Por Máximo Mena
PARA LA GACETA / TUCUMÁN
Al igual que Bartolomé Mitre, Alberdi entendía que la vida de un hombre puede dar cuenta de la historia de una época. Así lo comprendió desde pequeño al ver a Manuel Belgrano visitar a su padre o cuando corría por el Campo de las Carreras y observaba los movimientos del Ejército del Norte. Años después, en la crónica dramática sobre la Revolución de Mayo aparecerá la figura de Belgrano ennoblecida “con la locura de creer” que basta el ímpetu de los hombres para forjar la propia libertad.
Lentamente, todo será reemplazado en su memoria por un presente de cimientos abandonados, paredes derribadas, ruinas, tristeza y soledad. Pero aún así, Alberdi procura seguir viendo la efigie silenciosa de Belgrano en Tucumán: “el pueblo querido del general Belgrano, y la simpatía de los héroes no es un síntoma despreciable”. Alberdi retrata en sus memorias la tristeza del general al despedirse de las montañas del Aconquija. Muere al año siguiente en Buenos Aires, aunque desde esos tiempos, los terremotos parecen haberse hecho más frecuentes en Tucumán, según Alberdi.
El valor de Belgrano para José María Paz
Se ha hecho un reiterado énfasis en señalar la poca e improvisada preparación militar de Belgrano, por ejemplo, en comparación con figuras como el general José María Paz. Sin embargo, y como destaca Tulio Halperin Donghi, hasta 1810 el mismo Paz se encontraba estudiando leyes en la Universidad de Córdoba y para ese entonces Belgrano ya había participado en la defensa de las invasiones inglesas y luego en la campaña revolucionaria al Paraguay. Incursión fallida en la cual las tropas salvan sus vidas gracias a la “magnánima resolución” de Belgrano “de sepultarse con su ejército, antes que rendirse”.
Las Memorias póstumas del general Paz son, en muchos sentidos, un texto esclarecedor sobre la figura de Belgrano. La escritura de Paz tramada desde la madurez no impide que recree los sucesos desde las vivencias e impericia de la juventud. No juzga las acciones desde la experiencia acumulada sino que revive el pasado en su complejidad.
Tanto las Memorias de Paz como la Autobiografía de Belgrano están construidas para enfrentarse a la “maledicencia” y responder a la historia futura. Por ello, las Memorias se inician como un comentario o doblez del breve texto de Belgrano sobre la Batalla de Tucumán en 1812. No hay que olvidar que en septiembre de ese año, Paz sólo tenía 21 años y un grado subalterno en la artillería. Según Paz, Belgrano era un líder valeroso que “jamás se dejó sobrecoger del terror que suele dominar a las almas vulgares” y que incluso mandaba a sus soldados a “atarse los calzones” si tenían miedo. En combate mantenía una actitud concentrada y silenciosa. Siempre ordenaba al ejército conservar el orden y marchar hacia el adversario. Así lo demuestra Belgrano, cuando en la Batalla de Tucumán es él mismo quien dirige el ataque del ala izquierda de la caballería que no avanzaba sobre los realistas.
Paz también destaca la trascendencia y responsabilidad de Belgrano al encarar el Éxodo jujeño y al negarse a sostener la retirada hasta Córdoba. En este sentido, el retroceso del Ejército del Norte hubiera significado una pérdida irreversible del Norte y de las voluntades de esos pueblos. Belgrano sabía del valor de ganarse el espíritu de sus soldados, por ejemplo, con la creación de un pabellón que los identificara o, como sagazmente lo señala Paz, al encomendarse bajo la protección divina: “Muchos han criticado al general Belgrano como un hipócrita, que sin creencia fija, hacía ostentación de las prácticas religiosas para engañar a la muchedumbre. Creo primeramente, que el general Belgrano era cristiano sincero, pero aun examinando su conducta en este sentido por sólo el lado político, produjo inmensos resultados”.
La figura de Belgrano se diluye poco a poco en el escrito de Paz, como si entrará en una niebla: en 1819 era un hombre disgustado y enfermo por “tener que dirigir sus armas contra sus mismos compatriotas”.
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Máximo Hernán Mena – Doctor en Letras de la UNT, investigador del Conicet.