En aquel segundo posterior a mirar a sus costados, a constatar de que el primero de sus goles era lícito, Luis Rodríguez hizo lo que todo depredador de redes: disfrutar del abrazo de sus compañeros y sonreír ante la marea de almas desesperadas y felices que perdieron la cordura ante ese 1-0 que significó el ingreso a un mundo maravilloso para Atlético. Este Atlético sin techo acostumbrado a volar por la estratósfera y que, con seguridad el martes, buscará mirar el mundo desde otra galaxia, contra Gremio.
Pero lo importante de ayer no sólo fue hacer cima, o que el “Decano” será al menos líder indiscutido de la Superliga hasta que mañana juegue Racing, o el lunes Central. Lo importante, además de las tres delicias de Luis Miguel, y del penal atajado de Cristian Lucchetti a Diego Vera, cuando el match estaba 2-0, es que este equipo continúa ratificando que hay una idea superior a cualquiera de los nombres que van variando entre las formaciones titulares que propone Ricardo Zielinski, el dueño del pizarrón, de la cabeza fría que supo hallar oro donde nadie lo creyó.
Mauro Matos marcó sólo una vez (ante Newell’s). Y anoche fue tan importante como el “hat trick” de Rodríguez. Tiene pinta de percherón el hombre, de chasis de heladera, pero jamás pierde y se mueve como un guepardo en la cancha. Ni hablar del resto, de los consagrados, caso Guillermo Acosta, el pequeño gigante con el fútbol suficiente como para hacer barullo en cualquier terreno. Y más en el Monumental, donde conoce todos los recovecos de las bandas y del medio. Acosta es, entre los de la trinchera del medio, esa voz de mando silenciosa.
Atlético ha sido así en este inicio inolvidable del semestre. En los amistosos de preparación poco y nada regaló. Fue quizás flojo lo suyo. Alguien dijo que lo importante era el torneo, los torneos: la Superliga, la Copa Argentina, la Libertadores. Y bueno, el que lo dijo, no equivocó sus márgenes. Si apostó a favor de su presagio, hoy es millonario. Y todo gracias a un grupo de clase obrera sin estrellas y con un corazón tan enorme como el “José Fierro”. Eso hacen notar en cancha. Hambre de gloria.
El partido no fue una papa. Tigre era (y es) un rival directo por el descenso, y Atlético lo trató como correspondía, como un enemigo al que jamás le dio demasiado espacio y participación en el juego. Tuvo las suyas el “Matador”, sí, aunque tampoco fueron tantas, salvo por el penal que Vera tiró a los brazos de “San Cristian de los Milagros Lucchetti”. Antes, durante y después de la gran revolcada del mendocino, el orden de los factores se movió acompañado por los deseos del “Decano”. De Rodríguez y su picardía. Esto es así: en el 1-0, desvió un remate sin punch de Gervasio Núñez; en el 2-0 cambió por gol un penal que le hicieron a él; y el 3-0 fue una maravilla generada a partir de una contra criminal. Simoca fue Usain Bolt en esa carrera larga hasta las cercanías del área de Augusto Batalla. Después, Usain Bolt fue Leonardo Da Vinci, cuya pincelada voló por arriba de la humanidad del ex River y se coló por ese ángulo donde suelen tejer las arañas sus redes. La vaselina Bolt-Da Vinci-Rodríguez fue la frutilla del postre a una noche increíble en el inicio del mes aniversario de Atlético, en el fin de semana previo a recibir a Gremio, y en la vuelta al ruedo hoy, sabiendo que el descenso es un tema todavía, pero que siendo líder y mirando al resto de los animales de la granja desde arriba, todo puede ser más fácil.