Durante la charla con un entendido de la materia que prefiere no dar su nombre, el amigo regala un razonamiento exquisito por su veracidad: “todos morimos, pero no todos seremos despedidos como hubiéramos deseado”. En resumen y para darle una mayor cuota de precisión al concepto, aún muertos seremos una carga para los vivos.
La muerte suele ser el último capítulo de la carrera de la vida terrenal. La meta puede ser más corta o más larga pero en algún momento aparecerá la bandera a cuadros y la Parca vendrá por nosotros. Ahora, sobre cómo queremos ser despedidos, el tema puede reconsiderarse. Estamos lejos de Estados Unidos, sin embargo hay costumbres que vienen ganando espacio en el país y estas aplican a que uno puede planificar su funeral. Desde en qué cajón le gustaría ser enterrado o cremado hasta las flores del sepelio y la contención de las horas de vigila familiar durante el funeral. Todo tiene un precio, ojo.
Años pasados, el cementerio era catalogado como un sitio lúgubre donde la esperanza cedía su espacio ante la tristeza. En la actualidad, la perspectiva juega otro rol: el del descanso y conexión entre el vivo y el ser querido que ya no está. Difícilmente uno encuentre hoy un “cementerio”. Eso es vieja guardia, ahora se los conoce como “parque de descanso”.
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Entre las curiosidades que me han contado, está la de una familia adinerada tucumana. El difunto, y eje central, era famoso por vivir una vida sin privaciones junto a los suyos. Pidió una fiesta en vez de un funeral. Se lo concedieron, a medias. Sus hijos, cuentan, hablaron con las autoridades del parque y pidieron permiso para hacer un evento social totalmente alejando del velo y traje negro. Ellos querían conga no llanto. Su madre se negó, le pareció un exceso. Lo que sí hubo fue champán en la sala y música, la que le gustaba al finado.
En un sitio donde prima el descanso eterno, el respeto al dolor ajeno es un deber. Pegado a este funeral, había dos más. Los hijos de quien pidió parranda consultaron si no les molestaba la música o la bebida. Dijeron que no y todos se sumaron, a su manera, a la despedida. Brindaron por sus difuntos.
Mariachis, tango, músicos, hubo despedidas para todos los gustos en San Agustín. Independientemente de cómo fue la ejecución del último adiós, todos fueron pensados a favor de lo que “el otro hubiera deseado”.
En Colombia se despide a los muertos bailando.
México es famoso por el recuerdo a sus difuntos.
Argentina es reconocida hoy por el poco espacio existente a lo largo y ancho de sus cementerios públicos. Es decir, morir es cosa de ricos. O del Osario: la bien conocida fosa común.
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Cuenta Carlos Petersen, director de Cementerios de la Municipalidad de San Miguel de Tucumán, que hubo una época que el Cementerio del Norte sufría de superpoblación de féretros. Moría tanta gente y había tan poco lugar para sepultarlos que los cajones se apilaban en pasillos y calles de uno de los cementerios más grandes de la provincia. Eso fue hasta la fundación del cementerio Jardín, ya construido en formato parque, despegado de obras fastuosas como mausoleos, nichos o capillas. “A través de los tiempos, el tema de los enterratorios fue cambiando”, afirma Petersen.
Lo que también cuenta el director es que el Cementerio del Oeste, el más veterano de todos y donde yacen las personalidades más destacadas del mapa provincial, abrió sus puertas a los muertos en 1850. Es el cementerio de los ricos. “En ese año se produjo el primer entierro”, asegura Petersen. Las tres hectáreas del predio fueron donadas por Manuel Paz. Antes, los pudientes podían sepultar a sus muertos en las inmediaciones de la Catedral, por calle Congreso. Cuando colapsó el predio, donde está el Buen Pastor pasó a ser el nuevo nicho vip de los ricos.
“Los pobres enterraban a sus muertos en cualquier lado. A la vera de un río, debajo de un árbol, en su jardín, pero jamás en un lugar de ricos”.
Caminar por el Cementerio del Oeste te inclina hacia una sensación de paz y a la vez de dolor. En su mayoría, los grandes mausoleos están al borde de la ruina. La falta de manutención es notoria. Esa misión no le cabe a la Municipalidad ni al cementerio sino a los dueños de los mausoleos. El que está en plena obra, y sí es responsabilidad de la administración capitalina, es el de Alfredo Guzmán y su esposa, Guillermina Leston. Se está trabajando en el cielo raso, la estructura y los pisos. Lo menos que se puede hacer por uno de los tucumanos más generosos de la historia de la provincia.
La obra más nueva del lugar es un “nichero”, un edificio de casi tres pisos con ascensor perteneciente a Gendarmería. “Todavía no lo estrenaron”, cuentan los que circulan por la zona.
Compra y venta
Si para una empresa abrir un parque de descanso es negocio redondo (“porque todos morimos”), para la administración pública es todo lo contrario. Es deficitario. “No se ve como un negocio, nuestra función es social. Acá no se le puede decir que no a una persona que no tiene dinero. Se le tiene que dar una solución como sea”, dice Petersen al tiempo que asume que el espacio está cada vez es más reducido en las tres dependencias del municipio.
La muerte siempre le gana a la vida.
En el cementerio jardín, por caso, se hacen hasta seis inhumaciones por día. En el Norte, cuatro por semana y en el Oeste, muy de vez en cuando. ¿Por qué? Porque en uno todavía hay metros cuadrados libres y en los otros dos casi no quedan.
Si sos carenciado, el municipio se hace cargo de todo, desde el cajón hasta el lugar donde serás enterrado. Eso sí, estarás bajo tierra durante un período de dos años. Si quien te despidió allí no puede afrontar un mínimo pago de cuota semestral, tus restos serán reducidos, trasladados a una bolsa y posteriormente depositados en el osario común del Cementerio del Norte.
“Tenemos un espacio que se llama tierra gratis, destinado a gente sin recursos, un espacio destinado para darle una cristiana sepultura a quien así lo requiera”.
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El ratón. Cuenta la leyenda sobre un heredero que recibió una fortuna de dinero en propiedades y que fue a lamentarse a un parque privado. Lloró al contar que había perdido su trabajo; lloró de dolor al confesar que ya no podía seguir haciéndose cargo del pago mensual de manutención de la parcela de su padre; y lloró al adelantar que su futuro estaba en España porque acá no le quedaba nada por hacer. Pidió, entonces, el desalojo de su padre.
Su madre era la apoderada de la parcela y la única capaz de “desalojar” al difunto. Hacía apenas meses había muerto el padre de familia y el codicioso heredero ya lo quería desalojar.
Los timados. La gente le tiene tanto miedo a la muerte que han comprado “programas especiales” como un “celular de con batería de larga duración”. No vaya a ser que despierte bajo tierra. Lo que nunca se comprobó es si el celular levantaba buena señal. Tampoco nadie de los que compró el “programa especial” llamó para que lo rescaten. Ya estaba bien muerto.
El que tiene dinero… Si soñás con cajón cómodo, la inclinación debe ser por el Presidencial, que tiene llave propia, y espacio hasta para un frigo bar. El chiste costará $ 140.000. Están los ecológicos, de $ 8.000, ideales para los crematorios.
Calculadora en mano. Un sepelio convencional, que incluye inhumación, sale $ 40.000. La parcela, en un cementerio ABC1 como San Agustín va desde los $ 9.000 hasta los $ 50.000. El mantenimiento mensual ronda los $ 600. El precio varía acorde a la ubicación. Cuanto más cerca del ingreso o de la capilla, más costoso será el asunto.
La variante. Un sitio de descanso nivel ABC2/3, el precio desciende hasta en un 40%: parcela, de $ 7.000 a $ 11.000, y mantenimiento, a partir de $ 220.
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“Nadie dijo que morir es gratis”.
La ironía aplica a que el lugar de descanso dejará de ser propio si alguien no lo paga. Las generaciones pueden mantener a un muerto hasta qué punto. ¿Estará dispuesto el tataranieto pagar por una persona que no sabe ni cómo fue? En los cementerios privados, cada parcela puede albergar hasta 25 cuerpos. ¿Cómo? Se reducen los restos y se los deposita en urnas más pequeñas. Pueden entrar hasta cinco por línea, multiplicadas cinco de alto.
En los cementerios públicos hay listas de espera. ¿Para? Para hacerse de los nichos, mausoleos y sótanos con deudas. Cumplido un determinado período, de alrededor de 15 años sin pagar impuestos, el lugar se desaloja y se vende. En el Cementerio del Oeste hay una larga lista de espera. Ese el cementerio de los ricos…
A diferencia de los porteños de La Recoleta o Chacarita, que pueden ser vendidos (en dólares) a perpetuidad, en el Oeste se los concesionan por cinco años. Se puede hacer un pago por el tiempo que uno desee, pero como el tiempo siempre le gana a la vida, la propiedad volverá al municipio.
Preparado para morir
Morir debe ser tan planificado como una fiesta. “Antes este tema era un tabú y no se hablaba en la familia, y menos en la calle. Hoy, como empresa, damos charlas en diferentes instituciones públicas; estuvimos en instituciones educativas. Es saber con qué contás. ¿Por qué? Porque en el momento que pasa estás bloqueado y no sabés como resolver el tema”, sostiene Robles. Nadie está preparado para recibir la noticia de una muerte, pero sí debe tener un plan de contingencia.
Y están los que ya la piensan de más, como revela Gustavo González. “Tengo una amigo que ploteó su ataúd con una imagen suya vestido de gaucho. No sabe cuándo morirá pero quiere estar preparado, me dice, je”. Gustavo también revela que hay tipos que ya encargaron su lápida y todo lo que quieren que diga en ella. “Le falta la fecha de su muerte. Por las dudas, para estirarla, a la lápida la tienen debajo de la cama”.