Anotemos la fecha: 16 de septiembre de 2016. Por ahora es un maravilloso e inolvidable día para Juan Martín Del Potro, Guido Pella, Daniel Orsanic y el resto del equipo de Copa Davis. Dentro de un tiempo, quizás, miremos estas horas de intensidad en Glasgow como un punto de inflexión en la historia del tenis argentino.
Aunque nadie sabe aún cómo terminará esta aventura escocesa, todos sabemos dónde se encuentra, terminada la primera jornada. El día de la apuesta, del desafío grande, de la elección que priorizó un escenario audaz a una elección más conservadora. En el mejor de los mundos, solo allí, podía imaginarse la ventaja de 2-0 con que, ahora, escribimos el marcador. Evidentemente, a ese lugar habían llegado las mentes y los corazones de este grupo de argentinos que creyeron, como nadie, desde el minuto uno.
Ayer decíamos que si Del Potro enfrentaba a Andy Murray en el primer punto era porque, más allá del estratégico deseo del capitán, Juan Martín confiaba en sus opciones, en sus virtudes, en su mente y en su corazón. Por estos días la hazaña deportiva es algo tan posible en la ecuación del tandilense que se vuelve habitual. Entonces juntamos Stanislas Wawrinka, Novak Djokovic, Rafael Nadal, Murray. En un puñado de meses la elite del tenis ha hincado su rodilla ante el poder y la historia de superación del, quien lo duda, mejor tenista argentino.
El primer punto de esta soñada serie ante Gran Bretaña fue digno de una película. Podría ser un drama, una de acción o de suspenso. Tuvo todo eso y más. La dimensión de la alegría del tandilense emparda esas, pasadas y recientes, que todos recordamos y que él guarda de manera especial en rincones anímicos no aptos para curiosos. El 6-4, 5-7, 6-7, 6-3 y 6-4 de más de cinco horas instantáneamente pasó a integrar el maravilloso inventario de los momentos más dulces de la historia de nuestro tenis.
Fuera de la euforia por el primer punto, la ecuación de la serie solo iba a cambiar con otro triunfo. Porque si Pella no le ganaba a Kyle Edmund, el eventual 1-1 del día neutralizaría los efectos del golpe inicial. Y entonces, Guido no dudó. Fue mejor de principio a fin, independientemente del primer set perdido. Los números finales, 6-7, 6-4, 6-3 y 6-2 denuncian una incuestionable superioridad apoyada en la madurez con que el bahiense manejó tiempos y situaciones ante un rival abrumado por la responsabilidad. Su victoria fue la frutilla del postre. Y su festejo, un merecido premio a un desempeño consagratorio.
De un lado y del otro, los protagonistas del tercer punto se resolverán casi en el momento. De cara a lo que viene Orsanic y compañía saben, mejor que nadie, que lo que queda no es fácil. Aunque tienen claro que lo más difícil está hecho: ya se le ganó a Murray, ahora falta ganar la serie.