Por Jorge Daniel Brahim

PARA LA GACETA - TUCUMÁN

Quedará la mirada diáfana de sus ojos de ensueño. Si había que buscar su identidad sólo se necesitaba observarle el destello puro del azul marino de su iris. Supo ser aquello que su mirada trasuntaba, la expresión serena y simple que no podía ser otra cosa que la paz silente de una sabiduría intemporal: ese remanso plácido que sólo suelen acunar los sabios.

Fue en Tucumán el alba de la filosofía. El amanecer y la explosión solar. La luz que da inicio a la jornada ardua y que deberán continuarla, en lo que queda de ese día interminable, sus discípulos y las generaciones que la posceden. No pensó por los libros, ni su conciencia moral se modeló por el dogma de las religiones. Tuvo el valor de servirse de su propio entendimiento y se atrevió a pensar haciendo suyo el ¡sapere aude! del poeta latino Horacio.

Entonces fue una ilustrada que excedió el precepto con el que Kant, en 1784, se respondió a la pregunta ¿qué es la ilustración?: “La ilustración consiste en que el hombre sale de la minoría de edad que no es otra cosa que la incapacidad de servirse del propio entendimiento”. Y lo excedió largamente, no tan sólo por pensar por sí misma, asumiendo la mayoría de edad intelectual, sino porque nos legó un universo de ideas propias, fecundas, con el desparpajo propio de quien hizo de su discreción y su complexión ética un estilo de vida. Solo basta mencionar su obra ensayística mayor, Argentina: identidad y utopía, para entender el relieve y la envergadura de su pensamiento profundo.

Mi relación con ella es una pequeña nota al pie de su vida extraordinaria. O, tal vez, ni siquiera eso. Fue una amistad otoñal que se fue forjando de manera imperceptible, modulada por ese esprit de finesse, tan de ella. El 1 de noviembre a las 9.25 quedó registrado en mi celular mi último llamado para saludarla por su cumpleaños. Su voz era la de siempre. Firme y cristalina. Hablamos casi un cuarto de hora. Allí, para mi sorpresa, me dijo: “Quisiera que usted me ayudara a decidir qué hacer con mi biblioteca y con la que me dejó mi padre” (¿fue una premonición?). Y casi al finalizar, cuando nos despedíamos: “¿Desde cuándo somos amigos?, ayúdeme a recordarlo”. Le pedí unos días para juntarnos, hasta que se aclarara un poco el tema de la pandemia, y me comprometí a llevarle un libro publicado el año pasado y que ella desconocía, Ellas lo pensaron antes, de María Luisa Femenías, una doctora en filosofía, porteña y feminista, que le dedica un capítulo íntegro a Lucía.

Lucía Piossek Prebisch, la filósofa tucumana más importante de la historia, se fue en silencio, luego de casi un siglo de una vida pródiga de generosidad y trabajo ímprobo. Si los tucumanos fuimos capaces de asistir a una nueva Ilustración en el siglo decadente de la posmordernidad, en gran medida se lo debemos a la luz que de ella emanaba. Es precisamente esa Luz que viene del alba la que nos permitirá sortear, cuando sea preciso, la oscuridad de los prejuicios estultos, de los dogmas pétreos y de la ignorancia supina.

Por ahora, basta de palabras. En estas horas de desconsuelo mis fuerzas exangües prefieren prestarle oídos a los versos insinuantes de Baldomero: “Tira tu pluma y déjala. / … / Esta noche se llora y no se escribe”.

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Jorge Brahim - Ensayista, crítico literario y editor.