CRÓNICA

CONTRA EL FUEGO

BENJAMÍN REYNAL

(Planeta – Buenos Aires)

Cuando se escucha la sirena atronadora y monocorde de los bomberos a cualquier hora del día, la reacción por lo general es siempre la misma: algo se prende fuego, siguiendo en sintonía con la canción del Pity Alvarez. Pero lo cierto es que la tarea de los muchachos que visten esos trajes ignífugos, que se según cuenta la historia fueron creados por un químico llamado DuPont, va más allá de un incendio. Precisamente un bombero argentino que reside en Bariloche, que se llama Benjamín Reynal, es quien se decidió a contarlo todo en su libro Contra el fuego.

“Apenas ingresé, pude entender por qué muchos chicos, de antes y de ahora, soñaron y sueñan alguna vez con ser bombero: la sirena, los camiones enormes y rojos, los cascos y las radios, andar con un hacha en la mano, manejar rápido entre el transito que se hace a un lado, subirse a los techos y apagar el fuego, salvar gente y sentirse un poco héroes; ser bombero parece divertido, ¿y qué chico no querría eso?”, escribe Reynal en la introducción.

Las historias y testimonios de este trabajo, muchas de ellas sin finales felices y mucho menos parecidas a una tarea divertida, sirven para adentrarse en este oficio. Reynal divide los capítulos en historias de catástrofes mundiales (destacan la del 9/11 a Las Torres gemelas y la tragedia nuclear en Chernóbil), incendios forestales, continua con historias de fuego en Argentina (La tragedia de Cromañón, de Lapa y Amia son algunas de ellas) y termina por dedicar el capítulo final al largo anecdotario que pudo recabar a lo largo de cuatro años de entrevistas con distintos bomberos.

Cromañón

En lo que refiere a la tragedia de Cromañón, está narrada por algunas de las voces que fueron participes a la hora de socorrer a los jóvenes que habían quedado atrapados dentro del local del barrio de Once.

En ese capítulo aparece Mariano López, oficial de guardia de uno de los cuarteles que intervino aquella noche fatídica. Al parecer después de que todo pasó tuvo que declarar en seis oportunidades acerca de aquello que había visto al entrar al boliche. En el libro le cuenta al autor que “entramos entre bocanadas de humo negro, empujando a la gente que salía. Adentro todo era oscuro y, cuando la gente vio el haz de luz, comenzó a agarrarnos desesperada, nos rompieron todo, nos manoteaban las correas y el equipo de aire, nos tomaban de la chaqueta, de los brazos…”

Esa noche gris para la historia argentina registró 194 muertes y dejó algunas cuestiones de culpabilidad sin resolver. En concreto: el comandante López pudo reflejarle la situación a la jueza de ese momento con una película, que paradójicamente titula La vida es bella. “¿Vio la parte en que el hombre va caminando con su hijo en brazos y tiene que taparle los ojos para no vea la montaña de cuerpos? Eso mismo vi yo”.

Otra de las tantas historias que recorre las páginas de este libro es la de Damián Lucero: un bombero que quedó inmovilizado de pies a cabeza. Su tragedia aconteció durante un día común de 2004. En el cuartel sonó la alarma y tuvo que salir de inmediato a un incendio en un supermercado. Nada del otro mundo, por lo que se cuenta. Damián se metió por el techo del lugar y batalló al fuego desde ahí. Inhaló un humo negrísimo y una vez que se volvió al camión de su dotación, sintió un fuerte dolor de cabeza. Se fue a su casa, se bañó y creyó que todo se debía a una simple contractura. Como el dolor no calmaba se fue al hospital y quedó internado. Once días después se levantó con una parálisis total. Sentía, veía y escuchaba pero no podía mover nada: ni siquiera la lengua ni la boca.

Meses después de ese raro accidente, que se presume que fue por aspirar tanto monóxido de carbono en el incendio, recuperó la movilidad en dos dedos de su mano izquierda y cambió su forma de comunicarse mediante el pestañeo de sus ojos por la escritura. Correos electrónicos escritos durante varias semanas, inclusive meses, hicieron que Reynal pudiera conseguir testimonio directo de aquella tragedia.

Letra por letra, Damián logró contar bien los hechos de aquella tarde de domingo y hasta dejó un mensaje que, a pesar de todo lo que vivió, potencia aún más su amor por el oficio: “ser bombero acomoda tus prioridades. Pocas profesiones logran eso. Yo, aún hoy, después de todo lo que me pasó, no puedo ni quiero sacarlo de mi vida”.

© LA GACETA

Gustavo Grazioli