Por Ricardo Titto
PARA LA GACETA - BUENOS AIRES
En enero se cumplió un nuevo onomástico de Sarmiento cuyo nombre de inscripción es Faustino Valentín, por la celebración del santo. Hace poco, un amigo sanjuanino que es apasionado estudioso de la vida y obra de Sarmiento recordó esta reflexión de Ricardo Piglia que creo interesante compartir dada la actualidad de los debates que su figura continúa suscitando.
“He pensado –el texto es de Los diarios de Emilio Renzi– que quizá una salvación para mí sería dejar todo de lado, dedicar los próximos veinte años de mi vida a estudiar por ejemplo a Sarmiento metido en bibliotecas, llenando fichas, consultando viejas ediciones, solo y sin amistades, para llegar al final de la vida con cientos y cientos de notas y fichas y armar entonces un enorme volumen de mil páginas en el que solo se hablara de Sarmiento, solo de Sarmiento, del Facundo quizá, solo del Facundo, de tal modo que uno queda afuera para siempre de la vida, tan ocupado en conocer la vida de otro que se va olvidando de la suya propia, y en un momento de desánimo bastará para volver a las fichas para recuperar la felicidad e incluso se podrán buscar momentos de desánimo en Sarmiento para encontrar ahí alivio y confortación”.
Como imaginó Piglia, quienes se han centrado en estudiar a Sarmiento lo convierten casi en una obsesión, en un “modo de vida”, el de ser “sarmientino”. Las pasiones del sanjuanino se trastocan en el tiempo leyéndolo y, por cierto, a sus seguidores puede hacerlos rayar en la locura, porque Sarmiento es inagotable: es definitivamente imposible intentar abarcar con profundidad todos sus múltiples quehaceres. En los hechos, lo que resulta imposible es “vivir su vida”, que transcurrió en otro mundo, otros países que los actuales, otras creencias, otros valores y, además, otras perspectivas.
Una vida sorprendente
Sarmiento, hijo dilecto de la Revolución de Mayo que lo generó desde sus entrañas nueve meses después del glorioso 25 de mayo, se crió con el nacimiento de la patria –o, mejor dicho, las patrias– que se reunirían en las Provincias Unidas y, luego, darían forma a la Argentina. Guerreó en el bando de los unitarios –él no lo era ni jamás se reivindicó unitario–; vivió el exilio en Chile; combatió a Rosas y el caudillismo “con la espada, con la pluma y la palabra”; viajó por el mundo atlántico –Europa, Estados Unidos, el norte de África–; estudió los sistemas educativos vigentes –el español, el alemán, el francés, el de Boston–; escribió libros fundacionales de la literatura hispanoamericana –Facundo (Civilización y barbarie) y Recuerdos de provincia, entre ellos–; pasó de educador y periodista a ministro, embajador, constituyente, profesor universitario, gobernador, presidente –también concejal y senador–… y, como es sabido, director de escuelas. Fundó y dirigió periódicos para “formar la opinión” pública; dotó al país de un Código Civil y de escuelas de guerra y naval; fue precursor de la lucha por los derechos de la mujer promocionando a Juana Manso y otras docentes a puestos que ninguna mujer había ocupado antes; inauguró la primera exposición industrial de América Latina –en Córdoba, en 1871–; trajo al país el mimbre, el malbec, decenas de especies arbóreas y maestras; dio vida al Parque Tres de Febrero, al jardín zoológico y a la Sociedad Protectora de Animales –que lleva su nombre–; tuvo dos hijos “chilenos”, murió en el Paraguay y, desprejuiciadamente, firmó un divorcio vincular ante escribano. Además –como se lo recuerda a veces de modo unilateral–, regó el país de escuelas y bibliotecas populares con una audacia que nadie repitió. Por si ello fuera poco, escribió y escribió –manuscritos con pluma quién sabe en qué momentos de sus interminables jornadas– folletos, libros, relatos y ensayos, notas periodísticas de temas infinitos, documentos … e incontables cartas que tal vez alcancen las diez mil.
Controversial y excepcional
Sarmiento se consideraba un “polígrafo” pero era lo que hoy llamamos un “polímata”. Sin embargo –digámoslo sin rodeos–, fue un genio, como hay pocos en la historia de la humanidad. No solo proyectó ideas, sino que las concretó. No solo dibujó planos de un país en perspectiva sino que creó instituciones y generó conciencia cívica en su sueño revolucionario de una república democrática e independiente. Como decía otro gran escritor, que nació muy cerca de la casa que alquilaba el Sarmiento presidente –cerca de del actual Teatro Colón–, él como un “mago” “sigue soñándonos”.
El sanjuanino era casi sordo; Borges, casi ciego. Sin embargo ambos, a su modo –uno como estadista y hacedor, el otro en registro de filósofo y pensador–, escucharon las voces de su tiempo y vieron lejos. La Argentina los tiene en su memoria colectiva y, por geniales y disruptivos, muchos los cuestionan retaceando aspectos ideológicos, desde ya, observables. Si Don Domingo es aún tan controversial es porque fue excepcional. Tal vez aquella dicotomía sabia, esa de “civilización y/o barbarie”, es la que sigue siendo resistida porque pone al desnudo la claudicación ante lo mediocre y la carencia de futuros comunes con alguna dosis de utopía, de sueños colectivos, esos mismos que caracterizaron a Sarmiento y se sintetizan en su personalidad única y sin par, todavía…
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Ricardo de Titto - Historiador.