Por Pablo Nardi
PARA LA GACETA / BUENOS AIRES
En uno de sus incontinentes pies de página, David Foster Wallace cuenta que en las clases de Escritura Creativa del Amherst College solía surgir la discusión sobre si había que “incorporar tecnología” en los relatos de ficción y, en caso de que sí, en qué medida. Algunos profesores sostenían que no era digno de la narrativa incluir la televisión, y algunos alumnos, entre ellos el joven David, respondían que a juzgar por el mismo criterio tampoco tendría que haber referencias a los automóviles o a la luz eléctrica.
Ficción y tecnología son aspectos con más relación de lo que parece. En géneros históricamente despreciados pero que toman cada vez más fuerza, como la ciencia ficción y la ficción especulativa, se narran historias en las que la tecnología, la cultura digital, las apps de citas y los perfiles de redes sociales son elementos centrales de la trama y en última instancia muestran que: a) a pesar de la multiplicidad y la velocidad de las vías de comunicación, cada vez es más difícil establecer un vínculo real entre dos o más personas; b) los desmanes que pueden causar las nuevas tecnologías no hacen más que dejar al descubierto lo peor de la condición humana.
El auge de la ciencia ficción no es más que el auge de la tecnología, o de cómo las posibilidades de la tecnología operan en la transformación de subjetividades y relaciones. Sin embargo, lejos de las discusiones en las que se aventuraba Foster Wallace a fines de los 80’, hoy la pregunta parece ser la inversa: ya no se trata de cómo aparece la tecnología en la escritura de ficción, sino de cómo aparecen la ficción y la escritura en la tecnología.
Leídos por las máquinas
Se está escribiendo mucho al respecto, pero dos libros me resultan especialmente iluminadores. Uno es El amor por la literatura en tiempos de algoritmos, de Hernán Vanoli; el otro es The twittering machine, de Richard Seymour. El primero reflexiona sobre la figura del escritor, la presión de participar activamente en redes sociales, la comparación entre escritor e influencer: ambas figuras comparten la obligación de construir un pacto de sinceridad con los lectores/seguidores, un detrás de escena que, en caso de los escritores, es una prolongación ―o el origen, según el caso― de su obra.
Por otra parte, ya no escriben solo los escritores: lo hace todo usuario de redes sociales y plataformas digitales. Las razones son varias. En primer lugar, no es del todo cierto que usamos redes sociales solo para estar al tanto de lo que pasa; en realidad lo hacemos porque queremos sentir emociones ―indignarnos, desear lo que tienen otros, alegrarnos, etc―. No es sorprendente, entonces, que cuando subimos contenido a nuestras redes sea para causar emociones en nuestro entorno, y para ello nos valemos de la edición, el recorte, el desarrollo narrativo que “cuenta una historia” en cada foto, etc. En el fondo, toda intervención en las redes es la construcción ―deliberada o no― de un personaje y de una historia.
Pero la escritura no acaba ahí. Seymour señala que, como usuarios de plataformas regidas por algoritmos y extracción de datos, cada clic, cada búsqueda y cada pausa que hacemos en nuestra película favorita constituyen material escrito que luego es leído por el algoritmo para hacer predicciones sobre lo que éste considera que nos puede interesar. Es decir, como usuarios no solo escribimos y somos leídos, sino que luego somos vueltos a escribir por la máquina. Basta reconocernos en el muchacho que descubre, aturdido, que Spotify conoce sus gustos musicales mejor que él mismo.
Así las cosas, no es imposible imaginar una escritura literaria en la que los escritores son conscientes de las nuevas formas de escritura. De hecho, Kenneth Goldsmith propone la “escritura no creativa”, concepto que rechaza la imaginación y la memoria personal para reemplazarlas por valores informáticos como entradas de Wikipedia, datos de consumo de usuarios e incluso números binarios. Solo falta encontrar una forma menos radical, menos aburrida, de explorar los nuevos horizontes.
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Pablo Nardi - Periodista y crítico.