Las hojas bi o trisemanales que aparecieron en el norte argentino en las dos décadas siguientes a la caída de Rosas, sin duda fueron las iniciadoras del periodismo en libertad. Muy politizadas, reflejarían –escribe Ernesto Padilla- “la continua agitación que causó en el interior la primera época constitucional, más que en el escaso contenido de sus columnas, en la corta vida que alcanzaron y en la profusa renovación de sus títulos y de sus redactores”.
Su contenido estaba formado, por regla general, por disertaciones sobre temas abstractos y “la referencia sintética y a veces retardada sobre los acontecimientos palpitantes”. Esto destinando “espacio preferente a las noticias del interior, de Buenos Aires y del extranjero, que extractaban y reproducían de los diarios que hacía llegar, con extrema demora, el correo que transportaba la mensajería”.
Así, esa prensa sólo traducía “un eco atenuado y fragmentario de la vida colectiva”, e interesaba “a un público reducido de dirigentes, apenas superior al número de suscriptores que podía servir el contado tiraje”.
“No es oficial”
En 1855, aparecía el primer periódico de la nueva época. Se editaba en la nueva imprenta del Gobierno. La primitiva había formado parte, en especie, del pago de una “deuda de guerra” a Santiago del Estero. En esa ciudad se la remendó de alguna manera, se la hizo funcionar y hasta se imprimió el primer periódico santiagueño, “El Guardia Nacional”, en 1859.
En la nueva imprenta oficial, se editó en 1855 “El Argentino Independiente”, primer periódico tucumano posterior a la caída de Rosas. Como redactor, figuraba Ruperto San Martín. En el lenguaje de casi todo el siglo XIX, “redactor” se denominaba al jefe de redacción, que era también el autor de los editoriales y las notas de opinión. A veces –pero no siempre- el “redactor” era simultáneamente director.
El gobernador José María del Campo aclaró, en un mensaje a la Legislatura, que aunque “El Argentino” usaba las prensas del Estado y publicaba documentos oficiales, “no es oficial ni órgano de las ideas del Gobierno”, que “no ha influido directa ni indirectamente en la redacción”.
“Eco del Norte”
Al año siguiente, apareció “El Guardia Nacional”, semanario. Se tienen sólo mínimas referencias de estas publicaciones: las más de las veces no pasan del nombre, conocido por cita.
Sí existe una colección –muy incompleta- de “El Eco del Norte”. Lo fundó el joven Nicolás Avellaneda en 1856, a poco de regresar de las aulas de Derecho de la Universidad de Córdoba, con Román Torres como editor responsable. Dejaría su redacción en 1857, cuando partió definitivamente a Buenos Aires. Redactores posteriores fueron Ruperto San Martín, Ezequiel Paz, Agustín Matienzo. El historiador Manuel García Soriano –de indispensable consulta sobre el tema en el siglo XIX- dice que sus páginas “reproducían los avisos oficiales, locales y nacionales”, además de comentarios de política provincial y nacional y artículos literarios.
La década de 1860 se inició con “El Liberal” (1861-66), de bastante importancia. Como su nombre lo indica, la línea editorial execraba a los “federales”. Lo dirigió primero el doctor Ángel Cruz Padilla. A poco andar aparecía como redactor José Aráoz. Luego, conjetura García Soriano, esa función recayó en Juan Lavaysse. Más tarde volvería Padilla.
“El Liberal”
A la incompleta colección que existe de “El Liberal”, el citado historiador la llama “un magnífico repositorio de datos y referencias” sobre la vida provinciana. Reproducía artículos de importantes diarios porteños como “El Nacional”. Editaba poesías o notas literarias y políticas de firmas extranjeras, como Emilio Castelar, Gaspar Núñez de Arce, José Segas, Diego Barros Arana, y también de argentinos como Nicolás Avellaneda, entre otros.
En esas páginas, Amadeo Jacques empezó a publicar “La instrucción pública en las provincias del Norte”: abarcó tres ediciones y luego la redacción suspendió la serie –lo que fue una lastima- porque “el público reclamaba un material de lectura más ágil”. Publicaba también el “Registro Oficial de Leyes de la Provincia”.
En lo que restaba de la década de 1860, el cuidadoso catálogo comentado de García Soriano consigna a “El Pueblo” (1866-69), de orientación mitrista, que tuvo como redactor a Salustiano Zavalía y, en los últimos años a Nicanor García como editor responsable.
Seis en un año
También “La Juventud” (1869-70); “El Eco de Tucumán”, “Aconquija”, “La Victoria”, “El Chismoso, satírico; “El Nacionalista”, cuyo redactor era José Posse y que, decía, “publica los documentos oficiales pero no es oficial”. Todos eran de 1869. Destaca Manuel Lizondo Borda como notable, el hecho de que ese año aparecieran nada menos que seis periódicos. Salvo “El Pueblo” del que existe una incompleta colección, de los otros no se conoce más que el título.
A fines de 1871, se publicaba “La Unión”. Cuenta Paul Groussac que era el periódico “oficial y único” por entonces, y que él asumió la dirección y la redacción. Duró muy poco tiempo. Tampoco se conocen ejemplares de “El Telégrafo del Norte”, que apareció en 1872 y que publicaba los documentos oficiales, ni de “La Libertad” que cobijaba las cáusticas notas políticas de don José Posse.
En opinión de Ernesto Padilla, es en la década de 1870 que empiezan a registrarse adelantos notables en el periodismo local. Escriben jóvenes que se habían formado en el Colegio San Miguel, de Amadeo Jacques, y o se iban formando en el flamante Colegio Nacional. Además “las imprentas acrecidas salieron de la tosquedad del primer tiempo y se multiplicaron las publicaciones periódicas”.
Tribuna juvenil
Eran la tribuna de la juventud y, por encima del “tono violento de las invectivas y alusiones personales”, y a propósito de las polémicas, se abría “la oportunidad para tratar la reforma o el mejoramiento de lo existente”. En 1871, el gobierno había comprado su tercera imprenta. Ya no era la única, porque los particulares habían empezado desde la década anterior, a adquirir otras, de diversa envergadura.
Como Tucumán ha sido en extremo descuidado para guardar colecciones de su prensa, la gran mayoría de estas publicaciones se conocen sólo por cita. No hay ejemplares de “La Mariposa” (1870), “órgano de las niñas”, redactado íntegramente por mujeres; de “La Tribuna” (1874); de “El Pueblo” (1874); de “El Demócrata” (1876).
Se conservan, tan incompletas que no merecen llamarse colecciones, números de “El Independiente” (1877-78), propiedad de Fidel Díaz y Emilio Carmona; de “El Cóndor” (1877-78), donde también colaboraba Carmona; de “El Argentino” (1878), sucesor del anterior, dirigido por Eudoro R. Huidobro y donde escribieron Manuel Gorostiaga, Pedro Alurralde y Fernando López Benedito.
“La Razón”
El gran diario de esta época fue “La Razón”, fundado por Pedro Alurralde y Lídoro Quinteros, el 7 de julio de 1872. Se inició como vigoroso defensor de la candidatura de Nicolás Avellaneda para la presidencia de la República. Al ser elegidos diputados nacionales ambos dueños, Paul Groussac –radicado en Tucumán desde 1871- los reemplazó en el comando del diario y en la redacción.
Como redactores o como colaboradores, “La Razón” contó, dice García Soriano, con “las principales plumas tucumanas de la época”, como Carmona, Ricardo Mendioroz, Pedro Márquez, Benjamín Posse, Javier F. Frías, Zenón J. Santillán y José Antonio Olmos, entre otros.
Esto además de calificados diaristas extranjeros o de otras provincias, como Enrique Corona Martínez, Patricio Gallo, Fernando López Benedito, Salvador Alfonso, Juan de Cominges, por ejemplo. El historiador lo llama “el diario más importante del noroeste argentino de su tiempo”. Tuvo dos épocas, y sus últimas ediciones llegaron hasta 1890.
En “Los que pasaban”, Paul Groussac recordaba a “La Razón”, surgido por la campaña electoral avellanedista, como el único diario que logró afianzarse mientras otros desaparecían.
Una alta función
Allí publicó su folleto de propaganda “Las tres candidaturas” y también, en folletín, su novela “De la cruz a la fecha” y su ensayo “Los jesuitas en Tucumán”.
Las prensas de “La Razón” trabajaron también como imprenta de obra, editando libros como “Provincia de Tucumán”, de Arsenio Granillo, o el voluminoso “Código de Procedimientos Civiles” obra de Benjamín Paz, Ángel M. Gordillo y Arsenio Granillo.
Cuenta Groussac que, durante la revolución de 1874, redactaba en ese diario tanto “la obligada fulminación editorial a los rebeldes”, como el comentario a los hechos locales y alguna nota para los escolares. Lo hacía con la misma facilidad con que “frangollaba en cada número (bajo mis iniciales o con un seudónimo transparente) cinco o seis columnas en prosa, sin contar algún ‘intermezzo’ en verso, de los cuales una buena mitad era literatura legítima”.
Juan B. Terán ha destacado que, por entonces, el periodismo era “la función intelectual más alta de la época: dictaba desde su cátedra el gusto literario y era la única escuela de cultura”. Y añade que en esos viejos diarios podía hallarse “entre rapsodias descoloridas como el papel, más de una página sorprendente”, como “sello inconfundible” de lo que su autor “hubiera podido ser, en otros tiempos”.