San Cayetano aún no se puede recuperar del crimen de Martín Quipildor, el chofer de ómnibus que murió después de recibir un balazo cuando le robaban la motocicleta a un vecino. “El otro día que mataron a ese chico, yo vi todo. ¡Dios mío, en qué se convirtió nuestro hermoso barrio!”, expresó “Pochola”, como la conocen allí, quien trabaja como voluntaria en la parroquia Inmaculada Concepción.
Ese sector de la capital, ubicado al sureste, se transformó en uno de las zonas más violentas de la capital, teniendo en cuenta los distintos hechos. En lo que va del año se registraron al menos ocho homicidios, casi un 15% del total de la provincia. Pero de ese número, seis se produjeron en situación de robo, uno por un conflicto vecinal y, el restante, por un problema familiar. Dos fueron víctimas de robo, y Quipildor que quedó en medio de los disparos que efectuaron asaltantes. Los otros tres fueron todos jóvenes que intentaron robar y fueron abatidos por sus víctimas. Esa es otra señal de la violencia que se vive en el barrio.
“Hace cuatro años, desde que vino el padre, nos pusieron vigilancia las 24 horas porque hasta él corría peligro. Vivo a unas cuadras de acá, justo al frente de la familia Quipildor. Me bajó la presión después de ver lo que le había pasado”, contó “Pochola”, mientras acomodaba la ropa que habían recolectado por la donación.
La señora, de 69 años, dijo ser diabética y que cambió su forma de vivir, después de presenciar ese hecho. “Ya no me paro detrás del portón, por ejemplo. Sé que tengo un Dios aparte ¿no? Pero… creo que estos chicos no me hacen nada porque me conocen y saben que soy quien les da de comer acá en la parroquia. Realmente, es una pena. Hay padres que no les enseñan a sus hijos la buena conducta o lo que está bien”, agregó.
En la entrada del templo está sentado un policía que custodia durante todo el día. Según indicó “Pochola”, luego de que el padre Martín Albersano, quien es el cura de la parroquia, fuera asaltado varias veces, la Policía dispuso que el agente los protegiera 24 horas. “Desde que está la policía, nos sentimos más protegidos, pero cuando pueden, ingresan y roban. Nos sacaron hasta los inodoros de los baños y atacaron muchas veces el depósito en donde guardamos la mercadería que nos donan. Ya no saben cómo hacer. Teniendo un policía, te roban”, remarcó la señora.
Un drama
Mabel Chirino, madre de cinco niños y vecina, quien vive a orillas del canal y a unas cuadras de la parroquia, dijo vivir atemorizada por los constantes tiroteos y problemas que hay en el barrio. “Mis chicos no salen a ningún lado; los tengo encerrados en la casa porque me da miedo de que les pase algo. Me canso de ver y escuchar tiroteos, robos o lo que sea. Hay mucha inseguridad en la zona, sobre todo, a la noche”, dijo la mujer.
“Cuando tenía 16 años, me acuerdo, salíamos a bailar con mis amigas y volvíamos caminando. Ahora, olvidate de que podés hacer eso. Tengo 37 y a mi hija más grande no la dejo salir. Antes, podías sentarte en la vereda a compartir unos mates o jugar… era muy lindo”, recordó Mabel.
Además contó que días atrás le habían robado el teléfono a una pariente, cuando estaba sentada en la vereda escuchando un partido de fútbol. “Ella es fanática de Boca y se puso contenta los auriculares. No pasaron ni dos minutos y ya la habían apuntado y amenazado para sacarle el celular. Es un horror esto”, indicó.
“Pochola” y Mabel coincidieron al señalar que estar en la parroquia las aleja de toda la parte mala de San Cayetano. “Llego acá y me olvido de lo que pasa afuera. Hay otra energía y estamos todo el tiempo ayudando a los demás, incluso a los ladrones mismos que vienen a buscar su plato de comida o para sus familias. Acá nos conocemos todos y sabemos perfectamente quiénes son los que salen a robar o causar daño, pero bueno… ser voluntarias y pasar tiempo en la parroquia es un refugio”, manifestó “Pochola”. “Prefiero estar horas acá porque me siento más protegida que en mi propia casa. En cambio, allá tengo que estar encerrada por la inseguridad”, agregó Mabel.
“Hubo un tiempo en el que los ladrones entraban por los techos y se llevaban de todo. Rompían las rejas y entraban. El barrio es un campo minado de delincuentes; es increíble. Tratamos de que ya no vengan esos chicos para acá porque se drogan y causan daño. Incluso, hablamos con las madres de esos chicos para que los ayuden y les enseñen a manejarse”, añadió “Pochola”.
Rosa Avellaneda, quien es dueña de un drugstore frente a la comisaría, dijo estar cansada de los robos y denuncia que hay ausencia policial, pese a tener a metros la dependencia. “Vivo a unas cuadras de mi negocio y lo que hago es juntarme con maestras de la escuela que son amigas, para no caminar solas. Nos acompañamos. Realmente, es un horror vivir así. Encima los ubicamos a todos los ladrones”, describió. (Por Luciana Nadales)