Carmen Perilli
PARA LA GACETA - TUCUMÁN
Genie Valentié me contaba que Elizabeth Labrousse en su casa de París tenía un cartel que decía “El problema no es la vejez sino a dónde conduce”.
Una forma de contestarme preguntas sobré qué es ser viejo es acudir al saber de los textos. En mi caso se trata de novelas latinoamericanas protagonizadas por ancianos. Si bien los viejos pueblan la obra de García Márquez, en especial las últimas obras, la más discutida es Memoria de mis putas tristes de Gabriel García Márquez. Un anciano sabio nos escandaliza enamorándose de una niña virgen. Más allá de los debates suscitados encontramos en el texto una metáfora de la vejez “Nunca he pensado en la edad como en una gotera en el techo que le indica a uno la cantidad de vida que le va quedando”. Poco a poco siente que los síntomas de la edad lo vencen especialmente con “los primeros huecos de la memoria”. Pero a sus 90 años se enamora de la niña comprada a la que denomina Delgadina, y, como en el romance, todo cambia. Sus cartas de amor enamoran a los lectores, dándole otro sentido a sus crónicas. Porque ahora está en “la vida real, con mi corazón a salvo, y condenado a morir de buen amor”.
En Un viejo que leía novelas de amor, del chileno Luis Sepúlveda, un hombre ya viejo Antonio José Bolívar Proaño vive en la selva amazónica. Junto a los shuar encarnan la idea ancestral de que el hombre es un elemento más de la naturaleza. Un hecho infortunado determina su instalación en El Idilio, un pueblo cercano. Con el correr del tiempo, su único deleite lo es la lectura de novelas de amor. Cierto día, su apacible vida, se ve alterada por una tigrilla, que busca vengar a sus cachorros. La enfrenta y siente su victoria como derrota “se quitó la dentadura postiza, la guardó envuelta en el pañuelo y, sin dejar de maldecir … a todos los que emputecían la virginidad de su amazonía, cortó de un machetazo una gruesa rama, y apoyado en ella se echó a andar en pos de El Idilio, de su choza, y de sus novelas que hablaban del amor con palabras tan hermosas que a veces le hacían olvidar la barbarie humana”.
En Leche derramada de Chico Buarque un anciano aristócrata brasileño que repasa su vida y reflexiona sobre la memoria mientras va perdiéndose en las brumas de la enfermedad. “Al paso que se estrecha el tiempo futuro, las personas más recientes se amontonan en un rincón de mi cabeza. En cambio, para el pasado tengo un salón cada vez más espacioso. En los sueños va a buscar a sus padres porque cree que son sus hijos. “Son tantos mis recuerdos y los recuerdos de mis recuerdos”. Porque para los hombres “si por la edad nos da por repetir ciertas historias no es por demencia senil, sino porque algunas historias no paran de ocurrir en nosotros hasta el final de la vida”. Ese hombre sigue enamorado y con el deseo vivo.
Todo nada, la novela de la mexicana Brenda Lozano, tiene la frescura de abordar la historia de Emilio Nassar desde la voz de su nieta. La joven trata de paliar la ausencia del abuelo, un hombre duro que se dejó morir. Para ello narra sus encuentros. El abuelo “tiene setenta y dos años siendo un misterio”. El médico prestigioso, que vive entre rituales que lo definen. Su mujer lo abandona y decide que, como siempre, no iba a dejar que la vida tomara decisiones por él. Mucho menos la de su muerte: ”Quería callar de una vez por todas. Tal vez porque el dolor sucede al placer con la misma seguridad con que la muerte sigue a la vida”. La nieta es el otro al que abruma con sus relatos, la depositaria de su pasado. ”El pasado del abuelo era un botón sensible, uno podía presionarlo sin darse cuenta”; ”Era un anciano de una pieza. No parecía necesitar a los demás en ningún momento” Un anciano que se había sentido padre de todos y que de pronto buscaba que lo necesitaran. Rodeado de libros, solo puede acudir a Emilia, aunque como “dos caracoles que callan el amor que se tienen”. La inicia en el mundo de la lectura. El libro de Proust lo acompaña cuando Emilio programa su muerte incluso su entierro. Cuatro personajes muy distintos pero que conservan su independencia, así como su derecho a hablar y defienden su derecho a amar, desear, recordar …y morir.
Como las formas de vida, las de la vejez cambian, aunque algunos moldes continúen. Hay que imaginar formas de habitar un mundo de cuerpos sometidos a nuevas realidades donde cada vez resulta más complejo vivir juntos. Necesitamos más historias para encontrarlas.
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Carmen Perilli – Doctora en Letras. Especialista en Literatura latinoamericana.