Por Honoria Zelaya de Nader
PARA LA GACETA / TUCUMÁN
Herman Hesse ha señalado que “de los muchos mundos que el hombre no recibió como un don de la naturaleza, pero que creó con su propio espíritu, el más importante, es el mundo de los libros”.
No en vano, con los libros, con las palabras, nos podemos acercar a nuestros niños para iluminar mundos y atravesar las múltiples trayectorias del héroe cuando inscriben historias en las que pese a dramáticas vicisitudes, los sueños superan terribles realidades. Bien lo pueden contar Hansel y Gretel.
Los senderos de la imaginación infantil son inimaginables.
Me permito invitarlos a compartir la siguiente escena: un pequeño sentado alrededor de la mesa familiar, escucha palabras desconocidas: coronavirus, cuarentena, pandemia, terapia intensiva. Imaginemos la preocupación de ese niño al percibir el miedo instalado en la voz de sus mayores. Imaginemos la desolación de nuestro infante ante la prohibición de salir a jugar, de asistir a clase, de no visitar a sus abuelos, la imposición de usar barbijo y, más aún, su sorpresa y desolación cuando al preguntar sobre los motivos de tales mandatos, sólo recibe como respuesta razones desconocidas: Por la pandemia. Por el coronavirus. Porque te podés enfermar… porque es lo que hay que hacer… Sin más ni más.
Válido es inferir la serie de pavorosas historias que invaden la mente del pequeño ante la falta de palabras. Un mundo sin palabras es la ceguera insoslayable, tanto más si tenemos en cuenta que la intuición y el cerebro de nuestros pequeños pueden leer el mundo que los rodea bastante antes de lo que uno jamás sospecharía.
En consecuencia, asumo que de los muchos aspectos que enmarca la presente pandemia, hay que hablar con nuestros niños desde la literatura infantil. No en vano es una puerta de inmensas posibilidades vitales.
Nos traslademos a otro espacio familiar. En él nos encontramos con un círculo integrado por tres hermanos y en el centro, uno de sus progenitores lee: Juanito, y el Coronavirus.
Por todos los caminos se llega a la misma conclusión: somos palabras, y sólo cuando cada uno de nosotros desde el lugar que ocupamos, contribuimos a la empresa planetaria de acercarles palabras a los niños, ya desde una canción de cuna, (la lectura comienza antes del aprendizaje sistemático), ya narrándoles historias en las cuales los protagonistas… encuentran respuestas, los adultos, sin dudas nos hacemos corresponsables y acreedores de una fracción de sonrisas futuras. De una hoja de olivo.
Al poner en las manos de un niño el mágico mundo de las letras, las palabras ya no son sólo nuestras. Son también de ellos. Y en ese instante los sueños desalojan angustias. No se puede enunciar la vida a través de silencios sino a través de palabras.
© LA GACETA
Honoria Zelaya de Nader – Doctora en Letras. Miembro de la Academia Argentina de Literatura Infantil Juvenil.