29 Septiembre 2016
MANUEL BELGRANO. Quería que los impresos de Tucumán mejoraran la instrucción de sus oficiales
Entre las muchas cosas que debemos al general Manuel Belgrano, no suele recordarse que en la lista figura nada más y nada menos que la introducción de la imprenta en Tucumán. No la había en la provincia: durante el Congreso de la Independencia, el periódico “El Redactor”, que cronicaba las sesiones, debió imprimirse en Buenos Aires. Tampoco existían imprentas en las vecinas de la región: Salta la tuvo en 1824, Santiago en 1854, Jujuy en 1856 y Catamarca en 1857.
Belgrano estaba desde 1816 al frente del Ejército del Norte, y mantenía esa fuerza acampada en Tucumán. Dentro de su plan de mejorar la disciplina y la preparación de sus oficiales, estaba dotar de una imprenta a la ciudad. No se ha conservado en algún museo esa máquina. Debió ser precaria en extremo y fue vendida a comienzos de la década de 1850 a Santiago del Estero. Tampoco existen fotografías de ella. El historiador Antonio Zinny afirma que se la describió un testigo. “Era de madera y sus herrajes de acero, pero de un sistema antiquísimo, teniendo sus planchas y plato apenas unas catorce pulgadas de cuadro”, decía.
“Diario Militar”
Allí se editaría la primera hoja periódica estampada en Tucumán: el “Diario Militar del Exto. (Ejército) Auxiliador del Perú”. Tenía cuatro páginas y aparecía una vez por semana. Se conservan en Buenos Aires escasos y salteados ejemplares: apenas una docena, entre julio de 1817 y marzo de 1818. La Academia Nacional de la Historia los imprimió en facsímil en 1970. Se ignora hasta cuándo, exactamente, duró la vida de ese “Diario Militar”, pero no pudo ir más lejos de los comienzos de 1819, ya que en esa fecha el Ejército del Norte abandonó definitivamente Tucumán.
Redactaba el “Diario Militar” un distinguido oficial chileno, el coronel Francisco Antonio Pinto -quien años después sería presidente de Chile- y sus páginas estaban dedicadas exclusivamente al tema castrense. El propósito, expuesto en la entrega inicial, era proporcionar instrucción de calidad en temas militares y dar noticias de los logros del Ejército de los Andes.
La imprenta queda
“Es indudable que la lectura se hace más llevadera a los que siguen la milicia”, decía, sobre todo “presentándose en pequeños papeles y no en grandes libros, pesados ya por sí mismos y que no tenemos cómo conducirlos”. Temas como la serenidad en los combates, la vigilancia, el espíritu de cuerpo, la subordinación, por ejemplo, eran objeto de largos y razonados artículos.
La información -siempre sobre las campañas sanmartinianas- iba al final y era muy breve. En la última página de cada número constaba, como pie editorial, la leyenda: “Imprenta del Exto. Auxiliar del Perú”.
Como dijimos, el Ejército dejó su acantonamiento de Tucumán en marzo de 1819. Pero no se llevó la imprenta. Fuera por obsequio de Belgrano, o por compra del Gobierno, el hecho es que el armatoste quedó en la ciudad. Y así, a lo largo de los siguientes 35 años, seguiría siendo la única máquina para imprimir periódicos, folletos y hojas sueltas. Sus ediciones llevaron diversos nombres en el pie editorial, según las épocas: “Imprenta del Tucumán”, “Imprenta de la República del Tucumán”, “Imprenta Federal de Tucumán”.
Una hoja civil
El primer periódico civil que imprimió, fue “El Tucumano Imparcial”. Apareció el 14 de agosto de 1820 y lo redactaba un sacerdote y político, el doctor Pedro Miguel Aráoz, ex congresal de la Independencia. Se conoce sólo una pequeña cantidad de ejemplares. Por cierto que muy poco había, en estas páginas estampadas “en cuarto”, que pudiera considerarse periodismo. Eran largas tiradas editoriales destinadas a propiciar el restablecimiento del orden, la convocatoria de un congreso general que fijara la forma de gobierno, y exaltar -por cierto- a la efímera “República de Tucumán” que instaló el coronel Bernabé Aráoz, de quien el redactor era pariente y fervoroso seguidor. En la imprenta se editó, en un muy cuidado folleto, la “Constitución de la República de Tucumán”, en 1820. Uno de los artículos de esa carta de brevísima vida (el tercero del capítulo II), establecía que “la libertad de publicar sus ideas por la prensa, es un hecho tan apreciable como esencial para la conservación de la libertad civil de un Estado”.
“El Restaurador”
Derrocado Bernabé Aráoz por su antiguo lugarteniente Abraham González, “El Tucumano Imparcial” desaparece y lo sustituye “El Restaurador Tucumano”. Era un semanario y lo redactaba el francés Juan José Dauxion Lavaysse. En cuanto al contenido, su tendencia estaba en las antípodas de la publicación anterior: se dedicaba a denigrar al caído gobierno de Aráoz y a exaltar el de González. En uno de sus números traía un soneto de Fray Manuel Figueroa que, dice Manuel Lizondo Borda, “son acaso los primeros versos publicados por la imprenta tucumana”.
Anota el mismo historiador que era “más informativo y variado” que “El Tucumano Imparcial”. Tenía una actitud condenatoria hacia el sistema de “federación” que, decía, “sumió la patria en un océano de desgracias, oscuridad y deshonor”.
Pero era el tiempo de las guerras civiles y no había mucho margen para el periodismo. Se sabe de algún título de breve vida, como “Los Amigos del Orden”, publicado entre julio y agosto de 1826.
Época de Rosas
Dos años antes, la Sala de Representantes de Tucumán mandaba, de acuerdo al Estatuto de 1817, que “la prensa fuese libre para que todo ciudadano explique por medio de ella sus ideas y conceptos”.
Esto de la “libertad”, quedaría proscripto por largos años en la época de don Juan Manuel de Rosas, que se inició poco después. En 1841, ya vencida esa Liga del Norte que osó oponerse al régimen, apareció “La Estrella Federal del Norte”, periódico “literario, político y mercantil”, que se editaba los domingos. Su redactor era el abogado José Fabián Ledesma. Según Antonio Zinny, estaba dedicada previsiblemente a la apología del rosismo. Y al año siguiente, salía a la calle “El Monitor Federal,” con cuatro páginas a dos columnas, encabezadas por el consabido lema “¡Viva la Confederación Argentina! ¡Viva el gran Rosas! ¡Mueran los inmundos salvajes unitarios!”.
Aparecía los domingos y tenía algún comentario de actualidad, pero sobre todo llenaban sus columnas los documentos oficiales. Según Zinny, su redactor era Adeodato de Gondra, ministro del gobernador Celedonio Gutiérrez por aquella época.
Llega “Don Pepe”
Corría 1847 cuando debutó en el periodismo de su provincia el tucumano José Posse, “Don Pepe”, que tanta fama tendría luego en el oficio. Fundó el periódico semanal “El Conservador”. Tuvo muy poco tiempo de vida, pero los enemigos de Posse le pasarían, a lo largo de los años, la factura de haber alabado la dictadura de Rosas en sus páginas.
Sin embargo, uno de los emigrados unitarios más destacados, Florencio Varela, lo elogiaba desde “El Comercio del Plata” de Montevideo. Decía que, sacándole el lema rosista “que mancha su primera página”, el periódico de Posse era encomiable. “No se hallará en sus ideas, en su lenguaje, en la elección de sus asuntos, cosa que no sea digna de la noble misión de la imprenta”, afirmaba.
“El Conservador” se había estampado, obviamente, en la vieja –que seguía siendo única- imprenta traída por Belgrano, cada vez más desvencijada. En 1829, los santiagueños de Juan Felipe Ibarra la habían llevado a su provincia, como parte del botín tomado después de la batalla de El Rincón.
Desvencijada
Pero fue recuperada luego y siguió sirviendo en Tucumán. En 1854, el gobernador José María del Campo destacaba su pésimo estado. “Hubo una época –decía en un mensaje a la Legislatura- en que se hicieron municiones de guerra de los tipos, al punto que, parte por este hecho repugnante, parte por la letra perdida por incuria”, ya apenas servía “para imprimir un medio pliego de papel escrito”.
A fines de 1852, como se sabe, terminaría el largo período de Juan Manuel de Rosas, con su derrota en la batalla de Caseros.
Es entonces que habrá de asistirse al nacimiento, lento pero indetenible, del periodismo propiamente dicho, con todas las limitaciones y características de su época.
Belgrano estaba desde 1816 al frente del Ejército del Norte, y mantenía esa fuerza acampada en Tucumán. Dentro de su plan de mejorar la disciplina y la preparación de sus oficiales, estaba dotar de una imprenta a la ciudad. No se ha conservado en algún museo esa máquina. Debió ser precaria en extremo y fue vendida a comienzos de la década de 1850 a Santiago del Estero. Tampoco existen fotografías de ella. El historiador Antonio Zinny afirma que se la describió un testigo. “Era de madera y sus herrajes de acero, pero de un sistema antiquísimo, teniendo sus planchas y plato apenas unas catorce pulgadas de cuadro”, decía.
“Diario Militar”
Allí se editaría la primera hoja periódica estampada en Tucumán: el “Diario Militar del Exto. (Ejército) Auxiliador del Perú”. Tenía cuatro páginas y aparecía una vez por semana. Se conservan en Buenos Aires escasos y salteados ejemplares: apenas una docena, entre julio de 1817 y marzo de 1818. La Academia Nacional de la Historia los imprimió en facsímil en 1970. Se ignora hasta cuándo, exactamente, duró la vida de ese “Diario Militar”, pero no pudo ir más lejos de los comienzos de 1819, ya que en esa fecha el Ejército del Norte abandonó definitivamente Tucumán.
Redactaba el “Diario Militar” un distinguido oficial chileno, el coronel Francisco Antonio Pinto -quien años después sería presidente de Chile- y sus páginas estaban dedicadas exclusivamente al tema castrense. El propósito, expuesto en la entrega inicial, era proporcionar instrucción de calidad en temas militares y dar noticias de los logros del Ejército de los Andes.
La imprenta queda
“Es indudable que la lectura se hace más llevadera a los que siguen la milicia”, decía, sobre todo “presentándose en pequeños papeles y no en grandes libros, pesados ya por sí mismos y que no tenemos cómo conducirlos”. Temas como la serenidad en los combates, la vigilancia, el espíritu de cuerpo, la subordinación, por ejemplo, eran objeto de largos y razonados artículos.
La información -siempre sobre las campañas sanmartinianas- iba al final y era muy breve. En la última página de cada número constaba, como pie editorial, la leyenda: “Imprenta del Exto. Auxiliar del Perú”.
Como dijimos, el Ejército dejó su acantonamiento de Tucumán en marzo de 1819. Pero no se llevó la imprenta. Fuera por obsequio de Belgrano, o por compra del Gobierno, el hecho es que el armatoste quedó en la ciudad. Y así, a lo largo de los siguientes 35 años, seguiría siendo la única máquina para imprimir periódicos, folletos y hojas sueltas. Sus ediciones llevaron diversos nombres en el pie editorial, según las épocas: “Imprenta del Tucumán”, “Imprenta de la República del Tucumán”, “Imprenta Federal de Tucumán”.
Una hoja civil
El primer periódico civil que imprimió, fue “El Tucumano Imparcial”. Apareció el 14 de agosto de 1820 y lo redactaba un sacerdote y político, el doctor Pedro Miguel Aráoz, ex congresal de la Independencia. Se conoce sólo una pequeña cantidad de ejemplares. Por cierto que muy poco había, en estas páginas estampadas “en cuarto”, que pudiera considerarse periodismo. Eran largas tiradas editoriales destinadas a propiciar el restablecimiento del orden, la convocatoria de un congreso general que fijara la forma de gobierno, y exaltar -por cierto- a la efímera “República de Tucumán” que instaló el coronel Bernabé Aráoz, de quien el redactor era pariente y fervoroso seguidor. En la imprenta se editó, en un muy cuidado folleto, la “Constitución de la República de Tucumán”, en 1820. Uno de los artículos de esa carta de brevísima vida (el tercero del capítulo II), establecía que “la libertad de publicar sus ideas por la prensa, es un hecho tan apreciable como esencial para la conservación de la libertad civil de un Estado”.
“El Restaurador”
Derrocado Bernabé Aráoz por su antiguo lugarteniente Abraham González, “El Tucumano Imparcial” desaparece y lo sustituye “El Restaurador Tucumano”. Era un semanario y lo redactaba el francés Juan José Dauxion Lavaysse. En cuanto al contenido, su tendencia estaba en las antípodas de la publicación anterior: se dedicaba a denigrar al caído gobierno de Aráoz y a exaltar el de González. En uno de sus números traía un soneto de Fray Manuel Figueroa que, dice Manuel Lizondo Borda, “son acaso los primeros versos publicados por la imprenta tucumana”.
Anota el mismo historiador que era “más informativo y variado” que “El Tucumano Imparcial”. Tenía una actitud condenatoria hacia el sistema de “federación” que, decía, “sumió la patria en un océano de desgracias, oscuridad y deshonor”.
Pero era el tiempo de las guerras civiles y no había mucho margen para el periodismo. Se sabe de algún título de breve vida, como “Los Amigos del Orden”, publicado entre julio y agosto de 1826.
Época de Rosas
Dos años antes, la Sala de Representantes de Tucumán mandaba, de acuerdo al Estatuto de 1817, que “la prensa fuese libre para que todo ciudadano explique por medio de ella sus ideas y conceptos”.
Esto de la “libertad”, quedaría proscripto por largos años en la época de don Juan Manuel de Rosas, que se inició poco después. En 1841, ya vencida esa Liga del Norte que osó oponerse al régimen, apareció “La Estrella Federal del Norte”, periódico “literario, político y mercantil”, que se editaba los domingos. Su redactor era el abogado José Fabián Ledesma. Según Antonio Zinny, estaba dedicada previsiblemente a la apología del rosismo. Y al año siguiente, salía a la calle “El Monitor Federal,” con cuatro páginas a dos columnas, encabezadas por el consabido lema “¡Viva la Confederación Argentina! ¡Viva el gran Rosas! ¡Mueran los inmundos salvajes unitarios!”.
Aparecía los domingos y tenía algún comentario de actualidad, pero sobre todo llenaban sus columnas los documentos oficiales. Según Zinny, su redactor era Adeodato de Gondra, ministro del gobernador Celedonio Gutiérrez por aquella época.
Llega “Don Pepe”
Corría 1847 cuando debutó en el periodismo de su provincia el tucumano José Posse, “Don Pepe”, que tanta fama tendría luego en el oficio. Fundó el periódico semanal “El Conservador”. Tuvo muy poco tiempo de vida, pero los enemigos de Posse le pasarían, a lo largo de los años, la factura de haber alabado la dictadura de Rosas en sus páginas.
Sin embargo, uno de los emigrados unitarios más destacados, Florencio Varela, lo elogiaba desde “El Comercio del Plata” de Montevideo. Decía que, sacándole el lema rosista “que mancha su primera página”, el periódico de Posse era encomiable. “No se hallará en sus ideas, en su lenguaje, en la elección de sus asuntos, cosa que no sea digna de la noble misión de la imprenta”, afirmaba.
“El Conservador” se había estampado, obviamente, en la vieja –que seguía siendo única- imprenta traída por Belgrano, cada vez más desvencijada. En 1829, los santiagueños de Juan Felipe Ibarra la habían llevado a su provincia, como parte del botín tomado después de la batalla de El Rincón.
Desvencijada
Pero fue recuperada luego y siguió sirviendo en Tucumán. En 1854, el gobernador José María del Campo destacaba su pésimo estado. “Hubo una época –decía en un mensaje a la Legislatura- en que se hicieron municiones de guerra de los tipos, al punto que, parte por este hecho repugnante, parte por la letra perdida por incuria”, ya apenas servía “para imprimir un medio pliego de papel escrito”.
A fines de 1852, como se sabe, terminaría el largo período de Juan Manuel de Rosas, con su derrota en la batalla de Caseros.
Es entonces que habrá de asistirse al nacimiento, lento pero indetenible, del periodismo propiamente dicho, con todas las limitaciones y características de su época.