Por Anette Reuther - agencia DPA
A veces uno se imagina al papa como un rey, un monarca que "gobierna" sobre 1.200 millones de católicos y tiene su propio reino en el Vaticano, con todo el poder para dictar a sus fieles los mandatos que deben seguir. Francisco llegó a la "Cátedra de San Pedro", el trono de la Iglesia católica, tras la renuncia de su antecesor, Benedicto XVI, y prometió una renovación de la Iglesia.
Pero incluso un papa tan popular como Francisco choca con los límites de su mandato cinco años después de llegar al poder: para algunos, el argentino de 81 años es demasiado moderno, para otros, incluso, un populista. En cambio, otros creen que no ha cumplido sus promesas.
Inmediatamente después de ser elegido el 13 de marzo de 2013 quedó claro que Jorge Mario Bergoglio haría las cosas de otra manera. Por primera vez en casi 1.000 años el pontífice no eligió el nombre de otro papa, sino de un santo, San Francisco de Asís. Renunció a los zapatos rojos y los apartamentos en el Palacio Apostólico. Se trataba de un pontífice que conmovía al pueblo y no a los teólogos, una figura querida o, para quienes no tenían ningún interés por la Iglesia, al menos curiosa.
"Se vio impulsado por una ola de opiniones positivas", asegura Benjamin Leven, de la editorial religiosa Herder en Roma. "Alguien que ordenó a la Iglesia ejercicios de relajación. Lo contrario que su antecesor".
Francisco defiende la libertad de conciencia de cada individuo, se muestra tolerante y cercano a los divorciados vueltos a casar, los homosexuales y los protestantes o los curas que abandonan su sacerdocio por una mujer. Impulsa debates sobre el futuro del celibato y se guía por el análisis de cada caso particular en vez de los principios, los dogmas y mandatos morales. Le va más la práctica que la teoría. No es un profesor de teología como Benedicto XVI, si bien todo lo que hace está bien argumentado a nivel teológico.
Defiende una hermandad entre los obispos, la variedad entre las iglesias locales: no todo debe ser regulado de la misma forma desde Roma. "Hay una apertura fresca. Se puede volver a hablar abiertamente", explica Thomas Schüller, experto en derecho canónico en la Universidad de Münster, sobre el ambiente bajo el pontificado de Francisco. "No le cortan a uno la cabeza por hablar claro".
EUFORIA. El Papa saluda fieles durante un acto. ARCHIVO
Francisco cumplió su promesa de ir "a las periferias". Nombró cardenales de regiones lejanas y visitó en sus viajes países como Corea del Sur, Albania, Bangladesh y varios de su Latinoamérica natal. También a nivel social se centra en los marginados e invita a personas sin techo o refugiados al Vaticano y se reúne con presos o con personas desfavorecidas. Una "Iglesia pobre para los pobres" es su lema.
Pero aunque a diferencia de su retraído antecesor volvió a hacer simpática la Iglesia para muchos, se ha formado tal ejército de resistencia en su contra que el experto vaticano Marco Politi habla incluso de "una guerra civil soterrada".
Sus adversarios posiblemente no son mayoría, pero son activos, bien conectados y afines a los medios. Opinan que las medidas modernizadoras de Francisco van demasiado lejos. Cuatro cardenales desafiaron abiertamente al papa y le pidieron explicaciones por su texto sobre la familia "Amoris Laetitia", en el que Francisco pide tratar la cuestión de los divorciados vueltos a casar. Otro grupo reunió firmas e incluso acusó al papa de herejía, es decir de apartarse de la doctrina de la Iglesia.
Francisco tampoco suma amigos dentro de la Curia cuando en sus discursos navideños da un repaso a los miembros del aparato administrativo de la Iglesia y les echa en cara su arrogancia y vanidad. No son sólo los cardenales los que dicen sin mucho disimulo que no les agradan los nuevos vientos del Vaticano.
"Un papa carismático no basta para abordar en poco tiempo todos los sectores problemáticos", asegura Schüller. "Creer que basta con chasquear los dedos para que todo marche bien es una idea descabellada. También este papa depende para bien y para mal de otros para implementar sus ideas". La reforma de la Curia no llega a avanzar realmente y los colaboradores se quejan de que la mano derecha no sabe lo que hace la izquierda.
CON SU ANTECESOR. Francisco y Benedicto XVI. ARCHIVO
Por un lado hay colaboradores que no se esfuerzan en llevarla a cabo y por otro hay errores que ha cometido el propio Francisco. Por ejemplo en su forma de manejar los abusos sexuales dentro de la Iglesia. "Se esperaba más en este tema", señala el experto Leven. Durante su viaje a Chile en enero el pontífice defendió a un obispo que al parecer encubrió a un pedófilo y desató la ira de las víctimas. Más tarde se disculpó por la elección de sus palabras, pero quedó un regusto amargo. Y tampoco avanza realmente la comisión creada para investigar los abusos sexuales.
Tras cinco años de pontificado se ha instalado un cierto desencanto. "No existe un efecto Francisco en el sentido de que la gente vuelva a ir a la iglesia", afirma Leven. "El papa es una figura positiva, se lo escucha a nivel internacional. Pero un papa 'cool' no hace a la Iglesia más 'cool'".
Pero a pesar de la resistencia -o quizás precisamente por ella- la voluntad de Francisco parece inquebrantable. Una vez dijo que su pontificado sería corto y que podía imaginarse renunciando como Benedicto, pero la mayoría creen improbable que Bergoglio se marche pronto, a menos que lo abandonen las fuerzas. Y mientras el papa emérito siga vivo es en cualquier caso impensable: dos papas retirados en el Vaticano es algo inimaginable.