Hacer equilibro con muletas por una calle de adoquines es tan difícil como creer que jugando al fútbol en una cancha del fan fest podés romperte los ligamentos después de trabar una pelota con uno de tus mejores amigos. Bueno, a Nahuel le pasó. Cosas del destino, le dice a LG Deportiva este hincha de Racing con la pierna derecha enyesada de punta a punta. “Te juro que no lo puedo creer, pero bueno. Pasó y hay que seguir. A mí no me cambia en nada la vida”. El de Lomas de Zamora no se preocupa por el accidente, ni que uno de sus mejores amigos, Hernán, haya sido su verdugo. “Pasó”, repite, como para dejar en claro que la prioridad ahora no es su salud ni su pierna, sino estar cerca de la Selección. Es el partido de su vida, el de los argentinos.
Nahuel entra en el fan fest pero sólo para buscar a sus compañeros de viaje: el verdugo Hernán, Federico y Matías, todos yunta desde hace 20 años. “A la plaza”, avisan. La plaza no es tal, es el playón principal de acceso al Museo Hermitage, dueño de una de las pinacotecas más importantes del mundo. A su alrededor, los argentinos le han cambiado la fachada. Es tiempo de banderazo, de alentar a la Selección, de peregrinar hasta su hotel en una forma de convalidar que el amor por la camiseta no está perdido, que el amor por quienes nos representan lo es todo. Aguante Lionel Messi, el “Jefe”, el capitán, el todo. “Se aguanta al equipo sí o sí. No voy a venir a Rusia para ver el partido por televisión”, asegura Nahuel, con su bota de yeso aún fresca y a la espera de firmas.
Hijos del sufrimiento
“No nos gusta como juega el equipo, pero tenemos que aprovechar la oportunidad que nos dio Nigeria. Tenemos que ganar y con eso volver a creer que este Mundial no está perdido”, insiste Nahuel, ya en la zona donde la bandera celeste y blanca flamea como si hoy fuera su día. “Argentina hoy es Rusia”, aporta Hernán. “De Buenos Aires llegan noticias catastróficas, pero eso en las tribunas no se siente. Acá es todo apoyo. Hay que alentar, viejo, vinimos a sumar. Somos argentinos, hijos del sufrimiento”, se sincera Matías, que se ofrece para cargar al hombro a su hermano Nahuel, si fuera necesario. “Todos juntos”, dicen los amigos.
En las afueras del Hermitage los hinchas han copado la parada. Una troupe de Saladillo, de la que Germán Grecco toma la palabra, confirma: “hemos estudiado el calendario Maya y desde ahora en adelante este va a ser nuestro Mundial. Argentina juega la final y la gana”, ojalá Hernán. “No paramos más”, acota Diego. Si los conventillos se cocinan en Buenos Aires y se expanden alrededor del mundo, en San Petersburgo la cosa es al revés. Lo malo no tiene cabida. La buena vibra, sí. “Que nuestros jugadores sepan que pase lo que pase los seguiremos alentando”, asegura Juan Olurrega, amigo de la hinchada de Saladillo. Que siga la fiesta, entonces.
“Tan cerca”
Enzo, Matías, Gonzalo y Facundo, todos de Morón, abren su corazón. “Son muchas sensaciones juntas las que se sienten por acá. Estamos en un lugar tan alejado de nuestro país, pero a la vez los argentinos nos sentimos tan cerca porque estamos todos juntos. Tiramos para el mismo lado. A Nosotros sólo nos importa que a la Argentina le vaya bien. Podemos estar o no de acuerdo con el técnico, podemos estar o no de acuerdo con los jugadores que elige; podemos pensar que su ciclo está terminado, podemos pensar un montón de cosas. Lo importante, en realidad es el hoy, entonces debemos dejar de lado todo lo que no suma en positivo”. Perfecto.
Cientos de banderas decoran el vallado que protege al museo, miles de hinchas se mueven al compás del tema sagrado, del que habla que la Copa es nuestra. “El jugador sí siente nuestro apoyo, creo. Rusia ahora es una extensión de Argentina”, se anima a decir Julián, de la banda de Capital Federal. “Hay cosas que quizás no se dieron por fallas técnicas o por la misma suerte, pero qué le vamos a hacer. No podemos quedarnos en eso, debemos avanzar y apoyar. De eso se trata nuestro aliento, de que los jugadores se sientan respaldados. Lo que se diga en Buenos Aires no tiene que importar”. No al teléfono descompuesto, exige Julián. No al conventillo.
“A morir”
“Hemos copado Moscú, copamos Nizhni Nóvgorod y también lo haremos con San Petersburgo, somos argentina”, aporta lo suyo Franco. “Con (Lionel) Messi a todos lados, a morir”, continúa Santiago, del grupo de Capital Federal. Los cuatro amigos llevan una misma camiseta, la de la Selección, y un mismo apellido sobre sus espaldas, el de Messi. “El que no alienta se tiene que ir, que se vuelva a su casa”, pide Santiago. Y sigue: “hay mucha presión, hay que dejar jugar a los chicos, porque a la primera negativa es todo chiflidos, y así es difícil. Si uno chifla, hay que callarlo. Un futbolista nunca va a jugar mejor si lo puteás”.
Sobre el playón de acceso al museo Hermitage no hay lugar para los insultos, tampoco para los malos augurios. Todo lo que fluye por esta zona avanza; es un tsunami que corre hacia la concentración argentina, donde los jugadores escucharán la arenga y bajarán a decir gracias. El mejor gesto para demostrar que Argentina no es una Argentina quebrada, sino una Argentina que está más viva que nunca. Nigeria... ¡agarráte!