Por Hernán Carbonel
PARA LA GACETA / SALTO
Desde comenzada la pandemia, mis hijos han detonado su ingenio (¿o es que yo paso más tiempo con ellos?): la menor pregunta si su cumpleaños número cinco (abril de 2021) será en cuarentena o interroga acerca de por qué “no se ve la enfermedad”, y tilda al coronavirus de “muy aburrido”. El mayor clama por gritar un gol en vivo; opina que “el día se hace largo, pero el año pasa volando”; y dice que “el mundo está encarcelado”.
¿Qué están haciendo ahí, con sus ocurrencias? Escribiendo sin escribir, creando desde la libertad.
Inevitable aclarar que los horarios están rotos, el crecimiento del índice de superpoblación hogareña atenta contra la concentración y el sosiego, y los niños acumulan, en vez de desgastar, esa dosis de energía tan propia de la edad. Pero hay cosas que continúan inalterables: más tarde, más temprano, por la noche se irán a dormir, y ese lugar/momento de recogimiento resulta ideal para persistir en la lectura, más allá del agotamiento propio de la situación que tengamos los adultos.
Ahí debemos ser, una vez más, mediadores. Ya que hay, también, una nueva forma de acompañamiento de los “tiempos muertos” de los niños, incluso frente a las obligaciones escolares.
Ese es otro terreno donde dar batalla.
Lo cierto es que no podemos modificar, en un contexto tan adverso como el de pandemia, una práctica que no hemos instalado antes. Sí podemos, si es que la circunstancia nos lo permite, instalarlo ahora, ya que muchos de nosotros disponemos de más tiempo para compartir con ellos, y lograr, así, con paciente lucha, que ese tiempo compartido sea una dicha y no un martirio.
Los libros suelen ponerse de nuestro lado ante este panorama. Por supuesto, sin forzar el hábito. Ya que lo que se han desencajado son las leyes de la cotidianidad, forzar, lo sabemos, puede terminar en la respuesta opuesta a la deseada.
En este “nuevo orden”, muy disimiles son el encierro tácito al que nos vemos obligados, al “encierro” que propone la lectura: allí se trata de introspección, mundo íntimo, vida interior, despegue hacia universos posibles e imposibles.
Un hogar dentro del hogar, una nueva piel. Un rectángulo de papel puede resultar una bella válvula de escape a ese lugar hostil en que se transformó el mundo. ¿O acaso no pareciera que la vida, hoy, se ha convertido en un extraño cuento de Ray Bradbury? Ayudémoslos a mirar ese mundo de otra manera.
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Hernán Carbonel – Escritor, periodista y bibliotecario.