Generación tras generación se transmite y amplía nuestro acervo de conocimiento acumulado. La ciencia y la tecnología buscan mejores soluciones a los problemas que preocupan a la humanidad.

Una definición posible de la cultura es el comportamiento e información que compartimos en nuestro grupo de pertenencia. Luego esa información la transmitimos socialmente para que se expanda y pase a las siguientes generaciones.

El cerebro es un órgano energéticamente costoso, por lo que debe optimizarse su funcionalidad. La mejor forma de lograrlo es mediante el aprendizaje social. Aprendemos a través del ensayo, acierto y error, o copiando a otros. Por lo que nos es imprescindible vivir en una sociedad.

A partir de la aparición del primer humano vivimos una coevolución genética-cultural. La cultura transformó la evolución y, a su vez, la evolución darwiniana potenció la cultura seleccionando características sociales que la favorecieron. Para nuestra especie ha sido tan importante la herencia genética como la cultural.

El constante mejoramiento del lenguaje como fruto de la evolución y la importancia de éste en la transmisión cultural es un ejemplo de este círculo virtuoso. Como también nuestra capacidad para copiar e innovar. El sistema de neuromas espejos está orientado a copiar al prójimo. Esta estrategia de aprendizaje es clave para el humano que tiene un enorme y complejo cerebro preparado para aprender y con un proceso de maduración que dura 25 años.

Una herramienta clave

El lenguaje es fundamental para esta transmisión, razón de ello es el enorme avance y la particular dinámica que tuvo en nuestra especie. Hemos desarrollado un aparato fonador único y áreas cerebrales específicas para este proceso. Tenemos la laringe muy baja en el cuello en comparación con el resto de los animales. Aunque esta peculiaridad anatómica nos predisponga a ahogarnos preferimos correr este riesgo a no poder hablar. El lenguaje ha sido crítico para nuestra evolución de tal manera que usamos el lenguaje para pensar. Nos cuesta imaginarnos cómo sería pensar sin un lenguaje simbólico. Vivimos en un permanente monólogo con nosotros mismos. Somos esclavos de nuestra gramática, dado que sin ella no nos entenderíamos.

Desde el comienzo de la historia pudimos dejar plasmada nuestra cultura en un medio físico a través de la escritura. Hoy tenemos además la posibilidad de dejar videos con sonidos en una nube virtual a la que cualquiera puede acceder.

Las capacidades para realizar operaciones matemáticas también son importantes para transmitir la cultura. Necesitamos medir nuestro mundo. Cuantificarlo no solo sirve para transmitirlo a nuestros congéneres sino también para poder estudiarlo como origen del pensamiento científico. Recordemos que la motivación para inventar la escritura fue la necesidad de llevar un inventario de bienes.

La pulsión por relacionarnos es propia de la especie humana como también la imperiosa necesidad de interaccionar y compartir ideas, emociones y acontecimientos con otros. A partir de esta transmisión se busca una solución que supera las posibilidades individuales logrando como beneficio colateral una descarga emocional.

Ambivalencias

La Erisfilia es la necesidad de pertenecer a un grupo cultural con el cual cooperar y por otro lado considerar al resto de los grupos competencia a la cual combatir. Ha sido potenciada culturalmente aunque tiene una importante factor genético.

En los últimos años hay un discurso generalizado para disminuir el pensamiento xenófobo pero nuestra naturaleza se resiste y siguen en auge las grietas políticas, los movimientos separatistas, los movimientos de ultraderechas, etc.

A partir de la cooperación y división de tareas nos fue posible obtener importantes logros. Inicialmente nos sirvió para la caza de presas más grandes, algo indispensable para la obtención de proteínas para un cerebro en crecimiento. Esquema muy similar a los deportes grupales de la actualidad, solo que en vez de introducir una pelota en un arco teníamos que insertar una lanza en la presa.

Desde el neolítico ese espíritu colaborativo nos sirvió para hacer grandes obras, como las pirámides de Egipto o la catedral de Chartres. Lamentablemente bajo la influencia de la erisfilia también se generaron constantes guerras entre congéneres.

Perspectivas

Una característica de la transmisión de nuestra cultura fue la posibilidad de crearnos a nosotros mismos al punto tal de superar la selección natural y desarrollar la tecnología para modificar nuestra genética, pudiendo ser artífices de nuestro futuro.

Al nacer, los humanos somos el ser más indefenso del planeta. Nuestro cerebro sigue su desarrollo fuera del útero, ya que por su tamaño no podría pasar por el canal de parto si continuara creciendo en el útero materno. Su desarrollo prosigue hasta los 25 años de edad, con etapas como la niñez y la adolescencia que son únicas de la especie humana. En estos años es esencial el contacto con los pares a fin de copiar conductas y adquirir conocimientos que continúen con nuestra cultura tecnológica en busca de constante superación. Las prolongadas etapas de maduración favorecidas por la alta plasticidad neuronal nos obligan a brindar una educación intensa y continuada a fin de prepararnos para un mundo altamente tecnificado. La educación es crítica en un mundo cuya tecnología supera la posibilidad de sus individuos a adaptarse y aprovechar sus beneficios.

Dentro de nuestro legado cultural está la trasmisión de reglas morales que son esenciales para nuestra convivencia. La conducta social basada en un espíritu colaborativo con reglas compartidas por grupos culturales de cumplimiento obligatorio para pertenecer a los mismos.

© LA GACETA

Daniel Pozzi - Doctor en Neuropsiquiatría y en Ciencias Biológicas. Su último libro es Humanidad 2.0.