Diana Chediack tenía 24 años cuando asumió la conducción del campo que su papá había comprado en Tucumán hacía casi una década. Por entonces, 33 años atrás, estudiaba Medicina, pero no estaba del todo convencida de querer heredar la profesión de su padre. El campo le tiraba mucho; las tareas del campo, la vida del campo. Así que un buen día, finalmente se decidió a dedicarse de lleno a este.

“Soy agricultora; productora de limón y de nuez pecán. Estoy a cargo de una empresa familiar, ubicada en el Chañar. Es un campo pequeño, de 90 hectáreas, algunas de las cuales destinamos al arriendo de caña de azúcar”, cuenta Diana a LA GACETA Rural.

Elogia a más no poder el campo argentino, en general, y tucumano, en particular. “Pero como decía mi abuelo, ‘en el campo no todo es orégano’. Tenemos un país fuerte en su actividad agropecuaria gracias a sus tierras, a su clima, al trabajo de su gente, y a la tecnología; pero por más próspero que sea, siempre tiene su problema”, dice.

Diana es la mayor de tres hermanas; pero es la única que eligió el campo como lugar y como modo de vida. “Empecé por la producción de limón. Primero me dediqué a conocer; y luego fui adquiriendo la experiencia diaria del campo, lo que pasa día a día”, detalla.

A diario se ocupa de la logística, de las ventas, de los cobros, de la compra de agroquímicos, de ordenar el trabajo de la jornada. Actualmente tiene un par de personas a su cargo; pero en épocas de cosecha del limón, aunque con un contratista mediante, puede tener entre 300 y 400. “Si uno hace un poco de historia, el trabajo en el campo era prácticamente una tarea de hombres. La mujer tenía participación, pero no se notaba. Hace unos 20 a 25 años se empezó a visibilizar a la mujer rural; no sólo en lo que respecta al trabajo, porque hay tareas que precisan de mayor dedicación y hasta de una mano más pequeña-, sino también a ser empresaria, a salir a negociar su producto”, dice.

Diana integra el grupo NOA Pecán; de sus nueve miembros, sólo dos son mujeres. No obstante, afirma que las cosas están cambiando para la mujer en el ambiente rural. “Cuando me hice cargo, hace 33 años, me costaba muchísimo: cuando llegaba un camionero a cargar y aparecía yo con un talonario de remitos; o cuando llegaban a cosechar y el capataz preguntaba quién estaba a cargo y no me visualizaba -me preguntaba si no tenía un hermano varón o si no estaba mi papá-. Tenía un tractorista que no me miraba; yo le daba indicaciones y no hacía nada hasta que mi papá no se las repetía”, recordó Diana.

Sin embargo, destacó que los tiempos cambiaron bastante: “ese empleado se fue y vino gente con la que se puede trabajar. Siempre dejando en claro que se trata de un trabajo en equipo, y que cada uno es necesario”.