Por Luciana Tani Mellado
PARA LA GACETA - COMODORO RIVADAVIA
¿Hay una tradición literaria patagónica? Tanto la afirmación como la negación pueden ser respuestas pertinentes y contar con argumentos razonables. Esta vez suspendo la opción de la disyuntiva y tomo una arteria lateral del asunto.
Mucho se ha estudiado y difundido la llamada narrativa fundacional y los relatos de viajes, desde Pigafetta hasta el presente. Esta fuerte tradición literaria, con sus persistencias y actualizaciones, produce efectos de verdad sobre la Patagonia. Son libros que se venden, autores que se estudian, historias que se difunden y se vinculan, en el imaginario social, con el sur del país como alteridad. Su matriz de sentidos, por una parte, se proyecta hacia afuera de la región; y, por otra parte, se internaliza, de distintos modos, en escenarios locales. Es eficaz porque impulsa la tranquilizadora idea de un sur idéntico a sí mismo, mensurable, sujeto al control y a la definición. Elige, parafraseando a Raymond Williams, la tradición como una versión del pasado para ratificar y explicar el presente.
Muy poco se estudia y difunde la literatura escrita desde la Patagonia. Sus libros apenas se venden, sus autores se desconocen y sus imágenes se estereotipan, con frecuencia, en el imaginario nacional. La producción literaria no logra proyectarse, salvo contadísimas excepciones, hacia afuera de la región, y queda recluida en una semiósfera intramuros, en una endogamia involuntaria, con diversas causas y efectos. La histórica periferización política de la Patagonia y su condición subalterna en los programas educativos nacionales, de un exacerbado centralismo rioplatense, son motivos evidentes, aunque no exclusivos, para explicar por qué nuestra literatura es ignorada o subestimada en el panorama cultural argentino. Por otra parte, este desconocimiento suele reproducirse al interior de la región, en comunidades de lectura habituadas a consumir los productos literarios de una máquina cultural hegemónica, validada por las fuerzas del mercado y sus agentes, cuando no del propio estado y sus instituciones. Por fortuna, como advirtió Mariátegui, la tradición es algo vivo y puede modificarse. Así, esta existencia literaria obliterada puede cambiarse, transmutar. Se trata no solo de reconocer su presente restrictivo, sino también de reclamar las múltiples raíces de un pasado propio, y construir, a partir de su potencialidad creativa, un futuro más justo, en el vasto territorio de una literatura donde las vaquitas no sean siempre ajenas.
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Luciana Tani Mellado – Escritora y crítica.