Actualmente, el tema del comercio popular es un reto de políticas y tomadores de decisiones; los procesos de planeación y ordenamiento territorial no son meramente instrumentos técnicos, sino que requieren transitar por mecanismos de intermediación política. Se trata de abordar el desafío.
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