Por Gabriela Mayer
PARA LA GACETA / BUENOS AIRES
Durante la entrevista a comienzos de mes en las oficinas de Penguin Random House en San Telmo, la exitosa autora de Las viudas de los jueves y Elena sabe destaca que en esta ficción hay “un padre que quiere sostener esta investigación treinta años después para saber la verdad, como también pasa en la realidad”.
En esta novela coral se enlazan las voces de una galería de personajes vinculados con Ana, como sus hermanas mayores Lía y Carmen, su amiga Marcela, su sobrino Mateo y su padre Alfredo. “No creo en Dios desde hace treinta años”, dirá Lía en la frase que abre el libro, atravesado por las tensiones entre fe y ateísmo, y donde también se cruza el aborto clandestino.
Adaptándose a los tiempos que corren, Piñeiro decidió presentar Catedrales virtualmente y por entregas vía Instagram, demostrando que el coronavirus también cambia los hábitos de la escena literaria.
- ¿Cuál definiría como el eje central de esta novela?
- La historia tiene que ver con la hipocresía, con tapar determinadas cosas y con las verdades que no terminan de aparecer. Hay una familia con tres hermanas y una aparece muerta, descuartizada y quemada en un baldío. Y treinta años después no se sabe lo que pasó. Un poco era explorar qué había pasado, por qué estaba esa chica muerta ahí esa noche. Lo demás es casi más anecdótico al pensar la historia, pero sí tenía que ver, sabía yo, con algo que se tapaba en esa familia, con hipocresías, con cosas que no se terminaban de develar. Y un padre que quiere sostener esta investigación treinta años después para saber la verdad, como también pasa en la realidad. Escribí la novela y pensé en el padre de Paulina Lebbos, por ejemplo, que sigue pidiendo justicia por la muerte de su hija y que la justicia no se produce.
- ¿Se refiere a la hipocresía representada en la iglesia, en esta familia?
- Sí, en esas familias que tienen un vínculo con la religión casi de activismo fanático. Porque me parece que a veces en Occidente vemos otras religiones que conocemos menos y nos parecen fanáticas, pero se nos pasan desapercibidos fanatismos de religiones que tenemos más cercanas. Que no quiere decir que todas las personas que tienen esa religión lo sean, como tampoco las de otras que nos parecen más lejanas. Pero a veces resulta que dentro de esa religión también hay gente fanática, que es capaz de hacer cualquier cosa pensando que con eso responde a su religión.
- ¿Otra tensión latente en su novela es entre fe y ateísmo?
- Me parece que sí, en los personajes de esta familia católica se dan distintas circunstancias ante una desgracia tremenda. Lía, la hermana con la que arranca la novela, se aleja totalmente de la religión, de la familia y de la sociedad en la que vive y se va a vivir a Santiago de Compostela. Y después está la otra hermana, que se agarra mucho más fuerte de la religión y cree que eso la va a proteger.
- ¿Por qué eligió Catedrales como título?
- Hay una referencia a un cuento de Carver, que se llama Catedral, que no solamente me presta el título de la novela, y que lo cito concretamente, sino que además me da acción para personajes. Mateo y su abuelo Alfredo empiezan a pensar en cómo hacer un recorrido por catedrales y en este cuento de Carver hay una persona no vidente que le pide al protagonista que le explique lo que es una catedral.
Y le hace entonces dibujar juntos con la mano una catedral para poder entender qué es, y eso de alguna manera lo hacen también el abuelo y Mateo. Los dos ven, pero también hay muchas cosas que no ven. Más allá de tener visión, hay cosas que no pueden ver. Y dibujan juntos estas catedrales y también dibujan juntos esta historia de alguna manera. Y las catedrales, para una novela donde quiero hablar también del peso de la religión y sobre todo del peso de la institución religiosa, son físicamente algo donde uno puede ver objetivamente y tocar ese poder, esa autoridad, que se impone en la altura arquitectónica. Desde eso hasta cómo entra la luz, hasta cómo son los ángulos, y donde te sentís absolutamente pequeño frente a una supuesta divinidad.
- ¿Hubo personajes que sintió más cercanos a la hora de escribir esta novela coral?
- Trato de que todos los personajes tengan algo mío, inclusive personajes que hoy siento muy alejados, como puede ser Carmen. En algún momento yo también fui una católica que iba todos los fines de semana a misa, etcétera. Entonces entiendo algunas cosas que pueden pasar por su cabeza, a pesar de que hoy no me sienta cercana a ese personaje. Pero tengo que poder ser ese personaje para escribirlo. Quizás el que más me costó encontrar es el de Julián, porque es un seminarista que estudiaba para ser cura, y ahí sí me cuesta imaginar qué hace que una persona decida ser cura. Vi muchísimos videos de YouTube donde distintas personas cuentan por qué son curas y por qué quisieron serlo, jóvenes que entran a los seminarios, para poder entender el momento de la revelación, lo que ellos llaman el llamado. Un momento que debe ser muy revelador para quien le pasa. Ese mundo era absolutamente ajeno a mí y entonces necesitaba entenderlo.
- Actualmente la literatura argentina escrita por mujeres logró gran visibilidad y reconocimiento. ¿Cómo explica ese fenómeno?
- Me parece que es un conjunto de cosas. Hay una generación de escritoras que están escribiendo textos que son casi ineludibles; entonces a los hombres no les queda más remedio que leerlos también. Alguien que quiere leer la literatura argentina no puede dejar de leer a Gaby Cabezón, a Samanta Schweblin, a Mariana Enríquez, a Ariana Harwicz, a tantas autoras que están escribiendo que son parte de la literatura argentina de hoy y no importa si la escriben hombres o mujeres. Pero además sí, evidentemente se les está prestando más atención a las mujeres y empezó a haber generaciones de hombres que no sienten rechazo a leer literatura escrita por mujeres, que antes les parecía quizás una cosa que se leía entre mujeres. En generaciones de mí para arriba había hombres que no leían textos escritos por mujeres, porque les parecía que la historia no les iba a interesar. Y hoy ya eso me parece un prejuicio bastante dejado de lado, para los jóvenes por lo menos. Cuesta, ¡pero lo estamos logrando!
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Perfil
Claudia Piñeiro (Burzaco, 1960) es escritora, dramaturga y guionista. Publicó Las viudas de los jueves (Premio Clarín de Novela 2005), Tuya, Elena sabe (Premio LiBeraturpreis 2010), Las grietas de Jara (Sor Juana Inés de la Cruz 2010), Betibú, Un comunista en calzoncillos, Una suerte pequeña, Las maldiciones y el libro de cuentos Quién no. En 2018 fue distinguida con el Premio Pepe Carvalho de novela negra. Varios de sus libros fueron llevados al cine.